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La Revolución, tejida por muchas fibras
MARTA ROJAS
"...Una
opinión sostenida por muchos es más fuerte que el mismo rey. La
soga tejida por muchas fibras es suficiente para arrastrar a un
león."* Esta teoría de un pensador de la antigua India, esgrimida
por Fidel en su alegato de autodefensa durante el juicio por los
sucesos del Moncada, conocido como La Historia me absolverá,
ilustra casi de manera gráfica el porqué de la victoria y la
sustentación de la Revolución cubana a lo largo de 46 años, en
medio de un rabioso bloqueo y de una no menos intensa secuela de
actos terroristas con el propósito de destruirla.
En ese enunciado, entre
muchos e importantes del alegato, se pueden sintetizar el espíritu
y la acción del 26 de Julio de 1953, hace ahora cinco décadas y
dos años.
Entrada de Fidel a La Habana el 8 de enero de 1959. Ya no serían solo los moncadistas, ni los expedicionarios del Granma, ni los rebeldes de la Sierra Maestra, ni los combatientes de la clandestinidad, sino todo el pueblo.
En la primera etapa del
juicio a los combatientes del Moncada, iniciado el 21 de septiembre
de 1953 en el Palacio de Justicia de Santiago de Cuba, el joven
abogado Fidel Castro, respondiendo como acusado al Tribunal, dijo
que para triunfar él creía en el pueblo. Ya estaba explicado por
él mismo en aquella sala del Pleno de la Audiencia de Oriente,
cómo se había organizado el movimiento revolucionario, sin ayuda
de ningún poderoso, y cómo llevaban en el corazón las doctrinas
del Maestro —de José Martí, cuyo centenario del nacimiento se
celebraba y reivindicaban con ese acto de rebeldía—. No podían
entender quienes lo juzgaban que una idea podía ser capaz de mover
a un pueblo. Dijo que si hubieran logrado el plan concebido, de
tomar el cuartel Moncada por sorpresa, se habrían comunicado con el
pueblo y el pueblo de Santiago de Cuba los habría apoyado. El
ejemplo se hubiera multiplicado. Esas palabras eran verdades como
puños.
Se trataba de divulgar
la verdad sobre las ejecuciones extrajudiciales, como llamarían hoy
a los asesinatos de sus compañeros, y de difundir en las más
difíciles circunstancias de la clandestinidad las ideas medulares
del Programa del Moncada.
Esa soga debía ser
tejida por muchas fibras en toda Cuba y ello se hizo realidad en la
etapa insurreccional, pero debía ser más fuerte aún ante un
enemigo mucho más poderoso y herido por las leyes revolucionarias
anunciadas en 1953 y puestas en práctica a partir de 1959: el poder
imperial norteamericano.
Ya no serían solo los
moncadistas, ni los expedicionarios del Granma, ni los rebeldes de
la Sierra Maestra, ni los combatientes de la clandestinidad, sino
todo el pueblo. Un ejemplo elocuente de cómo y con qué fuerza se
siguió tejiendo la unidad pudo apreciarse durante la marcha
impresionante de Oriente a Occidente emprendida por Fidel y los
compañeros del Ejército Rebelde en los días de la alborada de
Enero. A ella se unieron incluso, desde la propia Sierra Maestra,
soldados de las derrotadas fuerzas militares que no eran asesinos y
por tanto no tenían nada que temer.
Luego de la conquista
del poder habría otras uniones históricas, unas coordinadas, otras
producidas por un terco agente externo que no ha sido aún capaz de
comprender la importancia de defender una idea basada en los
principios de la soberanía y la justicia social, pilares de la
Patria de hoy que culminaron la continuidad histórica de una lucha
centenaria por la definitiva independencia. El enemigo ha sido
también factor de unión de un pueblo consciente de que la más
mínima claudicación lo sumiría en el pasado aún en peores
condiciones.
La suspensión de la
cuota azucarera, la negativa a refinar el petróleo soviético por
parte de las compañías foráneas, en fin el bloqueo,
eufemísticamente llamado "embargo"; los actos de terrorismo, la
invasión mercenaria de Playa Girón, la lucha contra bandidos, y
los empeños recurrentes de magnicidio hicieron más fuerte a una
Revolución que desde el primer momento cumplió la palabra
empeñada y en breve tiempo trascendió los postulados expuestos en
el Programa del Moncada. Desde la rebaja del 50% en los alquileres,
que está contenida en La Historia me absolverá, hasta la
Reforma Agraria, cuya letra aparecía en la Constitución de 1940,
pero que jamás, sin una revolución raigal, se hubiera concretado
en la realidad.
Sin retórica ni falsas
promesas se consolidó el tejido revolucionario de la nación. Fidel
había dicho en el juicio: "A ese pueblo, cuyos caminos de angustias
están empredrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a
decir: `Te vamos a dar', sino: `¡Aquí tienes, lucha ahora con
todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!'"
Y ese pueblo respondió,
desde los adolescentes que emprendieron la colosal Campaña de
Alfabetización, piedra angular del desarrollo de la cultura
integral revolucionaria, hasta el pueblo que protagonizó, de igual
manera ejemplar, la Batalla de Ideas por el regreso del niño
Elián, que se prolonga y ensancha con otros meridianos, y transita
hasta la convicción con que enfrentamos hoy la necesidad de liberar
a nuestros Cinco compatriotas prisioneros del imperio.
En hora de recuerdos y
recuentos, vale la pena mencionar otros elementos como la
solidaridad, que salieron a la luz luego de la victoria, que
aparentemente ocultos, eran inherentes al pueblo cubano. En los
presupuestos contenidos en La Historia me absolverá se
declaraba que la política cubana en América sería de estrecha
solidaridad. Y lo ha sido de las más diferentes maneras.
Recuérdese el aporte a la campaña de alfabetización en Nicaragua,
incluso en varias lenguas de la Costa Atlántica; a las misiones
educativas y sanitarias en Venezuela, donde recientemente el
presidente Chávez honró a nuestros maestros y trabajadores de la
Salud; al combate contra el analfabetismo en Haití con programas
que se difunden a través de la radio. A ello se ha sumado el acceso
de jóvenes de América Latina y el Caribe a las universidades
cubanas.
Más allá, la
solidaridad se ha extendido a África —cómo dejar de evocar
nuestra desinteresada contribución a las gestas africanas de
liberación y a la eliminación del apartheid—, y a otros países
del mundo, incluyendo a los sectores marginados y desposeídos de
los propios Estados Unidos.
En esas generosas
entregas han participado decisivamente jóvenes que no habían
nacido cuando la Generación del Centenario asaltó el Moncada.
También advertía Fidel
en su alegato de 1953, que "en el mundo actual ningún problema
social se resuelve por generación espontánea". Se requiere
valentía, originalidad, firmeza y sobre todo unidad. Y eso lo ha
demostrado con creces la Revolución, bajo el liderazgo de Fidel.
La Revolución cubana ha
sido y es suma y multiplicación; las operaciones aritméticas de
restar y dividir no pueden caber en ella. Por pequeña que parezca,
una fibra perdida debilita la soga para arrastrar al león que nos
ataca abiertamente o, a veces, con malévolas sutilezas. De ahí que
la unidad aglutinante sea una de nuestras mayores armas y una de las
más valiosas herencias moncadistas.
* Citado por Raúl Roa,
en Historia de las doctrinas sociales, Imp. Universidad de La
Habana, 1949, p. 29. Originalmente escrito por Raymond G. Gettel: Historia
de las ideas políticas, Ed. Labor. Sa., Barcelo, 1937. t.I,
p.67. |