Ecce homo, Carcassés

PEDRO DE LA HOZ

Si de jazz se trata, cabe señalar en los predios cubanos a Bobby Carcassés con esa rotunda locución latina: "Ecce homo" (He aquí al hombre). Porque habrá otros tan entusiastas como él, pero difícilmente más entregado, pertinaz y quijotesco que él. En cuanto a una imaginación integradora tiene el número uno; si no que lo digan quienes abarrotaron el lunetario de la sala teatro del Palacio de Bellas Artes, en el cuarto aniversario de la reapertura por lo grande del Museo Nacional, para asistir al espectáculo Teatro del Jazz, experiencia exultante y agradecida.

Desde el mismo comienzo quedaron planteadas las reglas del juego: se iba a escuchar —y a ver, sentir, ¿por qué no?— jazz. A visualizarlo como expresión que desborda el estricto marco musical para convertirse en alimento espiritual de alto contenido calórico. En el pórtico, una película en blanco y negro de "época" —Bobby joven— que remedaba un thriller y terminó siendo un tributo a Ionesco.

En lo adelante, todo sería juego y pasión, verbo e improvisación. Dos probados actores, Mario Guerra y Renecito de la Cruz, en monólogos de sabor jazzístico, intelectualmente chispeantes. Los músicos involucrados en la representación. Gente joven en su mayoría, de sumo talento; dos trompetistas con cierta y buena andadura, Yasek Manzano y Carlos Sarduy, un baterista que se proyecta seguro en su discreción, Pablo Calzado; un pianista que evidencia un pensamiento armónico de rápida evolución, Abel Calderón, mal acompañado por un instrumento sordo y pobre; y un bajista, Paseiro, con vocación guitarrística y vertiginosa digitación en cuerdas de timbre opaco.

De la chistera de Cubanismo, la aventura musical de Jesús Alemañy, Bobby convocó a Rolando Pérez Pérez, saxofonista que reverdeció laureles, y a Papiosko, un conguero con mayúscula, de la estirpe de los Giovanni Hildalgo y los Miguel Angá. Y cerró filas con Orlando Sánchez, excepcional compositor y saxofonista, a quien hizo pasar —era parte del juego teatral— como pianista. Y sacó un "espontáneo" del público, Pepito Scull, para un Tenderly a lo Al Jerrau; a un viejo ejecutante de tap, y a las veteranas y sensacionales parejas de baile de Santa Amalia.

En el centro de tanta actividad, Bobby, con armas de demiurgo, se las arregló para atar cabos y propiciar el encuentro del blues con la rumba, del swing con la timba, de los estándares con la creación actual, y en su caso, del scat con el fliscorno.

Todo como siempre debe ser.

 

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