Industrialización:
obra de la Revolución y huella del Che
JOAQUÍN ORAMAS
En
el acto central por el Día de la Rebeldía Nacional
celebrado en el año 2003 en Santiago de Cuba, el Comandante en Jefe
Fidel Castro manifestó que el programa de reformas políticas y
sociales que 50 años atrás lo llevó a atacar el Cuartel Moncada
había sido sobrecumplido tras el triunfo de la Revolución en 1959.
Hoy,
con 11 177 743 habitantes, casi el doble de la población de hace
medio siglo, aquellas condiciones humillantes existentes en el país
han sido eliminadas, a pesar del bloqueo, del terrorismo y de todas
las agresiones de Estados Unidos contra nuestro pueblo.
La obra se extiende
igualmente al desarrollo industrial, con un panorama muy distinto al
denunciado en La Historia me absolverá:
Salvo unas cuantas
industrias alimenticias, madereras y textiles —dijo Fidel en
su histórico alegato—, Cuba sigue siendo una factoría
productora de materias primas. Se exporta azúcar para importar
caramelos, se exportan cueros para importar zapatos, se exporta
hierro para importar arados...
La preocupación por el
futuro económico del país era notable en los últimos tiempos de
la república mediatizada. La mayoría estaba de acuerdo en que
urgía un cambio pero ¿cuál? ¿hacia dónde?, se preguntaban
muchos.
FIDEL ENSEÑÓ EL
CAMINO
El asalto a los
cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes y el posteriormente
conocido alegato de Fidel durante el juicio por esos históricos
sucesos, indicaron al pueblo el camino a seguir. Han transcurrido 46
años desde la victoria revolucionaria y es necesario repasar ahora
lo ocurrido después de 1959.
La primera estrategia de
desarrollo fue la diversificación de la economía, hasta ese
momento dependiente de la producción de azúcar y del comercio con
Estados Unidos. Como resultado, se logró inicialmente un
crecimiento económico moderado, aunque se avanzó poco en cuanto a
reducir el monocultivo azucarero. La dependencia económica de EE.
UU. descendió sustancialmente y se inició un rápido giro hacia el
intercambio comercial sobre nuevas bases —comercio justo y
equitativo— con la Unión Soviética y el campo socialista; la
distribución de la renta se hizo considerablemente menos desigual y
favoreció especialmente a las zonas rurales, si bien dicha
política redujo la formación de capital.
Ya en 1961 comenzó a
aplicarse en Cuba el modelo de planificación fuertemente
centralizado; continuó el proceso de colectivización, se mantuvo
el intento de industrialización; las relaciones diplomáticas con
Estados Unidos fueron rotas, por la actitud declaradamente hostil de
su Gobierno contra la Revolución, y crecieron los lazos con la URSS
y el campo socialista.
En aquellos primeros
años los planes de industrialización fueron ambiciosos. Mucho
logró el Ministerio de Industrias que dirigía el Comandante
Ernesto Che Guevara en la aplicación de una estrategia de
desarrollo basada en el intento de una industrialización rápida
con diversificación agrícola, y en el modelo de planificación
centralizada.
Dicha estrategia tenía
entre sus principales fundamentos el desarrollo de una
infraestructura energética, iniciada con la contratación en la
URSS de bloques de generación de electricidad que permitieron el
surgimiento de nuevas termoeléctricas.
La estrategia impulsada
por el Che incluyó la extensión a toda la Isla de líneas de
transmisión de 110 y 200 Kv y líneas de distribución; la
construcción de subestaciones y la remodelación de las obsoletas
plantas que operaba la Compañía Cubana de Electricidad (el pulpo
eléctrico, como le llamaba el pueblo a esa transnacional yanki).
En 1986 se habían
invertido alrededor de 1 200 millones de dólares en esa esfera que
garantiza hoy el servicio eléctrico a más del 95% de la población
y a todos los sectores de la economía (al triunfo de la Revolución
disfrutaba de este vital servicio menos del 50% de la población).
La política de
desarrollo preveía la explotación de la central electronuclear de
Juraguá, en la provincia de Cienfuegos, obra que quedó inconclusa
al desaparecer la URSS.
Paralelamente, desde los
primeros años tras el triunfo de la Revolución se creaba la
industria sideromecánica con la ampliación de la siderúrgica
Antillana de Acero, que llegó a producir más de 400 000 toneladas
en un año, entre cabillas y otros renglones; la planta Cubana de
Acero, destinada a fabricar tanques y otros componentes; la Fabric
Aguilar Noriega, de Santa Clara, dedicada a la fabricación de
componentes para centrales azucareros, y centenares de otros
centros, que permitieron producir por primera vez en Cuba centrales
azucareros.
A fines del siglo
anterior se pusieron en marcha la siderúrgica de Las Tunas, la más
moderna de su tipo en el país, y plantas mecánicas en esa ciudad y
en Camagüey.
En el campo de la
minería se humanizaron y modernizaron las condiciones de trabajo.
Uno de los mayores éxitos industriales en esos primeros años fue
la puesta en marcha de la moderna planta niquelífera de Moa,
abandonada por los ingenieros y técnicos norteamericanos casi
seguros de que los cubanos no seríamos capaces de echarla a andar.
En la tierra del
níquel, la Revolución construyó la planta Ernesto Che Guevara y
modernizó la de Nicaro, construida también por los
norteamericanos, durante la Segunda Guerra Mundial.
Mientras en la URSS y
otros países socialistas se preparaban cientos de especialistas y
obreros en la rama petrolera, se creaba el Instituto del Petróleo y
se ordenaba realizar los trabajos de prospección en los campos con
posibilidades de existencia de hidrocarburos. (En 1958 la
extracción petrolera nacional no sobrepasaba las 65 000 toneladas
anuales pero se conocía que las empresas extranjeras,
principalmente norteamericanas, habían realizado estudios de las
fuentes energéticas nacionales cuyos resultados guardaban en
secreto).
La semilla sembrada por
el Che como ejecutor de la política de la Revolución en esa rama
fructificó a lo largo de los años. Hoy Cuba produce cerca del 50%
del petróleo que el país necesita, con la extracción de ese
recurso en distintos campos y la utilización del gas acompañante
en la generación de electricidad y en el consumo directo.
Igualmente contribuyen al desarrollo de esta actividad la
aplicación de modernas tecnologías en los yacimientos en
explotación y en la prospección que tiene lugar a lo largo y ancho
de la Isla, y en la zona exclusiva cubana del Golfo de México.
Asimismo, se
construyeron oleoductos y la base de supertanqueros de Matanzas, y
aumentaron las capacidades de almacenamiento de combustibles y de
refinanciación.
LA OBRA SE EXTIENDE A
OTROS SECTORES
Las necesidades de
fertilizantes y de otros productos de la industria química
viabilizaron la construcción de modernas plantas en Nuevitas y
Cienfuegos, y la explotación de otras menores en La Habana y
Matanzas. También fueron construidas la fábrica de envases de
vidrio de Las Tunas, otra para productos farmacéuticos en La
Habana, que junto a la antigua de San José de las Lajas,
sustituían importaciones.
Igualmente entraron en
producción tres fábricas de cemento, otras de gases industriales,
la de sulfometales de Santa Lucía. Fueron modernizadas las
fábricas de neumáticos y papel heredadas del capitalismo. A estas
últimas se añadieron la productora de libretas de Cárdenas y el
moderno combinado de Jatibonico.
Más recientes son los
poligráficos Granma, Juan Marinello y Federico Engels, que aseguran
la impresión de millones de libros. Se agregan realizaciones en la
industria ligera (textiles, plásticos, pieles...), que aunque
fueron afectadas, como las de otros sectores, por el periodo
especial, dieron cumplimiento al Programa del Moncada y lo
superaron.
También sobre la base
de la cooperación e integración con la URSS y demás países
socialistas, en la década de 1980 se inició el desarrollo de la
industria electrónica y la introducción de las técnicas de
computación. La producción de semiconductores electrónicos,
televisores, radiorreceptores, displays y teclados alfanuméricos, y
de equipos electrónicos para investigaciones médicas y otras,
comenzó a desplegarse —contando para ello con la formación
previa de ingenieros y técnicos—, y tuvo un impacto visible en el
desarrollo económico y social, detenido por la desintegración de
la Unión Soviética y del campo socialista europeo.
Hoy, sobre nuevas bases
como las relaciones económicas y comerciales con China, y
estrategias adecuadas a las condiciones actuales, ese desarrollo
continúa.
La industria
médico-farmacéutica, en la que ha sido determinante el
conocimiento desarrollado por la obra educacional de la Revolución,
ha tenido en relativamente corto plazo resultados a la altura de los
que con muchos más recursos y experiencia exhiben países de alto
desarrollo. Muestra de ello son entidades de
investigación-producción como el emblemático Centro de
Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) y productos exclusivos
y altamente eficaces como las vacunas antimeningocócica y contra la
hepatitis-B, el PPG y la melagenina, entre otros.
Gracias a la concepción
sostenida por el Che, y aplicada durante todos estos años, de que
el desarrollo de la conciencia junto al desarrollo de la base
material podía permitir al país saltar etapas en la construcción
del socialismo, se alcanzaron significativos avances no obstante el
bloqueo norteamericano, la escasez de divisas libremente
convertibles y el atraso de las tecnologías del campo socialista.
La política educacional
tuvo, y continúa teniendo, un decisivo papel en la
industrialización del país. En Cuba, al triunfo de la Revolución
había 2 500 ingenieros y arquitectos y, posteriormente, como
consecuencia del robo de cerebros organizado por Estados Unidos,
solo quedaron 750 profesionales de esas disciplinas. Como respuesta,
en cuatro décadas se han formado más de 45 000 especialistas en
ciencias técnicas; agréguense decenas de miles de nivel medio y
obreros especializados.
A pesar del tránsito
por etapas complejas y difíciles como el periodo especial
resultante de la desintegración de la URSS y del campo socialista
europeo, y del recrudecimiento del bloqueo de EE. UU., los avances
de la industrialización en Cuba son visibles y han tenido una
influencia determinante en las realizaciones sociales de la
Revolución.
La industrialización,
aunque no es una tarea concluida —mucho menos en un mundo que
avanza aceleradamente en el plano tecnológico— supera con creces
la situación que heredó la Revolución y lo enunciado por Fidel en
el Programa del Moncada.
A pesar de obstáculos
impuestos por nuestros enemigos y de nuestras propias
imperfecciones, gracias a lo que empezamos a hacer un día y hemos
hecho hasta hoy bajo la orientación y el ejemplo inspirador de
hombres como Fidel y el Che, es posible seguir adelante y ver cómo
se convierten en realidad los nuevos programas de la Revolución
para beneficio de todo el pueblo.
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