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Baselitz
VIRGINIA ALBERDI
BENÍTEZ
Al fin Baselitz. Justo a
tiempo, en el cuarto aniversario de la apertura del Edificio de Arte
Universal del Museo Nacional de Bellas Artes, gracias a la
colaboración de la Fundación Ludwig de Cuba, el Foro Ludwig, el
Museo Ludwig de Aachen y el Goethe Institut. Los 80 dibujos y
acuarelas de Georg Baselitz que se exhiben desde este fin de semana a
lo largo de más de dos meses en el recinto habanero nos acercarán a
uno de los creadores alemanes más inquietantes de la
contemporaneidad.
Aunque le han colgado la
etiqueta de neoexpresionista, lo más relevante en la obra de este
creador germano estriba en la extrema tensión con que se desmarcó
tanto de los ideales ético-estéticos de la modernidad como de los
rejuegos posmodernos que pretendieron dar respuesta al agotamiento de
dichos ideales. De tal modo que nos encontramos con un transgresor por
excelencia, pero también con un artista que no se refocila en la
negación, que se duele de esta al punto de hacernos partícipes de su
atribulada emotividad.
Baselitz nació en la
ciudad sajona de Deutschbaselitz en 1938 y comenzó sus estudios en la
Kunstakademie de Berlín Oriental, donde sus inquietudes creativas
chocaron con la rigidez normativa del llamado realismo socialista. Mas
su inserción en el occidente de la ciudad dividida no dejó de ser
problemática. Solo mediante la protección de Hans Trier en la
Academia cercana a la estación del Zoo pudo abrirse paso. Los
conservadores lo atacaron cuando en 1961 firmó junto a Eugen
Schonebeck el manifiesto Pandemoniun y expuso sus primeras obras, de
fuerte contenido erótico.
En la década de los
sesenta pintó varias series de figuras monumentales a las que llamó
Héroes, Rebeldes y Pastores, que contribuyeron a insertarlo en los
circuitos del arte contemporáneo de su país. Mas fueron sus figuras
invertidas, de una amarga iconoclastia, pero de seguro dominio
técnico-expresivo, las que lo convirtieron en un referente
obligatorio de las artes visuales de la segunda mitad del siglo
pasado.
La consagración
institucional en esos circuitos llegó con su selección para
representar a Alemania en la Biennale (Venecia, por supuesto) en 1980.
Críticos, admiradores y estudiantes buscan con frecuencia los
trabajos de Baselitz en las galerías Michael Werner, de Koln y New
York. Vive actualmente entre la ciudad alemana de Derneburg y la
íntima villa italiana de Imperia, donde tiene su estudio.
Quisiera terminar esta
nota, más que con una invitación para que nadie pierda la
oportunidad única de acceder a la obra de Baselitz, con dos
observaciones. Una, para disfrutarlo más, debemos apreciar la
dialéctica entre lo convencional y lo no convencional de cada una de
sus composiciones. Otra, no se deje engañar por el sentido de la
vista; penetre en los argumentos filosóficos del creador.
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