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Nepal
La calma ausente
ARNALDO MUSA
Nepal
se encuentra al borde de una grave crisis humanitaria debido al
conflicto de nueve años entre el Gobierno y la guerrilla, y hasta
el 80% de la población que vive en zonas rurales, donde se han
registrado los más recientes enfrentamientos, se encuentra
desplazada.
Aunque el rey Gyanendra
aseguró hace unos días que el estado de emergencia ha sido
levantado, las cosas siguen tan iguales como cuando llevó a cabo un
virtual golpe de Estado el primero de febrero último.
Desde ese entonces, el
Parlamento sigue disuelto y el Primer Ministro destituido, mientras
el Ejército patrulla las calles, prosigue los arrestos y vigila los
edificios gubernamentales, correos y centros de telecomunicaciones,
y el banco estatal.
Pese a ello, asegura el
Rey que la calma ha vuelto a prevalecer, no hace caso de
exhortaciones de otros países para que restituya la normalidad,
aunque algunos, como Estados Unidos, Gran Bretaña y Bélgica, lo
ayudan militarmente y aumentan su contribución económica.
Según el criterio de
los analistas, la insurrección en la pequeña nación ha asustado a
unos cuantos, y solo por su falta de base social urbana, no logra
poner en peligro el trono y organizar una república.
El Centro de Medios
Independientes dice en su página web que "el Rey busca granjearse
el apoyo de la población, criticando la corrupción de esos
partidos de oposición... Es obvio que la sociedad se ha polarizado
entre los insurgentes y la monarquía, que persiste gracias al
Ejército Real de Nepal".
Lo cierto es que se
mantiene sin dar marcha atrás y ha afirmado que no habrá
elecciones hasta que se termine la rebelión.
Gyanendra subió al
poder en junio del 2001, tras la misteriosa masacre de su hermano,
el rey Birendra —achacada a un hijo de este, que se suicidó
después—, la reina y ocho integrantes de la familia real. A fines
de ese año declaró el estado de emergencia, suspendió los
derechos constitucionales y desató una violenta campaña contra la
insurgencia, con el apoyo militar, económico y político de
Washington y Londres, principalmente.
Un año después asumió
el Poder Ejecutivo, disolvió el Parlamento y nombró su propio
primer ministro. En el 2004 tuvo que devolver parte del mando a los
partidos parlamentarios, hasta que en febrero asumió nuevamente el
control absoluto. Ahora dice que "todo vuelve a la normalidad".
Pero nada puede ser
normal, ni la insurgencia deja de crecer en número y base popular,
porque la propia política de abandono —y no solo la violencia—
ha sido caldo de cultivo para ello. Y ahí están los hechos, según
se puede leer en Background on Nepal, de Geographic MapMachine:
Nepal es el país más
pobre en Asia. El 10% de la población posee el 52% de las riquezas,
y el resto apenas tiene el 10%.
Otros detalles
significativos apuntan que los indicadores sociales están a la
misma altura de las naciones más empobrecidas de África; solo el
15% de las mujeres y el 45% de los hombres están alfabetizados; la
mitad de los niños no tiene acceso a la enseñanza primaria, la
expectativa de vida es de 53 años para las mujeres y 55 para los
hombres, mientras menos de la mitad de la población tiene acceso al
agua y solo 6% a servicios sanitarios. Y lo más cruel: 80 niños
mueren cada día de enfermedades diarreicas.
Nueve años de guerra
continuada han causado la muerte de miles de seres humanos. De un
primer grupo de 100 guerrilleros en 1996, son ahora unos 10 000, con
una base popular activa que los eleva a 200 000 miembros —según
calculos de publicaciones asiáticas—, quienes realizan acciones
en 73 de los 75 distritos del país y han logrado aislar en dos
ocasiones a la capital, Kathmandu.
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