El camino para los sedientos

TUBAL PÁEZ

Invitadas por un conjunto de organizaciones cubanas, ya se encuentran en nuestra capital, más de 300 personalidades de todo el mundo, y muy en particular de América Latina y el Caribe, convocadas por algo tan noble y urgente como es la lucha contra el terrorismo y por la defensa de la verdad y la justicia.

La Habana, sede de la cita, bien puede considerarse como un museo viviente de la acción del terrorismo como castigo a un pueblo por haber escogido libremente un destino propio.

Los visitantes junto a participantes cubanos, además de reflexionar y denunciar, podrán tener contacto con una ciudad, que como el resto de la Isla, guarda innumerables huellas del terror organizado y financiado por sectores cargados de resentimiento y frustración, que enquistados en el Gobierno de una potencia, se hallan entrampados entre un discurso y un actuar contradictorios.

Combatientes, testigos, víctimas y familias, quienes quedaron marcados para toda la vida, abundan en sus barrios y centros de trabajo. La Habana es una ciudad en la que cada piedra rememora momentos de dolor, pero también de reclamos multitudinarios de justicia y de llamados a resistir y vencer.

Monumentos, tumbas, tarjas, flores y fotos por doquier acusan la mano terrible y cobarde del terrorismo: restos de un barco en un muelle, que volaron por los aires junto a los cuerpos despedazados de un centenar de obreros portuarios; hospitales pediátricos que fueron lugares de agonía y muerte para decenas de niños atacados por un virus introducido intencionalmente; un parque, donde antes fue incendiada una gran tienda por departamentos, en cuyas ruinas se encontró el cadáver de una ejemplar dirigente sindical; un círculo infantil, escenario del heroísmo de jóvenes que evitaron con su actuar que las llamas y el humo mataran a sus pequeños moradores.

Hay testimonios del horror en todas partes. En el Museo de la Alfabetización, en la Ciudad Escolar Libertad, entre manuales, faroles y cartas que se escribían por primera vez, están las imágenes de adolescentes asesinados brutalmente por el delito de llevar la luz de las letras a quienes la necesitaban.

En el Museo de la Seguridad del Estado, indigna ver cómo esa industria del crimen y el sabotaje desde sus cuarteles generales en la Florida, abastecía por aire o por mar a sus agentes en Cuba. La agresión no tuvo límites: toneladas de explosivos, armamentos, propaganda, planes de magnicidio, amenazas nucleares, documentos y leyes apócrifas, como aquella que indujo a familias, presas del temor y los prejuicios, a desprenderse, algunas para siempre, de sus hijos, que por miles fueron enviados a Estados Unidos.

Y por sus calles caminan veteranos soldados y milicianos, testigos de la caída heroica de compañeros, casi todos jóvenes, durante la invasión mercenaria por Playa Girón o en la lucha contra bandidos en las montañas del Escambray.

Pero Cuba no ha sido la única víctima. En América Latina, quienes sostenían ideas discordantes o reclamaban un ordenamiento más justo en las relaciones sociales debieron enfrentar el asesinato o el martirio como respuesta a las seculares demandas de sus pueblos.

El Plan Cóndor fue una especie de tratado de libre exterminio, mediante el cual las dictaduras militares de Sudamérica y los terroristas de origen cubano, dirigidos por la CIA, concertaron una represión transfronteriza, donde no había barreras en los caminos hacia la cárcel, la tortura o la desaparición.

El producto más tenebroso del pensamiento humano, que el planeta no veía con tanta crudeza desde los tiempos del nazismo, se desplegó bajo la batuta del imperialismo y la aprobación complaciente de las oligarquías locales.

Hace solo unos días, visité los Archivos del Terror en Asunción, donde, por supuesto, no está todo, pero sí numerosas evidencias de la macabra operación, que también será objeto de examen en el encuentro internacional del Palacio de las Convenciones. Vi allá muchas fichas de jóvenes argentinos y uruguayos refugiados en Paraguay, quienes eran apresados y puestos en manos de sus verdugos respectivos.

Las actas oficiales de entrega de una policía a otra están rubricadas, acuñadas y con las formalidades propias de los trámites requeridos para llevar las reses al matadero.

Las fuerzas represivas eran solo una de las zarpas de la fiera. En ese Archivo hay textos reveladores, como los documentos del Tercer Congreso de la Confederación Anticomunista Latinoamericana, reunido en el Paraguay de Stroessner, en marzo de 1977. Políticos de extrema derecha, entre ellos algunos miembros del Congreso estadounidense, generales de juntas militares y terroristas del continente, todos unidos en un puño de hierro y sangre, integraron la lista de asistentes.

Entre los acuerdos de aquel Congreso están la "protesta contra el Gobierno del presidente Carter por intentar suprimir la independencia de los pueblos y por sus ambiciones dictatoriales", y la "denuncia pública sobre la maniobra procomunista del presidente Carter".

No es difícil imaginar con cuanto delirio aplaudió allí "la delegación de Cuba", integrada, entre otros, nada menos que por Andrés Nazario Sargén, principal cabecilla de Alfa 66, y Armando Pérez Roura, quien años después reclamaría en Miami tres días de licencia para matar cuando cayera la Revolución.

Como era de esperar, hubo una resolución especial de apoyo al terrorismo contra nuestro país al recabarse de los gobiernos respectivos "recursos bélicos, económicos, propagandísticos y también en el campo político y diplomático" para la organización extremista anticubana presente en el Congreso.

En otro documento se arremete contra el "populismo de Torrijos" y la "dictadura de Castro" como ahora repiten, con idénticos propósitos, los enemigos de Chávez y Cuba.

De toda aquella inmundicia perversa brotaron asesinos de la catadura de Bosch, Posada Carriles y quienes los han amamantado durante casi medio siglo.

Esas y muchas verdades, que pretenden hacer olvidar a los pueblos, se oirán en La Habana, donde la memoria será una de las banderas a defender para que la lucha contra el terrorismo no se utilice como argucia en pos de mezquinos intereses, y para desnudar a un Gobierno mentiroso que da el trato de terroristas a simples trabajadores indocumentados y de inmigrante ilegal a un peligroso terrorista prófugo de una cárcel venezolana.

El encuentro que se iniciará próximamente, con la participación de intelectuales, artistas, líderes sindicales, integrantes de parlamentos y dirigentes de organizaciones de todos los continentes será, igualmente, una oportunidad para denunciar la indecencia política de quienes se han proclamado paladines contra el terrorismo, mientras protegen a repugnantes asesinos.

Nuestro planeta sufre de muchas carencias. Quizás de la que más padece sea de esa sed de justicia que con tanta razón y argumentos Fidel ha descrito durante toda una vida entregada, de manera incansable y ejemplar, a señalarnos el camino que nos lleve a saciarla para siempre.

Ese mismo espíritu unirá a hombres y mujeres que venidos de todas partes están decididos a librar una lucha mundial contra el terrorismo, por la verdad y la justicia.

 

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