Me niego a creerte ausente
Texto
y foto: PASTOR BATISTA VALDÉS
Mañana,
como cada segundo domingo de este mes, el pequeño Cristian Carlos y
su hermana Gabriela se acercarán a la tía Maricela Leyva
González, la abrazarán bien fuerte, le darán un beso, una postal,
quizás un modesto regalo y ella se sentirá la mujer más feliz del
mundo, porque tiene no solo el cariño de su verdadero hijo,
William.
Pero también mañana,
como ocurre desde hace casi tres décadas, a Maricela, igual que a
su hermano Douglas, la invadirá una profunda nostalgia.
La familia no podrá
sentarse, como siempre sucedió, a saborear recuerdos, ideas,
proyectos o el más humilde pastel. Falta mamá Gudila. Falta papá
Carlos. Ambos se apagaron irremediablemente desde que la diabólica
mano de un asesino llamado Luis Posada Carriles calcinó la vida de
Carlos Miguel Leyva González: orgullo y aliento de la casa, del
barrio, de esta ciudad...
"Yo
nunca conocí a una mujer más entusiasta, alegre, fuerte, saludable
y emprendedora que mi madre —afirma Maricela— trabajaba en la
industria alimenticia; siempre andaba atareada en asuntos de la
emulación, en actividades de la Federación, participaba en las
tareas del CDR y, aún así, tenía tiempo para atender los
quehaceres de la casa y a nosotros. Creo que por eso todo el mundo
la quería. En días como este recibía el cariño y la
felicitación de mucha gente...
"Pero
mamá empezó a morir desde aquel 6 de octubre de 1976, cuando
murió Carlitos en el sabotaje al avión de Cubana. A mi madre le
habían arrancado un pedazo de su vida. Tres años después mi padre
no soportó más dolor y murió de un infarto masivo. La
descompensación de mamá fue irreversible. Luego le sobrevino una
especie de infarto cerebral con afectación trombótica del lado
derecho. Finalmente murió. La mató el mismo asesino.
"No
imaginas lo duro que me resulta hablar de eso. Primero por el dolor
que nos provocaba ver a mamá sin el beso de Carlitos cada Día de
las Madres y en segundo lugar porque tampoco ahora podemos darle ese
beso mi hermano y yo."
Fuertes, como Gudila,
Maricela y Douglas siguen sumando energías y razones cada día para
derrotar a la tristeza.
Por eso ayer me
pidieron, con renovado entusiasmo, que les hiciera llegar todo su
respeto y cariño a las madres y esposas de los Cinco Héroes
cubanos, ultrajados y encarcelados en Estados Unidos, a las demás
mujeres que como Ana María Grant perdieron hijos en el vil sabotaje
o en otros crímenes similares y a todas las madres y abuelas
cubanas.
Y también por ello, por
ese aliento multiplicado, mañana domingo en el hogar de Maricela y
de su esposo habrá decoro, dignidad, felicitaciones y estará
presente el abrazo bien condensado e interminable, tal y como siguen
siendo —más allá del tiempo— la sonrisa de Carlos Leyva en una
fotografía tomada al año de edad, y la imagen de Gudila, avanzando
con una bandera entre sus manos, a la vanguardia de una marcha
popular. |