Lenin es la historia

RAÚL VALDÉS VIVÓ

Este 22 de abril, en el aniversario 135 de su nacimiento, los revolucionarios cubanos hacemos un alto en el camino para rendir tributo a Lenin, uno de los entrañables nombres que caracterizan nuestro pensamiento colectivo, junto a Marx y Engels, junto a Martí, junto a Fidel.

Nació en una ciudad aledaña al río Volga, vivió físicamente solo 54 años y pasará ese mismo número, pero de siglos, y los hombres recordarán su vida y su obra.

Hijo de un funcionario bien pagado del zarismo, Lenin luchó desde estudiante por derrocar al zar; sufrió cárcel, destierro, persecuciones, estudió el pensamiento revolucionario europeo y muy joven escribió un audaz libro que llevaba a la realidad rusa el trabajo fundacional de Marx, El Capital, un libro sobre la economía de Rusia demostrativo de los males que ella padecía, no tanto por el desarrollo del capitalismo, como por su escaso desarrollo. Lenin hizo lo mismo que Martí al fundar un partido revolucionario, y lo convirtió en el Estado Mayor de los obreros y campesinos que utilizaron la Primera Guerra Mundial para desatar la Revolución del 7 de noviembre de 1917, que un quinquenio después, luego de vencer en la guerra civil y derrotar la intervención militar de 14 Estados extranjeros, creó la Unión Soviética, inaugurando la época del paso del capitalismo al socialismo. Murió en 1924 al combinarse una enfermedad cerebral con un atentado terrorista en el que balas envenenadas lo hirieron de gravedad.

Lejos de copiar a Marx y Engels, cuya sabiduría aplicaba, Lenin los continuó. Esto hace que los verdaderos leninistas también penetren en la realidad que no fue la de ellos, sino que es la nuestra. El mundo padece los males que descubrieron, pero agravados hasta límites insoportables. Y se añade un peligro nuevo: que desaparezca la especie humana por guerras con armas aniquiladoras de lo viviente o el agotamiento de los recursos naturales. Fidel alerta de ese peligro para demandar la unión de todos.

Marx vio en la exportación de mercancías la principal característica del capitalismo.

Lenin dijo que, manteniéndose ese comercio, prevalecía la exportación de capitales.

Ahora, en la globalización, perduran esos hechos, aunque las grandes potencias en realidad importan capitales, al saquear las riquezas del Tercer Mundo a cambio de papeles sin respaldo económico efectivo, como resultado de imprimir ellos las monedas que circulan libremente por el mundo en virtud de su poderío imperial.

Marx creía que el desarrollo del capitalismo dejaría dos clases en lucha: obreros y burgueses, lo que aseguraba la victoria de los primeros sobre los segundos a causa de la aplastante superioridad numérica y que, salvo el trabajo de vigilancia y administración, por el que pueden recibir un salario, los burgueses para nada son necesarios en el proceso productivo. Su condición de dueños les permite explotar a los trabajadores, dejar de pagarles una parte de su trabajo, del que se apropian. La revolución social sería por eso simultánea en los países donde el capitalismo había sustituido al feudalismo y se extendería por todo el planeta.

Lenin apreció que el imperialismo, en el que los grandes capitales monetarios, financieros y comerciales se fusionan en gigantescos monopolios, tiene un desarrollo desigual y su dominación es una cadena posible de romper por sus eslabones más débiles, siempre que los obreros, más que los burgueses pero minoritarios respecto a la población total, logren aliados como los campesinos, en su época la inmensa mayoría. Hoy los aliados son también los que no podrán nunca trabajar, y estudiantes, científicos, intelectuales, e incluso ricos que ven que el imperialismo aniquila los valores humanos.

Para ser la vanguardia respecto al resto del pueblo, los obreros necesitaban su propia vanguardia: el Partido, y Lenin lo organizó desde los círculos de estudio y en el exilio hizo escuelas políticas. Transformó las posibilidades para la Revolución social en huelgas y finalmente en insurrección victoriosa.

El Estado obrero y campesino creado por la Revolución leninista del 25 de Octubre (según el viejo calendario juliano) venció la hambruna, la guerra, el aislamiento. Sin que faltaran errores, el nuevo Estado colectivizó la agricultura, industrializó el inmenso país, alfabetizó, fabricó armas modernas, desarrolló la ciencia llegando primero al cosmos, supo vencer a los agresores fascistas que habían ocupado casi toda Europa, hizo surgir en ella un grupo de Estados Socialistas. Sin embargo, un mal día el campo socialista desapareció como una piedra que cae al agua. Se olvidó el alerta de Lenin de que una revolución vale, lo que sepa defenderse. Al perder la batalla de las ideas, el Partido que tantos milagros sociales había hecho, del que se apoderaron ingenuos y oportunistas, y el Estado corroído por el burocratismo y la corrupción, se vinieron abajo. Surgió entonces el mundo unipolar, un imbécil llegó a proclamar el fin de la historia.

Pese a todo, el marxismo-leninismo vive, porque se mantienen, agravadas infinitamente, las contradicciones antagónicas del imperialismo: entre los trabajadores y los capitalistas, los países desarrollados y los subdesarrollados que son eslabones débiles y forman el Tercer Mundo, los propios imperialistas entre sí, que han saqueado tanto que solo empleando la violencia, tanto como el engaño y la mentira, pueden proseguir acumulando riquezas insultantes.

Con la misma audacia teórica y práctica de Lenin, colocando las verdades universales dentro de las particularidades históricas, al modo en que un árbol no puede estar sembrado en un papel, sino requiere un terreno real, para lo cual cada pueblo añade al pensamiento general de los Maestros el de sus propios héroes, el Socialismo se desarrolla en hermanos países asiáticos, mientras Cuba, que está saliendo invicta de todas las pruebas, reanuda su construcción, para hacerlo todavía más justo, humano, eficiente y hermoso. El Socialismo representa el porvenir del mundo.

La gloriosa Revolución bolivariana y el despertar que sacude a toda Nuestra América demuestran que Lenin vive. Es, sencillamente, la historia.

 

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