Guillermón Moncada

Los hombres como él no se lloran, se imitan

ORLANDO GUEVARA NÚÑEZ

El 5 de abril de 1895, en Mucaral, Mayarí Arriba, dejó de existir uno de los héroes más brillantes de las gestas cubanas contra el colonialismo español: Guillermo Moncada Veranes. La historia lo recuerda como Guillermón; por su estatura y opulencia así fue llamado por sus compañeros de armas en la manigua redentora.

Nació el 25 de junio de 1840 en Santiago de Cuba, en la actual barriada de Los Hoyos. Hijo de una familia negra extremadamente humilde. Su madre, Dominga Trinidad Moncada, y su padre, Narciso Veranes, vivían en la pobreza, pero con una riqueza moral que heredó el joven y determinó su formación desde la niñez. Su bondad y valentía fueron dos rasgos inherentes a su carácter.

Al estallar la guerra del 10 de Octubre de 1868 en La Demajagua, este patriota estuvo entre los primeros en incorporarse a las fuerzas insurrectas, junto a otros representantes de la juventud santiaguera. Su bravura lo distinguió desde temprano en los combates, en varios de los cuales resultó herido en acciones bajo el mando de los más prestigiosos jefes mambises. Todo ello fue aval para ascender al grado de General del Ejército Libertador. Más de 50 enfrentamientos con el enemigo los realizó como combatiente de las tropas de Antonio Maceo.

Ágil y audaz en el manejo del machete, Guillermón protagonizó con esa arma hechos que hoy lo destacan como bravo entre los bravos. Uno de estos fue el duelo personal a muerte, en el que venció a un teniente coronel español, esgrimista, en su propio refugio.

Cuando Máximo Gómez lo designa para sustituir en el mando al coronel Policarpo Pineda (herido en combate), le encomienda también la misión de poner fin a los vandalismos cometidos por las escuadras de Santa Catalina del Guaso, bajo la jefatura de Miguel Pérez Céspedes, quien se jactaba de desear un duelo a machete con Moncada. Recoge la historia que un día en un camino, en un papel doblado, encontró Guillermón la siguiente nota: "A Guillermo Moncada donde se encuentre. Mambí: no está lejos el día en que pueda sobre el campo de la lucha bañado por tu sangre, izar la bandera española sobre las trizas de la bandera cubana". Y la firmaba Miguel Pérez.

Al dorso del propio papel escribió Guillermón: "Enemigo: Por dicha mía se aproxima la hora en que mediremos nuestras armas. No me jacto de nada, pero te prometo que mi brazo de negro y mi corazón de cubano tienen fe en la victoria. Y siento que un hermano extraviado me brinde la triste oportunidad de quitarle filo a mi machete. Mas, porque Cuba sea libre, el mismo mal es bien". Firmó el papel y lo dejó en el mismo lugar.

Poco después llegaría el día del enfrentamiento. El machete de Guillermón se impuso en largo y sangriento duelo, y el vencedor envió a Gómez, como testimonio de lo sucedido, las insignias usadas por el traidor.

Luego de la paz sin independencia del Zanjón, Guillermón se encuentra entre los oficiales que, junto a Antonio Maceo, protagonizan la viril Protesta de Baraguá. La llamada Guerra Chiquita lo suma otra vez a la manigua, y luego del fracaso de esta —tras un engañoso proceder de las autoridades coloniales— es enviado a prisión, primero en Cuba y luego a las Islas Baleares, jurisdicción también de España.

Luego de seis años de prisión regresa el jefe mambí a la Patria, en 1887. Las duras condiciones de la cárcel no han quebrantado su moral, pero sí su salud, pese a lo cual continúa sus actividades conspirativas. En 1893 es detenido nuevamente, hasta la mitad del año siguiente.

Los clarines de la guerra revolucionaria llamaron de nuevo a los patriotas a la lucha. Alzamientos internos y expediciones desde el exterior formarían parte del plan trazado por José Martí para la nueva contienda. Y el gigante de estatura y de gloria, sabiendo cercana su muerte, con los pulmones destrozados por la tuberculosis, va a los campos de batalla, nombrado Jefe Militar de Oriente. Se establece en Loma de la Lombriz, término de Alto Songo.

Pese a su gravedad estuvo al frente del ataque a Dos Caminos y poco después en Charco Grillo, Mayarí Arriba, tendría su último combate. Cuatro días más tarde del desembarco de Antonio Maceo por Duaba, y seis antes de la llegada de Martí y Gómez por Playita de Cajobabo, Cuba perdía a uno de sus más gloriosos generales mambises. Los restos venerados reposan hoy en el cementerio de Santa Ifigenia, en la ciudad que lo vio nacer y vivir como patriota.

El luto entre las filas insurrectas fue profundo. Y cuentan que al conocerse la noticia, ante la consternación de los combatientes, su ayudante, el Capitán Rafael Portuondo Tamayo, en cuyos brazos falleció el héroe, pronunció palabras con vigencia para todos los tiempos: "Los hombres como el General Moncada no se lloran, se imitan". Así recordamos hoy al héroe en el aniversario 110 de su muerte, tan gloriosa como la de los caídos en combate.

 

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