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Los últimos
gaiteros de La Habana
Música gallega en
tiempo de guaguancó
ANTONIO PANEQUE
BRIZUELA
Transcurridos
varios siglos de aquella mítica boda insular entre la guitarra y el
cuero, pocas asociaciones sonoras entre instrumentos de ambas
latitudes habitaron el pentagrama con tanta credibilidad como esta
que ahora nos ofrece Los últimos gaiteros de La Habana, pese
a no ser esa la única verdad develada por este documental sino,
más bien, su cubierta dorada.
Obra
ganadora del Gran Premio en el reciente Primer Festival de la
Televisión Cubana, cierto es que en ella la música, nuevamente,
deviene puente entre continentes y costumbres, entre antiguas y
modernas espiritualidades, entre razas, en este caso mediante una
sorpresiva entidad integrada por la gaita, la tumbadora y otros
instrumentos generadores de ritmo.
Filme de 27 minutos,
dirigido por Natasha Vázquez y Ernesto Daranas, ganador del último
Premio de Periodismo Rey de España, las armonías de la gaita
(muñeiras, alboradas, pasodobles), el repicar de la percusión
(rumba, guaguancó), y las corporaciones rítmicas resultantes,
integran la guía musical de una agradable y nostálgica banda
sonora, completada por el tema original, a cargo de Norge Batista,
en una suerte de sincretismo melódico que deviene aporte al filme.
¿Nueva piel para la
gaita española? ¿Cambio de entorno de esa máquina sonora? ¿Gaita
en tiempo de guaguancó? ¿"Coctel gallego cubano"? Puede ser, pero
se nos antoja mejor hablar de "cubanización'', "americanización'',
"tropicalización'', en fin, de la gaita española. O, al decir de
los realizadores, "el curioso destino de la gaita" en la patria de
la rumba y el son.
No debe extrañarnos
hablar de "dramaturgia" en un documental, pese a ser este un género
cuyo sustento teórico-práctico esencial es la realidad. Pero es
que en este filme aparece ese ingrediente artístico en mayores
proporciones que lo habitual, gracias a la entrada "a escena" del
principal "actor": Eduardo Lorenzo, el último de los gaiteros
gallegos de La Habana, profesor de alumnos cubanos y fabricante del
instrumento.
Idea general y
fotografía de Rigoberto Senarega y edición de Pedro Suárez,
parecería que al guionista se le escapó de entre las manos, para
bien, esta tremenda figura cuyo caminar errático, propio de la edad
acompañada de bastones, se mueve como una parábola viva a lo largo
del documental, como cumpliendo un guión escrito por sí mismo, una
metáfora que atrapa entre suspiros al más recio espectador, en
curioso discurrir entre las calles, sitios y plazas de Cuba y las de
España, desde La Habana hasta Pontevedra y su aldea (parroquia de
Arbo).
Por esas y otras rutas
trazadas por los realizadores se mueve Eduardo Lorenzo —cuyo
regreso, tras medio siglo de ausencia, se debe a este documental,
producido con la colaboración de la Xunta de Galicia— pero con
movimientos propios y entre cuyos hitos principales podrían
mencionarse el encuentro del gaitero y el joven Wilber Calvero ("¿Quién
ha visto —diría Eduardo, condescendiente— un negro tocando
gaita?"); y los diálogos en España con ruinas, paredes y deidades.
Todo ello seguido por el
reencuentro con Carlos Núñez, famoso gaitero gallego de nueva cepa
("Es como si Galicia creciera en América"); el sorpresivo
fallecimiento de Lorenzo, ya en Cuba, terminada la filmación, mucho
antes de comenzar el montaje; y, por último, el parlamento del
músico acompañado por la propia melodía interpretada durante su
entierro por sus alumnos de gaita en una suerte de epitafio
funerario:
—
No quería morir sin dejar un gaitero o dos...
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