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Negarse a votar por el terrateniente les costó el desalojo
RONAL SUÁREZ RAMOS
Pedro Maura no ha podido
olvidar aquel momento en que el lindero de la finca que tenía en
arrendamiento pudo haberse convertido en escenario de una
carnicería humana. Su hermano lo dijo tajantemente al grupo de
sicarios de Pedro Blanco: "Si pican la cerca, las carretas no van a
cargarse de tarecos, sino de muertos".
Antero Jaime tiene 90 años de edad y recuerda que en aquellas elecciones votaban hasta los muertos.
Y aunque eran solo siete
u ocho campesinos armados con dos escopetas, frente a un número
mucho mayor de adversarios, estos optaron por retirarse. ¡Ganamos
la pelea!, se dijeron, pero la alegría duró poco.
Horas después cinco
parejas de guardias rurales les cayeron encima y se los llevaron,
primero para Viñales y después hacia la prisión de Maceo 18, en
Pinar del Río. "Nos trasladaron a pie, pastoreados como el ganado,
mientras sus grandes caballos nos acosaban", especifica Maura.
Pedro Maura nunca sacó la cédula electoral.
Cuando los pusieron en
libertad, un mes más tarde, ya no tenían casas ni sembrados, y sus
familias vagaban sin rumbo fijo en busca de lugares donde asentarse.
El relato pudiera
parecer pura ficción, pero, todo lo contrario, corre el riesgo de
quedarse corto ante la realidad. Es solo un capítulo de los
criminales desalojos que tuvieron lugar en la hacienda El Rosario,
de Viñales, durante el año 1942.
Mi
padre pudo haber vivido mucho más, afirma Prudencio.
Pero, ¿qué provocó la
ira del poderoso terrateniente, por demás representante a la
Cámara? Sencillamente la negación de varias familias a votar por
él en las recientes elecciones, aun cuando sabían que de todas
formas resultaría electo.
"Yo
ni siquiera saqué la cédula electoral, porque sabía que si lo
hacía me la iban a quitar para favorecer a aquellos abusadores.
Nadie en mi familia les hizo el juego, aunque nos costó caro",
reflexiona Maura, quien ya cumplió 85 años de edad.
No todos los desalojos
tuvieron el mismo modus operandi. Prudencio Rodríguez, por ejemplo,
había cumplido las tres décadas y poseía su cédula electoral, al
igual que sus dos hermanos. Pero el día de las elecciones, en vez
de ir para el colegio, se perdieron del barrio.
"Mi
padre fue y votó, pero nosotros no lo hicimos, pues estábamos
conscientes de que en cuanto llegáramos al colegio, los guardias
nos quitarían los documentos para darle los votos a Pedro Blanco.
Ellos eran quienes mandaban allí.
"Entonces
el latifundista le dijo a papá que él podía quedarse en la tierra
todo el tiempo que quisiera, pero a nosotros no quería vernos
dentro de la finca.
"De
manera que tuvimos que irnos, después nos afiliamos al Partido
Ortodoxo y la última vez que voté fue por Chibás, en 1948.
"Años
más tarde otro terrateniente también nos botó porque nos negamos
a participar en aquella farsa. En esa oportunidad me metí en un
manglar y no regresé a la casa hasta por la noche. Entonces supe
que durante el día habían ido siete hombres a buscar las cédulas.
"Mi
padre murió en 1958, poco antes de que triunfara la Revolución, si
llega a resistir unos meses, hubiera podido vivir mucho más, pues a
partir de entonces fue que los guajiros tuvimos acceso a médicos y
medicinas", expresa Prudencio, quien a los 93 años de edad mantiene
una envidiable memoria.
La familia de Antero
Jaime fue otra de las desalojadas por la misma causa: "Eran tiempos
muy grimosos, porque se veía de todo. Un criminal como Pedro Blanco
salía electo de todas maneras, porque tenía el poder en la mano".
"La
mayor parte de los campesinos no votaba; los sargentos políticos
les recogían las cédulas y con ellas se elegían y reelegían
aquellos politiqueros corrompidos", afirma Jaime.
De la crudeza de los
desalojos, recuerda que incluso hubo mujeres recién paridas que
estaban hirviendo la leche para sus críos, cuando llegaron los
esbirros y les botaron las cazuelas para el patio.
"Tras
el triunfo de la Revolución, Fidel nos citó a una reunión y dijo
que todos los que deseáramos regresar tendríamos una casa y
trabajo asegurados. En total se construyeron 140 viviendas y la vida
cambió radicalmente en El Rosario, como en toda Cuba", expresa. |