Aniversario 152 del Natalicio del Apóstol
En el alba de América
HÉCTOR ARTURO
Aquella nublada tarde
del viernes 28 de enero de 1853, tal y como la describió después
en su poema, José Martí llegó al mundo reclamando a su madre el
yugo, para, puesto en él de pie, lucir mejor en su frente la
estrella que ilumina y mata.
Echó a andar su suerte
con los pobres de la Tierra, de niño juró lavar con su sangre el
crimen de la esclavitud de los hombres, que es la gran pena del
mundo, y ni el grillete ni el exilio forzoso pudieron acallarle el
verbo y detenerle la acción.
Unió a los pinos viejos
con los nuevos, fundó un único Partido y un periódico para hacer
la Guerra Necesaria y retornó a la Patria en un bote de remos, por
aquellos riscos increíbles en los que solo es capaz de desembarcar
un ansia enorme, en la agreste zona de un Cajobabo que ya para
siempre debíamos llamar Playitas de Martí.
Y subió lomas, que
hermana hombres, con su mochila, su fusil y su Diario de Campaña, y
escribió en verso y prosa sus verdades aún vigentes, y ya con sus
grados de Mayor General, apenas unas horas antes de caer en combate,
descubrió por entero su misión de impedir a tiempo, con la
independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados
Unidos, y caigan con esa fuerza más sobre nuestras tierras de
América.
Había vivido en el
monstruo y más que nadie le conocía las entrañas de engullir
pueblos, y se juró que primero se uniría el mar del Sur al mar del
Norte, y se hundiría la Isla, antes que consintiéramos en ser
esclavos de nadie.
Fustigó la anexión y
enarboló las banderas de la unión de todos los cubanos para
alcanzar la libertad y abogó por la fusión de toda Nuestra
América, la del Bravo a la Patagonia, donde los árboles se han de
poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas, pues
es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en
cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes.
Profetizó que
trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra, pues no hay
proa que taje una nube de ideas, ya que una idea enérgica, flameada
a tiempo ante el mundo para, como la bandera mística del juicio
final, a un escuadrón de acorazados.
Y despertó al Bolívar
que pretendían aletargado: en calma no se puede hablar de aquel que
no vivió jamás en ella; de Bolívar se puede hablar con una
montaña por tribuna, o entre relámpagos y rayos, o con un manojo
de pueblos libres en la mano, y la tiranía descabezada a los pies.
Porque así está
Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún
en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los
pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, pues lo
que él no dejó hecho, sin hacer está hoy, porque Bolívar tiene
que hacer en América todavía.
Juntos, a galope y
degüello, cabalgan Martí y Bolívar por esta parte de la Humanidad
que es la gran Patria de Nuestra América.
Cuba no dejó morir al
Apóstol en el año de su centenario y Venezuela desenvaina la
espada de El Libertador. Caracas y La Habana, Santa Marta y Dos
Ríos, la Guerra Necesaria y la Campaña Admirable se reeditan en el
Tercer Milenio, cuando aún Estados Unidos parece llamado por la
providencia para plagar al mundo de miserias y calamidades, en
tiempos en que se nos viene encima, amasado por los trabajadores, un
universo nuevo.
El Alba es un primer
paso, un amanecer nuevo, un proyecto unificador, un pasado injusto,
un presente difícil, un futuro mejor, que sí es posible y hacia el
que marchamos con Bolívar y Martí, en el alba de América, con las
ideas y los brazos de Fidel y de Chávez. |