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Al ex capitán de navío argentino Adolfo Scilingo, acusado de
genocida, terrorista y torturador, le piden en España seis mil 600
años de cárcel, una sanción que ofrece una idea de las
atrocidades cometidas.
Al contumaz represor de la dictadura militar
argentina en la década de los años 70 y 80 del siglo pasado, le
han demostrado culpabilidad en actos aborrecibles de asesinato,
terrorismo y tortura, entre los cuales los más siniestros los
"vuelos de la muerte".
Estos consistían en arrojar al mar vivos a los
detenidos desde los aviones en vuelo para que se ahogaran o fueran
pasto de especies devoradoras. Scilingo confesó haber participado
al menos en dos de esos vuelos en los que fueron asesinadas 30
personas, aunque después se retractó.
La fiscal Dolores Delgado pidió leyeran sus
declaraciones sumariales en las que reconoció su participación. El
canalla, como le dicen los argentinos radicados en España, cometió
más crímenes, pero ahora los niega al señalar que se
"limitó a cumplir el reglamento".
También niega sus propias declaraciones en
Argentina, al asegurar que se había auto-inculpado como parte de
una campaña personal suya contra el almirante Emilio Massera, uno
de los jefes de la Armada en la Junta militar.
A Scilingo le salió el tiro por la culata, pues
llegó a España en 1977 por voluntad propia para supuestamente
colaborar con la justicia en la investigación de los crímenes de
la dictadura militar, y tratar de evadir así a los tribunales de su
país.
Pero en Madrid el juez Baltasar Garzón lo inculpó
e inició el sumario sobre la base de acusaciones de genocidio,
terrorismo y torturas cometidos entre 1976 y 1983, en especial los
referidos "vuelos de la muerte".
Desde entonces el ex marino ha tratado de retardar
el juicio que sabe perdido de antemano. Su acción más ridícula,
que lejos de lástima ha concitado desprecio, es una supuesta huelga
de hambre para poder escenificar en la sala del tribunal
afectaciones a la salud que invaliden la vista.
Pero los tribunales no se han dejado engañar y
contrapusieron al teatro de Scilingo los exámenes de un grupo de
médicos en la propia sala, quienes juramentaron que el procesado
está perfectamente bien y lúcido y sus desvanecimientos son
fingidos.
Aún así, el reo mantuvo su actuación como si
estuviera en un tablado bonaerense, para no responder a las
preguntas del presidente del Tribunal, que decidió continuar el
juicio advirtiéndole que su silencio era una aceptación de los
cargos imputados.
En fin, que aunque escenifique una paraplejia mejor
representada que la de Javier Bardem en Mar adentro, no hay abogado
que le quite de encima a Scilingo ni un año de los seis mil 600 que
le piden, aunque sólo sean sus huesos los que cumplan tan larga
condena.