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La receta de Bango
VENTURA DE JESÚS
Sentir
el dolor ajeno como propio es para Rafael Bango Tijera la principal
virtud de un farmacéutico. "Quien trabaje en una farmacia, además
de sus conocimientos debe poseer una especial sensibilidad humana, y
evitar limitarse a: No, no hay. La gente agradece que uno piense en
la posible solución".
Hombre de gran
sapiencia, Bango es uno de los más antiguos farmacéuticos de la
ciudad de Matanzas. A la edad de 82 años, más de 50 dedicados a
este oficio, muchos aún lo consultan por su sabiduría y porque
ayuda a los demás. "Nadie viene a la farmacia por gusto; siempre
son personas necesitadas".
BONDADES DE LA
NATURALEZA
"Soy
natural de Unión de Reyes. En esos lugares un buen farmacéutico
era algo así como el médico del pueblo. Mi padre me prometió que
si yo estudiaba la especialidad me compraba una farmacia. Así fue
como empecé; me gustó y luego me embullé al punto de que con el
tiempo significó la pasión de mi vida.
"Finalmente
me hice Doctor en Farmacia y Perito Químico Azucarero. Una vez
graduado me desempeñé como supervisor en el sector del azúcar.
Estuve en Las Villas y más tarde en Holguín. Algún tiempo
después me dediqué por entero a la farmacia. Entré al
Dispensarial de Matanzas como Director Técnico y allí laboré
ininterrumpidamente hasta 1992, cuando me jubilé a la edad de 71
años.
"Esos
centros constituyen una alternativa de salud más allá del
frecuente déficit de medicamentos. Allí uno se convence de los
valores de la Medicina Tradicional, y termina por descubrir las
bondades infinitas de la naturaleza."
Confiesa que en el
Dispensario pasó los años más gratos y reparadores de su vida,
donde aprendió a ser feliz con el bienestar de otros. "Muchos iban
allí y confiaban en mí sin yo haberlos visto antes. Sabían que yo
nunca decía esa frase molesta de no hay. Tenía muy buenas
relaciones con mis colegas de otros pueblos cercanos y conocimiento
de los medicamentos existentes en aquellos sitios. De esa forma nos
ayudábamos".
De manera especial Bango
recuerda a una mujer de San Francisco, comunidad aledaña a la
ciudad de Matanzas, que llegó con una receta en busca de un
medicamento para curarse una úlcera en la pierna. "Le dijeron que
no había. Entonces decidió verme. Era un producto que existía en
grandes cantidades en los almacenes. Se fue con el problema
resuelto. Poco tiempo después vino a agradecérmelo; la pierna le
sanó enseguida. Nada da más satisfacción que contribuir al
mejoramiento de alguien enfermo".
LA PASIÓN DE MI VIDA
Bango es de esos hombres
que al parecer nunca pierden los estribos. Es como el anciano sabio
con quien se instruyen decenas de jóvenes farmacéuticos todos los
días. Ha tenido un método propio y práctico en su vida: ofrecer
sin pedir nada a cambio. Le basta con sentirse útil.
"La
gente viene a mi casa para que yo le resuelva su problema, incluso
personas mayores en busca de lociones para oscurecer el pelo.
"Todas
las semanas voy al Dispensarial y me mantengo en contacto con mis
compañeros. La farmacia es el amor de mi vida."
¿Cuándo se nota
más la eficacia de un farmacéutico?
"Cuando
domina los pormenores de su unidad: fórmulas, extractos, fluidos,
pomadas y las reacciones de los distintos medicamentos. Serán más
diestros en la misma medida en que tengan más conciencia de la
situación real del país y sepan que el mejor medicamento no es
solo el que cura sino el ofrecido con amor."
¿Qué les recetaría
a los más jóvenes?
"No
olvidar el amor al prójimo, el lugar preferente de la Medicina
Tradicional y Natural, y que lo primordial es que el cliente se vaya
complacido."
Pero... ¿al fin tuvo
su farmacia?
"Me
quedé con los deseos. El viejo enfermó y murió unos años
después de mi graduación. Sin embargo, tengo motivos de sobra para
creer que el destino me premió con algo mayor y mejor, y es esta
Revolución que hoy todos forjamos juntos." |