La receta de Bango

VENTURA DE JESÚS

Foto: JOSÉ G. RIVASSentir el dolor ajeno como propio es para Rafael Bango Tijera la principal virtud de un farmacéutico. "Quien trabaje en una farmacia, además de sus conocimientos debe poseer una especial sensibilidad humana, y evitar limitarse a: No, no hay. La gente agradece que uno piense en la posible solución".

Hombre de gran sapiencia, Bango es uno de los más antiguos farmacéuticos de la ciudad de Matanzas. A la edad de 82 años, más de 50 dedicados a este oficio, muchos aún lo consultan por su sabiduría y porque ayuda a los demás. "Nadie viene a la farmacia por gusto; siempre son personas necesitadas".

BONDADES DE LA NATURALEZA

"Soy natural de Unión de Reyes. En esos lugares un buen farmacéutico era algo así como el médico del pueblo. Mi padre me prometió que si yo estudiaba la especialidad me compraba una farmacia. Así fue como empecé; me gustó y luego me embullé al punto de que con el tiempo significó la pasión de mi vida.

"Finalmente me hice Doctor en Farmacia y Perito Químico Azucarero. Una vez graduado me desempeñé como supervisor en el sector del azúcar. Estuve en Las Villas y más tarde en Holguín. Algún tiempo después me dediqué por entero a la farmacia. Entré al Dispensarial de Matanzas como Director Técnico y allí laboré ininterrumpidamente hasta 1992, cuando me jubilé a la edad de 71 años.

"Esos centros constituyen una alternativa de salud más allá del frecuente déficit de medicamentos. Allí uno se convence de los valores de la Medicina Tradicional, y termina por descubrir las bondades infinitas de la naturaleza."

Confiesa que en el Dispensario pasó los años más gratos y reparadores de su vida, donde aprendió a ser feliz con el bienestar de otros. "Muchos iban allí y confiaban en mí sin yo haberlos visto antes. Sabían que yo nunca decía esa frase molesta de no hay. Tenía muy buenas relaciones con mis colegas de otros pueblos cercanos y conocimiento de los medicamentos existentes en aquellos sitios. De esa forma nos ayudábamos".

De manera especial Bango recuerda a una mujer de San Francisco, comunidad aledaña a la ciudad de Matanzas, que llegó con una receta en busca de un medicamento para curarse una úlcera en la pierna. "Le dijeron que no había. Entonces decidió verme. Era un producto que existía en grandes cantidades en los almacenes. Se fue con el problema resuelto. Poco tiempo después vino a agradecérmelo; la pierna le sanó enseguida. Nada da más satisfacción que contribuir al mejoramiento de alguien enfermo".

LA PASIÓN DE MI VIDA

Bango es de esos hombres que al parecer nunca pierden los estribos. Es como el anciano sabio con quien se instruyen decenas de jóvenes farmacéuticos todos los días. Ha tenido un método propio y práctico en su vida: ofrecer sin pedir nada a cambio. Le basta con sentirse útil.

"La gente viene a mi casa para que yo le resuelva su problema, incluso personas mayores en busca de lociones para oscurecer el pelo.

"Todas las semanas voy al Dispensarial y me mantengo en contacto con mis compañeros. La farmacia es el amor de mi vida."

¿Cuándo se nota más la eficacia de un farmacéutico?

"Cuando domina los pormenores de su unidad: fórmulas, extractos, fluidos, pomadas y las reacciones de los distintos medicamentos. Serán más diestros en la misma medida en que tengan más conciencia de la situación real del país y sepan que el mejor medicamento no es solo el que cura sino el ofrecido con amor."

¿Qué les recetaría a los más jóvenes?

"No olvidar el amor al prójimo, el lugar preferente de la Medicina Tradicional y Natural, y que lo primordial es que el cliente se vaya complacido."

Pero... ¿al fin tuvo su farmacia?

"Me quedé con los deseos. El viejo enfermó y murió unos años después de mi graduación. Sin embargo, tengo motivos de sobra para creer que el destino me premió con algo mayor y mejor, y es esta Revolución que hoy todos forjamos juntos."

 

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