¿Vangelis también pinta?

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Detrás del eco noticioso generado en los días del último Festival de Ballet, en cuyo marco tuvo lugar la inauguración de la muestra, vale la pena confrontar la obra pictórica del griego Evangelos Odysseas Papathanassiou (Volos, 1943), que se exhibe en el edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes, porque detrás de ese largo nombre se esconde nada menos que Vangelis, uno de los músicos más reconocidos a escala internacional en los últimos treinta años.

Siempre que alguien con méritos suficientes en una rama del arte hace pública de súbito su vocación por otra —en el caso que nos ocupa solo el año pasado Vangelis se atrevió a mostrar su obra, por primera vez, en Valencia, a instancias de la Bienal de esa ciudad española—, existe la sospecha de si se trata de una boutade que debe ser perdonada bajo el palio de la fama precedente.

Hablamos aquí de un artista que se ha convertido en una referencia incuestionable por sus trabajos con sintetizadores y otros procedimientos electroacústicos dentro de las estéticas del rock sinfónico y la new age, y por ser autor de las bandas sonoras de Carrozas de fuego, de High Hudson; Blade runner, de Ridley Scott, y la serie televisiva Cosmos, de Carl Sagan.

Sin embargo, las pinturas de Vangelis hablan por sí solas. Sus cuadros de gran formato no son los de un advenedizo ni un diletante, sino los de un artista visual entrenado en el uso del color y el dibujo, e interesado en transmitir imágenes legítimas de su acervo cultural.

Su pintura, sin dejar de evidenciar una filiación picassiana, se hace sentir por su inspiración mediterránea, asumida esta como atmósfera más que como cita textual, como quien recrea desde una óptica actual, la condición mítica ancestral de donde proviene.

De modo que el acercamiento a este otro Vangelis puede ser también una pequeña fiesta para las pupilas.

 

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