Milicias
Nacionales Revolucionarias
Imagen real y
poderosa
ANETT RÍOS JÁUREGUI
El
26 de octubre de 1959 fue un día de multitudes. Fidel había
convocado a un millón de cubanos frente al entonces Palacio
Presidencial para protestar por los recientes ataques aéreos a La
Habana. Cinco días antes un avión pirata ametralló la urbe y
lanzó volantes con propaganda contrarrevolucionaria. El 26, desde
la terraza Norte del Palacio, se presenciaba un desfile de pueblo
que duraría casi seis horas.
En esa fecha, La Habana
fue escenario de una de las más grandes concentraciones del
continente en la época; presenció la creación del mayor
movimiento de masas armado de la historia americana: las Milicias
Nacionales Revolucionarias (MNR); y finalmente, sin saberlo, tuvo el
privilegio de escuchar el último discurso de Camilo Cienfuegos, las
breves palabras que luego se consideraron su testamento
revolucionario.
Hay momentos históricos
que no se reconocen de inmediato. Aquel 26 tuvo el doble valor de
ser un día grande para la Revolución, a conciencia, al mismo
tiempo que hilvanaba una grandeza entonces ignorada, solo evidente
tras la desaparición y muerte de Camilo.
Ya habían comenzado
días convulsos. Violaciones del espacio aéreo, ataques
imprevistos, bandas contrarrevolucionarias, sabotajes, heridos y
muertos inocentes. Como contrapartida, se organizaban las milicias
populares. Era el tiempo de Los Malagones, aquel exiguo y legendario
grupo de campesinos armados que capturó en tiempo récord a una
banda de contrarrevolucionarios en la Sierra de los Órganos. "Si
ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba", les había dicho Fidel.
Triunfaron. Y hubo milicias.
La decisión fue
trascendental para el futuro histórico del país. La estrategia de
las milicias se convirtió rápidamente en una de las imágenes más
poderosas de la Revolución: el pueblo, sin distinción de edad,
género, o profesión, dispuesto y responsable ante la defensa
armada del proyecto revolucionario, tal como lo había concebido
Fidel, y Camilo lo explicaba frecuentemente.
Pero no fue una
decisión repentina. Las MNR reunieron a todas las milicias que
espontáneamente ya se habían formado en el país entre campesinos,
obreros, universitarios, mujeres. Se constituyeron como un solo
cuerpo y comenzaron la instrucción militar de forma casi
generalizada, guardias en los centros laborales, prácticas de arme
y desarme, las marchas, los uniformes azul y verde olivo, los nuevos
símbolos de los tiempos con la participación popular.
De sus filas surgieron
nuevas generaciones de combatientes que nutrieron las unidades
regulares de las FAR y la cadena de mando de sus cuadros
principales.
Las MNR, décadas
después, se transformaron en las Milicias de Tropas Territoriales,
en un nuevo escenario histórico donde existía ya la perfilada
doctrina militar cubana de la Guerra de Todo el Pueblo. Pero antes,
las MNR habían escrito su magnífica historia en Girón, la Lucha
contra Bandidos, la Crisis de Octubre, las provocaciones en la Base
Naval de Guantánamo, el enfrentamiento contra el terrorismo y el
sabotaje.
El 26 de octubre había
dicho Fidel que la respuesta a los ataques aéreos tenía que ser el
entrenamiento militar del pueblo. Ese mismo día Camilo afirmaba una
de las ideas básicas del pensamiento revolucionario: "Para detener
esta Revolución cubanísima tiene que morir un pueblo entero". La
multitud frente al Palacio Presidencial apoyó ambas enunciaciones
con su presencia, sus exclamaciones, sus vítores.
Sin embargo, no fue ese
el momento del gran sí a las milicias. Fue después, con las
historias cotidianas de millones de cubanos que hasta entonces
ajenos a la vida militar, a la separación de sus seres queridos, a
toda la gravedad de una guerra siempre anunciada, guiaron su
entusiasmo hacia otra clase de entrega a la Revolución. Sucedió
durante años, todavía sucede. La imagen del pueblo miliciano nunca
ha dejado de ser real y poderosa. |