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Enrique Molina
Un espíritu que no requiere cirugía
ANTONIO PANEQUE
BRIZUELA
Usted
sí puede preferir un personaje de Enrique Molina. Usted puede decir
"el mío" es el Matías de En silencio ha tenido que ser,
símbolo de la agentura de "los del lado de acá"; o el Silvestre
Cañizo de Tierra Brava, caricatura humana de un tullido
bueno y con carácter; o el Jeremías de Destino Prohibido,
Maquiavelo de tic nervioso y sombrero estrambótico. O el Lenin de El
Carillón del Kremlin, que tropicalizó al genio de la
Revolución de octubre.
Usted, que es el
espectador sí puede hacerlo, pero el actor que los interpretó
confiesa que él no puede. Él dice que los quiere a todos, y, al
argumentar porqué y proyectar ciertos trozos del 24 por segundo que
es su vida artística, se da cuenta usted de que realmente el mejor
personaje de Enrique Molina es... Enrique Molina.
¿Habrá muchos
intérpretes en la historia de la actuación que se hayan sometido a
permanecer siete meses hospitalizado para que le practicaran siete
intervenciones quirúrgicas a fin de cambiar el rostro para poder
hacer un papel, en este caso el de José Martí?
Aquella cirugía
plástica (nariz, raíz del pelo, orejas, arrugas del cuello y
párpados), realizada a mediados de los ochenta en el hospital
Joaquín Albarrán por el doctor Williams Gil, a partir de un
riguroso estudio sobre fotos de Martí, de otros personajes de
Molina y de Lenin interpretado por él (querían que siguiera
haciendo ese papel), se requería por entonces para que él pudiera
actuar la nueva versión sobre el Maestro.
Se trataba de un
conjunto de películas de perspectivas trascendentales dirigido por
Lilliam Llerena, con quien ya había hecho dos veces el papel de
Lenin, que se mantendría a su lado en el hospital leyéndole
materiales sobre Martí y luego trabajaría con él en aquella idea
unos dos años y medio, durante 16 y 18 horas diarias.
En el mundo del
celuloide, cualquier proyecto cinematográfico puede colapsar por
razones financieras, pero es comprensible lo que Molina sentiría,
conocidos aquellos sacrificios de jornadas que lo llevaron hasta el
desmayo (en un mes bajó 42 libras) y revelaron su inquebrantable
fuerza de espíritu, cuando le informaron que, por esa razón, no
podrían hacerse las películas. Sin embargo, se puso de pie sin
decir una palabra y abandonó el lugar. Esa no fue la única vez que
lloró mucho.
Enrique Molina nació en
Bauta, pero su mayoría de edad la alcanzó cuando se mudó a
Santiago de Cuba en los sesenta, donde se desarrollaría
inicialmente como actor aficionado, luego como profesional en el
Conjunto Dramático de Oriente y después como fundador de la
plantilla de intérpretes fundadores de Tele-Rebelde.
Tras un curso de
superación profesional en la capital en 1969, retornaría a La
Habana en 1970, provisto de un maletín con poca ropa, pero lleno de
aspiraciones, se detendría frente al edificio del actual ICRT y, de
inmediato, sería recibido y aceptado por consagrados entre los
cuales luego se pasearía.
Tras una breve
incursión en las teleclases que comenzaban por entonces, Enrique
Molina haría su primer papel en unas antológicas Aventuras: Los
comandos del silencio, junto a Salvador Wood, Rogelio Blain,
Miguel Navarro, y otros grandes del medio.
El hombre de
Maisinicú fue su primera película dentro de un currículum que
incluye unas 14 y lo ha llevado a festivales internacionales de cine
en Estados Unidos, Canadá, Bolivia, Perú y Colombia.
Le seguirían películas
como Un paraíso sobre las estrellas ("por el que más
satisfacción siento"), Hacerse el sueco ("en el papel de
Pistolita") y Derecho de asilo, de cuyo papel de Sargento
Ratón ("guardo un gran recuerdo") recuperó ahora el curioso gesto
del rostro con el que caracteriza a Jeremías.
Artífice del papel
secundario, al que es capaz de poner a competir con ciertos
protagónicos, cuando se viste con la dramaturgia confeccionada por
los propios directores y guionistas, Molina acaba sorprendiendo a
todos: por solo poner un ejemplo, cuando Jesús Cabrera lo llevó a
Nicaragua para filmar En silencio ha tenido que ser, Matías
debía morir en el primer capítulo y acabó "viviendo" durante todo
el serial.
No es casual entonces
que Eduardo Moya, quien lo dirigió en Los comandos... nos
devele ahora algo que quizá no había dicho antes: "Enrique Molina
es en Cuba el mejor actor característico" (el que es capaz de
interpretar varios personajes de fuerza dramática en distintas
obras y que ninguno se parezca entre sí). Y, conociéndolo un poco,
tampoco sorprende la opinión que sustenta el propio artista sobre
la actuación:
—Al
recrear la realidad, el actor debe hacer como los niños: jugar en
serio.
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