Premio de la Crítica

La Melo, sin error

LEYLA LEYVA

Lo estimulante en la poesía de Teresa Melo (Santiago de Cuba, 1961) es que a pesar de los años siguen perfilándose en sus versos aquellos fantasmas del pasado y del pasado-presente —los ochenta, los noventa...— con una sutil vivacidad. Todo en medio de un suceder sereno.

Esencialmente, no se ha fallado a sí misma. El tiempo, sin embargo, le ha venido muy bien a su escritura. Contrario a lo que puede pensarse de los años triunfales del poeta, a ella le han llegado sin excesos y sin desperdicios. Supongo que a buena hora.

Satisface en Las altas horas —el cuaderno de la autora merecedor del muy concurrido Premio Nicolás Guillén del 2003 y ahora el de la Crítica— encontrar esa justeza entre el "romper" de la emoción y la conversión al hecho poético. El modo en que se ha prescindido de lo marginal o periférico para entregarnos un conjunto de "historias" que construyen ese mapa inequívoco de la sensibilidad humana y femenina desde una simplicidad harto compleja.

Anterior al premio, la poesía de la autora había sido compilada en un libro de los ochenta como parte de un panorama de lo que se presumía estaba por venir en la poesía cubana de hace dos décadas. Una selección que la privilegiaba por ser de las poquísimas mujeres que incluía. En el 90, Ediciones Caserón publicó El Libro de Estefanía, pero fue El vino del error, un elogiado cuaderno, galardonado por la Crítica en 1999, el que le diera el espaldarazo definitivo a su laborioso y no necesariamente prolijo quehacer poético.

Me atrevo a asegurar, sin embargo, que Las altas horas resulta su libro enunciador, el irrecusable. Aquí están compuestos como nunca sus "relatos" familiares y afectivos. Un estuche de piezas rotundas, agudas en su modo declaratorio de serlos; apegadas sobre todo a una femenidad consciente y productiva que apenas repara en los estereotipos y se mantiene atenta al juego del tiempo y el espacio.

Otras son las experiencias de la poeta, además de aquella que atesora la memoria más fiel; otros y semejantes los amores. Distinta, por crecida desde su casi inalterable imagen física, hasta alcanzar esa condición de la madurez a la que se teme al entrar a la cuarentena, pero que en la lides literarias devela o cierra capítulos para un escritor.

Además de tener una hija y notarse el impulso de la maternidad en su obra, Teresa Melo sabe que su circunstancia es su poesía, no de la manera simple en que suele mirarse la afectividad de una mujer y sus tópicos diarios, creativos, sino de aquella en la que se borran las lindes de las presunciones masculinas y femeninas en el terreno de las letras, y se escala más allá de temas y experiencias, en una dimensión expresiva no definible que hace de su obra una de envidiable dimensión.

Las altas horas, según la propia autora, es "el tiempo en que acaso sucedemos y somos". Una recapitulación de la memoria, de la suya, ordenada y servida con justicia y primor.

 

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