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Anay encontró el camino
Experiencias de una
joven trabajadora social cienfueguera que siempre ha laborado en
escuelas de la enseñanza especial
RAMÓN BARRERAS
FERRÁN
CIENFUEGOS.— Anay
González Vilchez no encontraba el camino. Había terminado los
estudios de técnico de nivel medio, pero un día se convenció de
que la especialidad no tenía nada que ver con ella. Estaba
desmotivada. En medio de ese trance alguien le dijo que en las
oficinas de la UJC captaban jóvenes para formarse como trabajadores
sociales. Su nombre integró entonces una lista de 300 aspirantes,
entre los que solo seleccionarían 60 para el primer curso.
Anay (agachada, al centro)
junto con padres y alumnos de la escuela de conducta Tato Madruga.
"Regresé
a mi casa con muy pocas esperanzas —recuerda— porque no creía
reunir todas las condiciones para ser escogida. Me equivoqué; al
poco tiempo ya estaba en la escuela, en Santa Clara".
Desde el primer momento
le gustó lo que estudiaba. Poco después sufrió una caída, que le
dejó problemas en una rodilla y obligó a una intervención
quirúrgica. Durante el proceso de recuperación permaneció en la
enfermería. "Pero me ayudaron mucho mis profesores y compañeros;
gracias a ellos aprobé todas las asignaturas".
El encuentro inicial con
el trabajo fue en la escuela de conducta 5 de Septiembre, en el
municipio cabecera de esta provincia. Fue una experiencia muy bonita
—señala—, porque poco a poco fui ganándome la confianza de
esos niños que, a pesar de sus problemas, son cariñosos y tienen
buenos sentimientos, como los demás, y les falta, en la mayoría de
los casos, atención adecuada y responsable de sus familiares.
"Me
decían profe y me confiaban todas sus preocupaciones. Hice muchos
esfuerzos para conversar con los padres e integrarlos de alguna
manera a la formación de sus hijos. Recuerdo un día en que dos
madres se me acercaron y me dijeron que yo tenía la razón, que
ellas debían hacer más por sus muchachos".
Anay no olvida tampoco
cuando una de las niñas que ella atendía se encontró de nuevo con
su padre, después de muchos años sin verlo. "No tengo palabras
para describir lo que sentí en ese momento, porque ella añoraba
verlo otra vez. Fue como la realización de un sueño. Ese día
lloré de alegría, por esa niña y por las cosas que la vida nos
depara".
Al finalizar el curso
escolar le dieron la responsabilidad de atender ocho escuelas
especiales del municipio de Cienfuegos. "Tuve que enfrentarme a
casos verdaderamente críticos. Me encontré con familias
disfuncionales, divorcios mal manejados, situaciones económicas
difíciles... Soy muy persistente y me gusta encontrarle solución a
cada problema. No siempre se puede, pero hay que intentarlo. Una
siente el agradecimiento de los niños y de los familiares, y eso es
lo que más me reconforta".
En estos momentos Anay
está en otra escuela de conducta, la Tato Madruga, donde estudian
70 niños y adolescentes de siete municipios de esta provincia. "Me
encanta estar aquí. Todos los días reafirmo mi convicción de que
tanto los estudiantes como sus padres necesitan mucho al trabajador
social. Esta labor, además de útil y bonita, es muy humanitaria.
En ocasiones uno cree que sus problemas son los más grandes del
mundo, y no es así; hay personas con dificultades sociales mayores,
y que necesitan orientación, apoyo, ayuda..."
En su trabajo tiene que
vincularse con la comunidad donde residen los alumnos y conversar
con los familiares y vecinos. Siempre he encontrado receptividad,
precisa. A los egresados de esa escuela se les da seguimiento
durante cinco años, responsabilidad que corresponde principalmente
a Anay. La inmensa mayoría se reintegra a la sociedad y eso
demuestra la efectividad de este tipo de enseñanza, asegura.
"¿Lo
que más feliz me hace? Sentir que los niños se me acercan en busca
de cariño o para contarme cosas de sus vidas. El trabajo social me
ha ayudado a madurar, aunque solo tengo 25 años de edad; a ser una
mejor persona, con más sensibilidad ante los problemas de los
demás. Sí, lo afirmo con toda seguridad: encontré definitivamente
el camino que tanto buscaba". |