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El Museo se fue de
rumba
PEDRO DE LA HOZ
Nadie imagine EL Museo
Nacional de la Música como espacio de recogimiento y
contemplación, cenotafio de glorias pasadas. Allí, frente a la
embocadura del túnel de La Habana, mientras se trabaja por la
conservación y el estudio del patrimonio sonoro de la Isla,
prevalece el criterio de que una de las más eficaces maneras de
hacerlo pasa por su permanente difusión y confrontación públicas,
de acuerdo con las jerarquías que el tiempo dicta y decanta.
Una de estas acciones de
apertura museológica hacia la comunidad cobró hace apenas unos
días la dimensión de un terremoto. El Museo se fue de rumba. En la
sala Gilda Hernández, ya pequeña e insuficiente para colmar las
expectativas de una programación de elevada exigencia estética y,
a la vez, de amplia convocatoria popular, un público transportado
por el rigor de la clave y el quinteado de los parches, asistió a
la articulación de dos siglos de rumba, de la tradición con la
novedad. "Por aquí viene la rumba del siglo XXI",
exclamó exultante el maestro Luis Carbonell, al calificar el
encuentro del grupo Rumberos de Cuba con Los Papines, a quienes se
rendía homenaje.
De la columbia al rezo
abakuá, del cajón solariego al comentario urbano de nuestros
días, de la imprecación sufrida al empaste vocal por terceras, de
la gracia natural de Luisito Aspirina al tremebundo toque de Ricardo
Papín Abreu a la memoria de Alfredo; de la vitalidad ritual del
octogenario Pascual Herrera a la estética break de los más
jóvenes danzantes, la rumba se mostró de alma y corazón.
Para Los Papines fue
como recargar energía y saber que la ruta inaugurada por ellos Äel
modo peculiar de asumir la rumba como espectáculo de plena
realización musical y escénica- es indetenible. Más allá de la
música, lo que define a Ricardo, Luis, Jesús y ahora, luego de la
inesperada partida de Alfredo, a Yuliet y Luisito, es la conciencia
de ser defensores, protagonistas y propulsores de los más altos
valores de la cultura popular.
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