De México para Cuba

Preocupaciones y preferencias de Rufino Tamayo

ANDRÉS D. ABREU

Como todo gran artista, Rufino Tamayo fue un hombre de intensas inquietudes, preocupaciones que desbordaron a su propia y reconocida obra plástica y conllevaron a ese loable proyecto coleccionista que generó el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo, una respetable compilación visual que, gracias a la unión de varias instituciones cubanas y mexicanas, se expone ahora en el Edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes con una selección de maestros del siglo XX, aunada bajo el título De México para Cuba.

Según Tamayo, el público necesitaba visitar muchos museos y ver muchas exposiciones que propiciaran la evolución de su gusto, mientras que para los artistas era obligada necesidad estar bien informados y conscientes de lo que se hacía en otros lugares para así encontrar la base de sus experimentos, los nuevos caminos y no caer en la redundancia. Para Tamayo, el arte era como una especie de laboratorio y una consecuencia política que no debía pretender dar lecciones. Todas estas ideas, muy bien justificadas en su obra personal, se explicitan también en esas otras piezas que agrupó junto a su esposa Olga, para luego entregarlas a la luz pública como una demostración de afinidades y preferencias por el buen arte universal que matizó los importantes movimientos culturales del pasado siglo.

Foto: ALBERTO BORREGOUn original de Warhol figura en
 el vasto envío del Museo Tamayo.

Entre los escogidos para la gran colección de Tamayo que ahora se encuentra en La Habana no podía faltar el propio artista con su Mujer en blanco, junto a otros tan universales y conocidos para los cubanos como Picasso, Lam y Matta. A ellos se suma una lista de otros maestros y escuelas, como la parisina, con piezas del padre del arte bruto Jean Dubuffet —un hombre que gustaba de lo poco, lo embrionario, lo mal acabado, y lo imperfecto— y las del connotado surrealista Andre Masson, acompañado del belga René Magritte y el alemán Max Ernst.

De la escuela norteamericana se exhiben obras de David Smith, Robert Motherwell y otros artistas de origen europeo como Mark Rothko (nacido en Rusia), y Willem de Kooning (con raíces en Holanda), a quien se le aplicó por primera vez el término action painting por sus trazos vigorosos. Estos representantes del expresionismo abstracto se dice que entraron tardíamente a la colección, pues Tamayo sentía mayores atracciones por españoles como Manolo Millares y Joan Miró —el gran ausente junto a Antoni Tápies, uno de los inspiradores del trabajo de texturas del artista mexicano— y por británicos como el escultor semiabstracto Henry Moore o el controvertido Francis Bacon, un expresionista neofigurativo en su constante reflexión sobre la fragilidad del ser.

Otros norteamericanos de notadas influencias en el arte cubano contemporáneo, como Larry River y el rey del pop visual Andy Warhol, también aportan obras de gran fuerza a una muestra donde el resto del continente se expresa en nombres consagrados como los colombianos Fernando Botero, con su figuración monumentalista, irónica y de alto oficio, y el escultor Edgar Negret, el uruguayo Joaquín Torres-García, el panameño Guillermo Trujillo y un grupo importante de artistas mexicanos (Vicente Rojo, Francisco Toledo, Irma Palacios y los hermanos Castro Leñero) de lenguajes y personalidades propios como para ilustrar el acontecer del siglo XX de ese México que ahora nos acerca su Museo Tamayo.

 

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