Conchita Brando

Una artista que no siempre estuvo detrás de la fachada

ANTONIO PANEQUE BRIZUELA

Fuerte aún, locuaz y juvenil pese a sus 80 años, dentro de las tantas añoranzas que se pueden tener a esa edad cumplida hace muy poco por Conchita Brando, la mayor no es por los hijos y nietos que ya tomaron camino, ni por su esposo Andrés Siro, siempre a su lado, leal. Detrás de la fachada, el programa en el cual ella encarnó a una Cuca casi inmortal, es quizás su principal requiebro de amor.

Foto: JOSÉ M. CORREALa Brando recuerda aquel espacio de gran teleaudiencia, tal vez tanto o más que la mayoría de sus fans de aquellos tiempos, y como ellos lamenta su desaparición de la pantalla chica. Pero pesa más en la balanza el orgullo de haber contribuido a la propia y colectiva nostalgia respecto al programa, mediante aquel papel en el espacio, en pareja junto al Manolo de Alfredo Perojo, y ahora nos cuenta su historia con la misma humildad con que inició su carrera.

"Yo casi siempre he sido segunda en mis papeles", comenta quizás recordando su iniciación en el arte como tiple cómica, "después de la soprano, el segundo personaje femenino de la zarzuela, aunque debe cantar, bailar y actuar".

Porque mucho antes de que la Brando encarnara a Cuca, para sustituir por enfermedad a la intérprete original, Rosario Carmona, —"cada una de las dos le pusimos lo nuestro al personaje"— y de llenar extensos minutos de aquel memorable espacio, desde 1978 hasta 1987 en que desapareció Detrás de la fachada tragado por los tiempos, ella estudió y practicó el canto lírico, la actuación y la danza.

Con esas tres artes aprendidas entre tablas, maestros y libros, riente, fugaz en el aserto, con la chispa de una vocación que ni siquiera ella sabía que llevaba en su carpeta de ambiciones, Conchita popularizó a mediados del siglo XX personajes que se abrieron paso por el escenario y el éter, viajaron por el resto del mundo, y luego mostraron su rostro en la naciente televisión de los cincuenta a una familia cubana que, del cáliz del asombro, bebió sus récords de teleaudencia.

"Nunca pensé ser artista, a mi la vida me llevó a eso. Yo quería ser escritora, pero no pude. Mi padre era italiano y confiaba solo en caminos financieros más viables. No me dejó hacer el bachillerato y tuve que estudiar secretaría", nos dice Concepción Papa Díaz (su nombre de pila, hija de italiano con apellido griego).

Aún antes de graduarse —1942— Conchita dejó la escuela y comenzó a trabajar en la compañía norteamericana Cayuga Construction Corporation, que venía a Cuba a construir el aeropuerto de San Antonio de los Baños y, al terminar allí su contrato después de un año y los dueños proponerle quedarse, ella no aceptó: "Bueno, la verdad es que a mí los americanos no me gustaron nunca".

Lo suyo era el arte, primero como aficionada en operetas y comedias en las que fue desarrollando su vis cómica y recibiendo clases de parte de personalidades como Fernando Alonso en ballet, "quien me dio una calificación de sobresaliente".

Durante los cincuenta ("mi década prodigiosa, después vinieron los muchachos"), el mundo musical de la radio y la televisión la recibió bajo batutas como la de Gonzalo Roig y Enrique González Mántici, y, en el de la comedia, fue dirigida por Rosita Fornés.

Tras un deambular cinematográfico de cuatro películas, entre ellas Guantanamera junto a Gutiérrez Alea, numerosas actuaciones en Radio Progreso y Radio Arte, la Brando disfruta ahora de una jubilación que quizás recibió demasiado temprano (a los 63 años, "por razones familiares").

Aún halagada por su público, con flores y otras muestras que colman su espíritu, la actriz disfruta de sus recuerdos mientras contempla los diplomas de numerosos premios, uno de los cuales, avalado por el público en un periódico de la época, nos trae un fresco de los tiempos: Conchita Brando: Reina Nacional de la radio y la televisión, 1954.

 

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