Valentín y dos más

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT

Muchos escritores y directores de cine llevan consigo historias de la infancia a las que bien les pueden dar rápido curso artístico o guardarlas para un después que muchas veces no se concreta. Ya se sabe que las marcas que deja la vida cuando se es niño son las únicas que pueden transformarse, pero no borrarse. Alejandro Agresti, el mismo de Buenos aires viceversa y El viento se llevó lo que, quiso hacer lo suyo a los cuarenta y dos años de edad y dejó media alma autobiográfica en Valentín, la historia de un niño sin madre aparente y con padre siempre escapado de sus responsabilidades. El resultado es un filme sensible, narrado desde la estatura de un pequeño de ocho años que en la Argentina de los sesenta quiere ser cosmonauta y termina siendo escritor.

Evocaciones, nostalgias por un barrio difuminado por el tiempo y por las carencias afectivas de una familia que nunca fue tal, son los ingredientes de esta cinta narrada en unos cánones clásicos y que tiene en el niño debutante, Rodrigo Noya, un as de triunfo. El personaje de Rodrigo razona con chispeante verosimilitud y se mueve con desenfado de experto ante las cámaras. A los diez minutos, tiene a los espectadores en un puño.

Cabe pensar que una película argentina que hable de los temas aludidos sea propensa a los sentimentalismos tan clásicos como acuosos que sentaron etiqueta en los tiempos de Gardel. Algo hay, pero Agresti se las arregla para que lo fundamental sea un acento de risueño optimismo dentro de la tragedia que marcó a su niño.

La brasileña El hombre del año, de José Enrique Fonseca, permitió apreciar una sólida mano narrativa para seguir las peripecias de un joven afable y buena gente que sin quererlo se convierte en matón profesional, aupado por una burguesía molesta de los delincuentes que asolan la ciudad. Una estética que se distancia del Hollywood recurrente en el tema y que sin pretender hacer sociología acerca de las causas que originan la proliferación de la marginalidad y el crimen, remueve el tema desde el ángulo de la corrupción en que ocasiones se ve envuelta la policía para realizar "ciertas limpiezas". Excelente fotografía, buenas actuaciones y un final discutible son características de esta ópera prima con buenas opciones para luchar por el premio.

La argentina Los guantes mágicos, de Martin Rejtman, asume el difícil tema del inmovilismo y la depresión física bajo la presidencia de Menem. Ansiolíticos, yoga y otros medicamentos para una sociedad que como los personajes del filme va y viene sin llegar a ninguna parte. El rockero (aunque no lo parezca) Gabriel "Vicentico" Fernández da vida (en un notable desempeño) a un chofer de taxi para quien la vida parece haberse estancado en el mismo momentos del parto, ya que no sabemos si tiene deseos de vivirla o de morirse. Al principio la película puede desconcertar por la manera rápida y con frases acuñadas con que algunos personajes hablan, pero se comprende que ello forma parte del estado anímico en que se encuentran. El mayor logro formal de Rejtman radica en —sin resultar aburrido— contar su historia en los cauces de ese mismo tono de "viaje a ninguna parte" en que se mueven sus personajes.

 

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