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           Esther Borja 
          PEDRO SIMÓN 
           Esther
          Borja, la gran dama de la canción lírica cubana, cumple hoy noventa
          años. A muchos de sus compatriotas esta noticia parecerá inesperada,
          insólita. Y es que en Cuba la presencia de esta artista se ha tomado
          durante décadas, como una especie de patrimonio permanente de la
          cultura nacional. Sin darnos cuenta, hemos asumido su voz con rasgos
          de eternidad, por encima de épocas y contingencias. Pero no hay duda:
          ha llegado la artista a una edad consi-derable, al menos imponente, y
          para felicidad de todos lo hace plena de optimismo y lucidez. 
          La emblemática
          intérprete de Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig, Rodrigo Prats y tantos
          otros re-presentantes de la lírica tradicional de la Isla, arriba a
          "sus noventa" con el cariño y respeto de todos los cubanos,
          y también de no pocos españoles e hispanoamericanos. La escritora
          Fina García Marruz, con su maestría al definir, nos dice de la
          cantante: "Es la cálida mediadora, el bello registro natural...,
          la voz que no podría ser de otro sitio del mundo ni de otro tiempo
          que del suyo". 
          ¿Qué trajo la voz de
          Esther Borja a la canción cubana, qué la hizo descollar entre tantas
          brillantes figuras, y la convirtió en la intérprete favorita de
          Lecuona? Perfecta dicción, musicalidad, dominio del estilo de cada
          compositor y una voz de color y tesitura enigmáticos, inconfundible y
          siempre distinta. Buscando explicaciones sobre ese prodigio se
          preguntó un día al maestro Roig —el célebre autor de Quiéreme
          mucho y de la zarzuela Cecilia Valdés—, su opinión:
          "¿Que si es soprano, mezzo o contralto? Pues puede ser todas
          esas cosas, pero es mucho más". Y tenía razón el viejo
          maestro, no solo porque en sus palabras aludía a la ductilidad, el
          color o la extensión de su voz, sino porque esta intérprete siempre
          trascendió en la canción con algo que no estaba solo en su voz, sino
          en la fuerza de una distinguida elegancia, una especial sensibilidad
          más allá de virtudes técnicas y musicales. 
          Muchos años han
          transcurrido desde aquel lejano concierto en 1929, en que siendo una
          jovencita debutó cantando dos canciones de Lecuona. Importante sería
          su trayectoria en la opereta y la zarzuela, pero, sobre todo, como
          suprema intérprete de la canción cubana, lo que ha quedado
          registrado en sus grabaciones, que son un aporte discográfico
          invalorable a la música vocal cubana. 
          De su gloriosa carrera
          artística, Esther Borja atesora innumerables distinciones: la Orden
          Félix Varela, el Premio Nacional de Música, la Medalla Alejo
          Carpentier, el Premio del Gran Teatro de La Habana. Pero ostenta un
          honor más alto y perdurable: su voz es desde hace años uno de los
          heraldos de la mejor música de su país, y goza por ello del respeto
          y la admiración de todos los cubanos, que en sus altos valores
          artísticos y humanos se sienten representados.
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