Desde su fundación en 1943, la
Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) sostiene una filosofía
eminentemente cínica. El calificativo no resulta gratuito, pues
supuestamente surgió para defender la libertad de prensa y el
derecho de los periodistas al libre y democrático ejercicio
profesional, pero su historia revela todo lo contrario.
Lo primero es saber quiénes son sus
dirigentes y qué intereses representan, porque entre sus miembros
no hay un solo periodista cuyos ingresos provengan del ejercicio del
oficio. Sí existe alguno no figura con tal condición dado que ella
agrupa a empresarios, dueños de los medios y muchos de ellos jamás
han redactado una información.
Lo anterior marca las diferencias
entre empleados y empleadores. Unos buscan y hacen las noticias,
mientras los segundos deciden qué, cuándo y cómo se publican.
Ninguno de estos propietarios vive de un salario y sus millonarias
entradas provienen de la publicidad comercial, la venta de
influencias y la defensa de intereses económicos y políticos en
nada relacionados con la labor mediática.
La SIP pervive con la finalidad de
usurpar la representación de los periodistas, cuyos derechos
gremiales y profesionales son comúnmente desconocidos y pisoteados
cuando estos hacen peligrar la facultad de los dueños de los medios
para hacer el juego a los grandes grupos de poder económico.
El asesinato, encarcelamiento,
persecución o el despido de decenas de trabajadores de la prensa en
la "muy democrática" sociedad norteamericana y en otros
muchos países, parecen no tener ninguna prioridad en los
"desvelos" de la SIP. Ello se comprende cuando se sabe que
la organización está muy ocupada con dos "graves casos".
Uno de ellos es la medida adoptada
recientemente por el Gobierno venezolano contra Globovisión, por no
poseer la debida licencia para el empleo de determinados medios; el
otro, la situación del propalado encarcelamiento en Cuba de 26
autotitulados periodistas independientes.
Ambos asuntos, que tan inquietos
tienen a los dirigentes de la SIP, han sido distorsionados, primero,
y sobredimensionados después, tras el marcado fin de dañar la
imagen de los gobiernos de Cuba y Venezuela, los que
"casualmente", no se encuentran dentro de los agraciados
con las simpatías y el apoyo del señor presidente imperial, George
W. Bush.
Aquí valdría parodiar la conocida
advertencia y decir: "cualquier parecido con la realidad no es
pura coincidencia." Para la SIP, Globovisión y las tres
restantes jineteras, instrumentos de quienes protagonizaron el golpe
fascista del 11 de abril del pasado año y empecinadas violadoras
diarias de la ley y el orden, deben gozar de impunidad para
conspirar contra un gobernante electo según las reglas de ellos
mismos.
Todo indica que Danilo Arbilla,
colaborador de la última dictadura paraguaya y actual presidente de
la SIP, ve como algo normal que 25, de los 26 encarcelados en Cuba
ejerzan el periodismo sin serlo y bajo esa fachada, al igual que el
único con esa condición, trabajen a sueldo de una potencia
extranjera hostil como Estados Unidos y empleen el
"oficio" para conspirar, promover la intervención militar
y llamar a la desobediencia civil, utilizando, además, calumnias y
mentiras.
Ese señor debe saber que los actos
señalados constituyen delitos en cualquier país del mundo. En este
caso, los cargos imputados fueron todos amplia y documentalmente
probados ante los tribunales. Si tiene dudas, se le puede recomendar
la lectura del libro "Los
Disidentes", editado hace unas semanas en La Habana.
Muchas cuartillas pueden llenarse con
el abultado expediente de la SIP, enriquecido con las más
peregrinas y sucias maniobras de los últimos meses, realizadas
contra los movimientos populares. Por fortuna los pueblos han
aprendido a leer entre líneas y cada vez son menos a quienes la
Sociedad Interamericana de Prensa y sus gerentes pueden engañar.
(AIN)