Poco a poco, sin proponérselo, fue
tejiendo una historia de leyendas hasta convertirse en el más capaz
entre los guerrilleros de un ejército victorioso, forjado a golpes
de audacia, inteligencia y valor.
Así, en solo 25 meses de guerra
revolucionaria, se transformó en el Señor de la Vanguardia,
capacitado para emular con las hazañas de Maceo y tratar, de tú a
tú, con los padres fundadores a quienes desde niño, en la modesta
escuelita y el humilde hogar de Lawton, aprendió a querer y
respetar.
Su tránsito en el tiempo de los
héroes fue fugaz, pero suficiente para llegar profundo al corazón
de los pobres de la tierra, quienes no demoraron en descubrirle el
alma pura y noble de los buenos.
Con esa capacidad reconocida para
penetrar en la esencia de las cosas y los hombres, Fidel le conoció
la fibra y sin vacilación lo envió, el primero, a dominar el Llano
y más tarde, a reeditar la epopeya invasora del 95, persuadido de
que con él iba la Revolución.
En la frase ¿Voy bien, Camilo? de
aquel memorable 8 de enero de 1959, estaba contenida toda la
simpatía y confianza acumuladas desde los iniciales e inciertos
días de la Sierra.
El Che, riguroso y exigente como
pocos para entregar el ardiente corazón, le otorgó la condición
de hermano y la más alta calificación como jefe de combatientes
populares.
Como si todo eso no fuera suficiente,
allí estaba con la sonrisa ancha, alegre, optimista, todo pueblo,
criolla, presente ante el agudo olfato de las masas cual héroe
legítimo, nacido de sus filas.
¡Y caló hondo entre los suyos!,
tanto que aprendieron a trasmitir cariño y virtudes a los
descendientes, persuadidos del valor eterno del ejemplo para
defender y preservar aquello que con tanto amor y celo se construye.
En ello radica la naturaleza del
"milagro", repetido cada 28 de octubre, de dejar una
hermosa flor sobre las aguas, lanzada desde los hombros del padre o
el abuelo que tal vez hicieron lo mismo cuando apenas empinaban los
pies frente a las olas. (AIN)