Una verdadera guerra económica
desató Estados Unidos contra Cuba hace más de 40 años, sin
detenerse ante ningún límite, ya sea ético, moral o relativo a
las obligaciones de los Estados ante el Derecho Internacional,
regido por la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Desde Dwight D. Eisenhower, pasando
por John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, Richard M. Nixon, Gerald R.
Ford, James E. Carter, Ronald W. Reagan, George H. W. Bush, William
J. Clinton y hasta la actual Administración republicana de George
W. Bush, la política de bloqueo hacia Cuba se ha mantenido casi
intacta y los cambios operados han sido para recrudecerla.
Nunca un país se ha visto sometido
de manera tan continuada y permanente al peligro que representa un
vecino tan poderoso y que históricamente ha pretendido dominarlo y
anexarlo desde hace más dos siglos.
En la lógica del pensamiento
imperial, y en particular de la cúpula fascista que robó el poder
en la Casa Blanca con George W. Bush, la aplicación de sanciones
económicas ha sido una pieza clave de la recrudecida línea hostil
de Washington contra La Habana, en el afán de destruir el sistema
político, económico y social establecido por el pueblo cubano.
Estudios preliminares dan fe de que
las afectaciones a Cuba por la aplicación de esta política
genocida podrían superar ya los 72 mil millones de dólares, según
se consigna en el informe
de la Isla al Secretario General de la ONU sobre el cumplimiento de
la Resolución 57/11 de la Asamblea General de la máxima
instancia mundial.
Esta cifra, aún conservadora, no
incluye los más de 54 mil millones de dólares imputables a daños
directos ocasionados a objetivos económicos y sociales del país
por los sabotajes y acciones terroristas estimuladas, organizadas y
financiadas desde territorio norteamericano.
Tal medida, contraria a los
principios de la Carta de la ONU y violatoria de las normas del
derecho y del comercio internacionales, desconoce, además, la
soberanía y los intereses de otros países.
Históricamente, fue la
Administración republicana del presidente Eisenhower la que dio los
primeros pasos para tratar de asfixiar económicamente el proceso
político que acababa de surgir.
Entre los actos hostiles emprendidos
inicialmente figuraron la eliminación de la cuota azucarera, en
1960, y la prohibición de la asistencia al país y el
establecimiento del embargo al comercio con la Isla, en el 61.
A ello se sumó la negativa de las
empresas transnacionales yankis a refinar el petróleo soviético
(1960).
Sin embargo, fue el 7 de febrero
de 1962 cuando entró en vigor la Proclama ejecutiva 3447, emitida
por John F. Kennedy, tras la nacionalización de las compañías yankis en el país caribeño.
En esa resolución presidencial se
orientó al Departamento del Tesoro llevar adelante las
prohibiciones de exportaciones y marcó históricamente el
establecimiento de esa práctica, universalmente condenada.
Desde entonces y hasta el presente,
pasando por las extraterritoriales leyes norteamericanas Torricelli
(1992) y Helms-Burton (1996), el objetivo principal del bloqueo no
ha sido otro que imponer la asfixia económica y social del pueblo
cubano, al privarlo de sus medios fundamentales de subsistencia.
Condenada por Naciones Unidas en los
últimos 11 años, esta inhumana medida de fuerza califica como un
acto de genocidio y, por consiguiente, constituye un delito de
Derecho Internacional, de acuerdo con lo dispuesto en la Convención
de Ginebra para la Prevención y la Sanción del Delito de
Genocidio, del 9 de diciembre de 1948. (AIN)