Chiste que no pasa de moda

MARÍA JULIA MAYORAL

Entre los cubanos, reconocidos por sus dotes para plasmar en expresiones humorísticas los conflictos cotidianos, incontables chistes suelen ponerse viejos con bastante facilidad. Sin embargo, algunos conservan lamentable actualidad, pues las realidades que les dieron origen mantienen plena vigencia. Así ocurre con la breve sátira en la cual le preguntan a un niño dónde trabaja su papá, y sin pensarlo mucho responde: "En una reunión".

Concertar encuentros para proyectar, organizar, evaluar y corregir el desempeño de cualquier grupo de personas o instituciones interdependientes en la ejecución y cumplimiento de uno o varios objetivos, constituye en principio una necesidad, cuya trascendencia no se pone en tela de juicio. Lo contraproducente radica en los excesos, en su incorrecta combinación con otros métodos de dirección y gestión, lo cual conduce, en no pocas ocasiones, a resultados negativos o insuficientes, a pérdidas de tiempo y a una enajenación de la realidad.

No escasean los jefes que, de forma habitual o al enfrentar situaciones coyunturales, lo primero que organizan es "un sistema de reuniones y chequeos"; y ese estilo se reproduce como la mala hierba dentro del andamiaje bajo su mando. En tales casos, el "contagio" puede llegar a manifestaciones extremas: los subordinados se ven precisados a consumir parte importante de su tiempo en reuniones y en preparar informes para esos contactos, en detrimento de todo lo demás. Entonces, hasta la lógica de "tocar los problemas con las manos", parece estar desterrada: el tiempo se consume en salones y papelería.

En cambio, si uno examina el estilo usado por la máxima dirección política del país podría comprender fácilmente la importancia de combinar de forma equilibrada e inteligente distintos métodos de trabajo. Ejemplos nunca han faltado en más de 40 años, pero acudo al más actual: el diseño, organización, desarrollo y evaluación de los presentes Programas de la Revolución. Ninguno se ha concebido y puesto en práctica a partir de la errada costumbre de quedarse en las cifras y los porcentajes "fríos", en la rutina de la burocracia.

Quienes en su trabajo de dirección sobrevaloran el papel de las reuniones, no solo se hacen daño a sí mismos (el mal menor), sino también a los individuos y colectivos a su cargo, a las tareas y metas por cumplir en la organización, ya sea productiva, de servicios, política o social.

Convido a reflexionar sobre los perjuicios morales y materiales que pueden ocasionar las reuniones baldías, aquellas a las cuales se asiste "por compromiso", "por deber", "porque no me queda más remedio", pues de antemano se supone que no ayudarán a resolver dificultades, a esclarecer el camino, a adoptar decisiones imposibles en otros contextos. Y al terminar, quienes pensaron de esa manera arriban a una aplastante conclusión: no erraron en sus cálculos.

"La reunión nos quedó buenísima". Apuesto, para no perder, que muchos han escuchado frases semejantes, pronunciadas informalmente por organizadores de distintos encuentros. Pecaría de absoluta, si no reconozco la veracidad de apreciaciones como la señalada; pero —cuidado—, a veces solo señalan autocomplacencia.

En mi ámbito laboral también he tenido que ser organizadora de reuniones, y confieso: en ocasiones resulta difícil encaminar debates útiles para el trabajo. No obstante, es responsabilidad intransferible de quienes se hallan al frente de cualquier tarea, prever situaciones de ese tipo con el objetivo de evitarlas o aminorarlas, e ir a los debates con proyecciones claras que promuevan la participación colectiva en las decisiones y la aprobación de acuerdos posibles de evaluar en contenido, forma y tiempo. Cuando no sucede así, se impone "corregir el tiro", y empezar por uno mismo.

Ejemplos negativos del "reunionismo" abundan. Por su importancia para extraer experiencia, solo refiero uno ocurrido recientemente: En una provincia, con el mayor deseo de promover determinada actividad para beneficio popular, estructuraron reuniones, chequeos y hasta un puesto de mando central enlazado con sus homólogos en los municipios. De acuerdo con la información enviada a esas estructuras, casi todo estaba ocurriendo según habían proyectado; sin embargo, uno de los principales cuadros del territorio, acostumbrado a aplicar la máxima de "confía, pero comprueba", mediante un simple recorrido por los lugares donde prestarían el servicio, constató que las estadísticas superaban la realidad: se estaba dando por ejecutada "la línea de deseos". No hacen falta comentarios, solo decir que se rectificó.

Sobre el mal del reunionismo quisiera señalar finalmente al "amante" de las reuniones. Vuelvo a la anécdota para ilustrar: como parte de una investigación periodística, contacté con un compañero que al describir la ocupación de su tiempo y el de sus subordinados, incluyó no menos de 20 reuniones mensuales a distintos niveles. Al escuchar aquello traté de expresar un lastimero sentimiento de pésame; mas para sorpresa mía, respondió, con completa convicción: Y no... Quizás en esta etapa sea necesario incrementar los chequeos para poder terminar la tarea. También huelgan los comentarios.

Extendido como plaga en distintas estructuras y esferas, el vicio de reunirse en demasía (de pensar que todo se resuelve por ese camino) puede llegar a atrapar, incluso, a quienes comprenden su esencia y efectos perniciosos.

Asevera un refrán: "Todos los excesos son malos". Pensemos, entonces, con mayor sentido de la urgencia y eficacia cómo atajar racionalmente al fenómeno aquí descrito. Optimista al fin, creo posible que un día pase de moda el chiste: Mi papá (o mi mamá) trabaja en una reunión.

 

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