Todo el tiempo de los cedros

Paisaje familiar pletórico de amor

SUSANA LEE

"Ella olía a cedro como la madera de los armarios, los baúles y las cajas de tabaco, con el aroma discreto de las intimidades que, en su tibia y sobria soledad, recuerda los troncos con las raíces en la tierra y las ramas desplegadas al aire. Su olor perturbó los sentidos de don Ángel... Clareaba cuando la vio como era en ese tiempo: una joven crecida, de esbeltez de cedro, ojos negros y energía como la de ninguna otra campesina de por todo aquello. La observó de lejos con el cuidado de no espantarla con su apariencia hosca, sus cejas ceñudas y su porte de roble..."

Fidel en el escenario de Birán durante el 
lanzamiento del libro responde a una 
pregunta del pionero Lázaro Castro.

Así, casi como una película que rueda sus 24 cuadros por segundo, inicia Katiuska Blanco el primer capítulo, Ángel, de ese valioso y ya entrañable Todo el tiempo de los cedros, recreando la primera visión que tuvo Ángel María Bautista Castro Argiz (gallego oriundo de San Pedro de Láncara), de Lina Ruz González (natural de Las Catalinas, Guane, Pinar del Río) y llevarnos de la mano en lo adelante a lo largo de 574 páginas por ese hermosísimo Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz, en acertada simbiosis entre la historia —sustentada en miles de valiosos documentos y siete años de paciente y amorosa investigación— y la imaginación, limpiando "de toda duda sus aparentes discrepancias tradicionales", como asevera en su prólogo, Guillermo Cabrera Álvarez.

Birán, el batey situado a unos 80 kilómetros de la ciudad de Holguín y sitio escogido por don Ángel en su segundo viaje a la Isla para echar raíces, será el hilo conductor de la narración. Desde él y hacia él confluirán las ramas, hasta ahora inéditas, del vigoroso tronco Castro-Ruz.

A Ángel seguirán Lina, desde sus orígenes y nacimiento, el 23 de septiembre de 1903, y todo su desandar con la familia por el país hasta instalarse en las tierras de don Ángel y el encuentro con el hacendado generoso al que admiraba y respetaba "con una devoción casi religiosa"; Escenario, que introducirá al lector en la forja del patrimonio familiar y el nacimiento de los primeros hijos: Ángela María, Ramón Eusebio, Fidel Alejandro, nacido a las 2 en punto de la madrugada el 13 de agosto de 1926, "cuando estaba por agotarse la luz de los candiles"... "un niño vigoroso de 12 libras de peso, que ensanchó sus pulmones a la primera bocanada de aire de los pinares y se dispuso a sus días con la misma vehemencia de vida, pasión de hacer, y exuberancia natural que lo rodearon cuando los haitianitos del batey se apresuraron en la maleza por hojas de yagruma y verbena con que enjuagarlo a esas horas, para la tersura de la piel y los buenos augurios".

Foto: JUVENAL BALÁNVista de la casa natal 
después de su reconstrucción.

Después vendrán Memoria, los primeros años de Fidel y sus hermanos, sus primeros recuerdos —el funeral de la tía Antonia, hermana de Lina, que data del 8 de junio de 1929, cuando aún no había cumplido tres años—, sus inicios en la Escuela Rural Mixta No. 15 de Birán en septiembre de 1930, la época en que al año de nacido Raúl Modesto, el cuarto de los siete hijos de Ángel y Lina, ya "cantaba con gesto severo y solemne el Himno Nacional, entonaba las estrofas de un modo palpitante, conmovido" y recitaba versos de Martí, declamándolos con "la exactitud de los relojes y la emoción de los sinceros"; Santiago, La Salle, Jesuitas, Belén, Tempestad, Máuser, Amanecida, Despedida, Hombres, Tiempo, Ausencia, Regreso, Epílogo, ramas, a modo de capítulos, que describirán y recrearán a protagonistas, entornos y acontecimientos todos, tangibles e intangibles, con gran belleza y altura.

Retomo al prologuista, porque como ningún otro podría sintetizar la intención de la autora: Todo el tiempo de los cedros, "no es el inventario acucioso de la realidad, ni siquiera un relato a pie juntillas de la vida de un inmigrante gallego fundador de un pequeño batey y de una familia numerosa, dos de cuyos hijos forjarán después una leyenda. Aquí no se escucha el estampido del disparo en la batalla, sino el llanto silencioso de don Ángel Castro y la entereza de las lágrimas de Lina Ruz, el ir y venir de los hijos angustiados por la suerte de sus hermanos".

Completan y complementan la hermosísima edición de la Casa Editora Abril, un pliego de más de 120 fotos familiares y varios facsímiles de documentos, y un último capítulo o rama, según Katiuska Blanco, que, bajo el título de Iluminaciones y casi 100 páginas, son "algo así como breves paradas en un largo viaje por casi cuatro mil imágenes de las Iconografías de Fidel, Raúl, la familia Castro Ruz y Birán, unas treinta grabaciones de audio y video, casi tres mil documentos de los fondos de la papelería activa y pasiva de Fidel y Raúl, cerca de dos mil tarjetas de la Cronología del Comandante, innumerables testimonios y revelaciones, de un acercamiento a la época por antiguos diarios y revistas como Bohemia, La Calle, Alerta, Hoy, Prensa Libre, Ecos de Belén, Revolución, los actuales periódicos nacionales y provinciales e incontables sitios de Internet de medios de comunicación masiva y especializados. Es un largo viaje inconcluso porque no está terminada ni lo estará nunca la indagación del pasado, la historia del cedro es un árbol que crece."

Todo el tiempo... es y no es una biografía de Fidel, tal vez sería mejor referir esta obra como una multi-biografía familiar o del protagonista principal, Birán y los hombres y mujeres que lo hicieron historia, con todo el valor de la familia y la dimensión humana del tronco de esa familia, reflejados en la reciedumbre, la autoridad severa y la humanidad del padre, y la energía, el genio y la sabiduría de la madre.

Los episodios de la historia y de nuestras guerras, hasta la que nos condujo a la libertad y la independencia secularmente soñadas por nuestros antecesores, la explotación y el apoderamiento paulatino de las tierras, las minas, el ferrocarril y todas las riquezas del país por compañías extranjeras, fundamentalmente de Estados Unidos, el Moncada, el Granma, la Sierra..., relatados a través de lo que sucedía con Ángel, Lina y su familia, constituyen una original manera de introducir cada trama de la narración.

Todo el tiempo de los cedros es, en suma, una obra literaria de elevado contenido político y literario, de obligada referencia en lo adelante, y un hermoso regalo de la autora para las actuales y, sobre todo, futuras generaciones.

Perdurará todo el cedro, sus raíces, su tronco, ramas y hojas; su olor, su sombra y su voz. Perdurará todo el tiempo de los cedros.

"A mi padre le gustaba plantar cedros", comentaría Fidel cuando regresaba de un viaje a Birán, el 15 de agosto de 1996, en ocasión de su 70 cumpleaños, recuerda la autora en el último párrafo de su libro: "Lo dijo como un susurro, como quien conversa consigo mismo y disfruta recordar un detalle íntimo de alguien tan querido y especial como su padre, don Ángel María Bautista Castro Argiz. Las palabras de Fidel, del cedro, y su resonancia poética inspiran y recorren el alma de estas páginas."

 

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