Una comparación con tiempos
pretéritos deja mucho que desear de aquel entonces, porque lo
cierto es que en materia de desempeño internacional Cuba ha dado un
inconmensurable salto desde los años del asalto al Cuartel Moncada
hasta nuestra época.
Solo un malintencionado puede negar
que bajo los gobiernos de la república mediatizada, y en especial
con la presencia de Fulgencio Batista en el poder, la Isla era,
simplemente, un número en la larga lista de vasallos de Washington.
La palabra de la embajada
norteamericana resultaba poco menos que sagrada, y a su sede
concurrían políticos y funcionarios locales en busca de consulta y
dictados.
Las relaciones exteriores efectivas
se circunscribían a los vínculos con la nueva metrópoli. Con el
resto del planeta eran casi alegóricas.
La evolución de esa realidad es
notoria. Cuba ha devenido en todos estos años en un activo
integrante de la comunidad mundial, con vínculos estrechos y
principistas con decenas de naciones, y ligada indisolublemente a
las causas más justas de la humanidad.
Este toque especial de la vida
internacional de la mayor de las Antillas no radica tanto en la
extensión de sus lazos mundiales, como en su inalterable vocación
de independencia y autodeterminación.
Esos fundamentos la hacen hablar con
voz propia y pensamiento legítimo, sin temores a presiones ni
amenazas, como no lo pueden hacer infinidad de naciones del orbe,
todavía aherrojadas a disposiciones imperiales o bajo fuertes
chantajes.
Tan notorias cualidades, sobre todo
en épocas de dobleces y claudicaciones, hacen más trascendente el
papel de la Isla en la arena mundial.
No puede olvidarse que a ese escalón
Cuba llega, entre otras cosas, porque ha estado y está en
disposición permanente de defender a toda costa sus principios y la
independencia, que le permiten actuar libre de oscuros compromisos.
Esa es otra cualidad que le ha ganado
respeto y admiración en no pocas regiones de este controvertido
planeta.
La política internacional de una
Cuba revolucionaria es otro de los trascendentes resultados del
proceso de transformaciones que, desde el 26 de julio de 1953, se
esbozó claramente para el futuro nacional con los primeros disparos
contra los muros del Moncada. (AIN)