Se dice que la Revolución Cubana ha
marcado toda una época en la historia actual, sobre todo en el
contexto del hemisferio americano.
Por primera vez una nación del
área, luego de la lucha anticolonialista, logró romper los
asideros tendidos desde Washington, y que convirtieron a América
Latina en una suerte de protectorado del poderoso vecino del Norte.
Hace medio siglo, cuando los jóvenes
conducidos por Fidel Castro asaltaron el cuartel Moncada, ni Cuba ni
el resto del área se apartaban sustancialmente del esquema de
dominación diseñado en la Casa Blanca.
No puede olvidarse que al influjo de
la Guerra Fría y el feroz anticomunismo por ella desatado, para los
estrategas norteamericanos resultaba inadmisible todo acto de
autodeterminación regional.
Eran los tiempos de la agresión a la
República Popular Democrática de Corea, las constantes tensiones
con la URSS y las provocaciones abiertas contra el campo socialista
europeo.
En esta región, estimada traspatio
estratégico de los Estados Unidos, debía asegurarse el dominio
férreo del imperio, y en consecuencia se acudió a todos los
métodos posibles para evitar la extensión del titulado
"peligro rojo" en la zona.
Es el momento en que se estrechan los
pactos militares del Pentágono con los ejércitos locales en busca
de aliados decisivos a la hora de reprimir a los movimientos
progresistas, y es el instante también de la imposición,
colaboración y complicidad con regímenes tiránicos.
Solo en la Cuenca del Caribe y
Centroamérica, aledañas geográficamente a territorio
norteamericano, campeaban por su respeto Fulgencio Batista, en Cuba;
Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana, y Anastasio
Somoza, en Nicaragua.
Medio siglo después, a la
resistencia de Cuba en defensa de la independencia ganada en 1959,
se suma un cuadro diferente en la zona. Como si se hiciera honor al
proverbio que anuncia que a grandes problemas corresponden grandes
soluciones, resurge en América Latina el intento por promover
cambios favorables a sus vilipendiados pueblos.
Varios gobernantes, preocupados por
la suerte de sus pueblos, han asumido el poder con la intención de
reivindicar a la región y alejarse de los dañinos patrones
impuestos desde el exterior.
Una razón más que alentadora para
una nación profundamente latinoamericanista como Cuba. (AIN)