Trabajo comunitario
El tercer Macuto
Símbolos e historias
de una pequeña comunidad campesina. El día que se asomaron al
mundo de la televisión. Los últimos sucesos de esta porción
oriental tunera
MARÍA JULIA MAYORAL
FOTOS: JORGE LUIS GONZÁLEZ
Albert Moreno Moreno
creció oyendo la historia de los orígenes, la misma que ha narrado
durante el transcurso de los años a varias generaciones de
muchachos nacidos en el caserío. El antiguo maestro sabe echar a
volar palabras y silencios, conmoviendo al auditorio que, aunque
conozca el final, espera en vilo el desenlace, porque el hoy
director de la sala de televisión tiene don para pintar imágenes
en sus relatos.
Dicen los niños que prefieren abrir en la computadora los cuentos
de Martí y los juegos para mejorar la ortografía.
El nombre de Macuto 3
obedece a la fuerza de la costumbre y la miseria. La frase, en son
despectivo, provino de un dueño de tierra: "Miren..., el hombre del
macuto" (un infeliz a quien no le había dado trabajo). Campesinos
de por aquí y emigrantes haitianos frecuentaban la zona con sus
pertenencias al hombro, y donde conseguían empleo, ahí mismo "plantaban"
con su macuto, y este fue el tercer sitio donde los colonos
azucareros de entonces accedieron a que se quedara un grupo de
ellos, a cuenta de una mala paga y bastante faena en el campo.
Macuto 3 es actualmente
un pequeño caserío de apenas 36 viviendas de madera y 104
habitantes, en medio de un macizo cañero (fuente de empleo para la
mayoría de los adultos), ubicado en los límites de los municipios
tuneros de Puerto Padre y Manatí, cuyos caminos en época de lluvia
hacen zozobrar al más osado de los vehículos.
Con el tiempo, algunos
de los anteriores pobladores emigraron hacia otras zonas de más
desarrollo, pero aun así muchos conservan sus lazos. Nilda Moreno
Moreno se fue a vivir para Vázquez, asentamiento distante unos 20
kilómetros, pero no ha dejado de ser la Maestra de Macuto 3; allí
da clases desde hace 36 años.
La actual escuela, la
quinta en toda la historia del asentamiento (antes de la Revolución
nunca hubo), posee paredes de mampostería y techo de tejas de
asbesto cemento. Sus 13 alumnos descubren el mundo de la
Computación y, con el auxilio del televisor, ensanchan
conocimientos como nunca se había pensado. Un panel solar es el
soporte de la magia, pues en las casas no hay corriente eléctrica.
En la edificación,
junto a la brigada de constructores participaron desde los niños
hasta los viejos de Macuto 3, apunta el joven maestro Ángel Ruz
Moreno. En carreta con tractor, en carretillas y hasta en sacos,
trajimos piedras, cocoa y arena para levantar el inmueble. Fue una
faena intensa, afirma, pero poco tiempo después, el 4 de abril del
2001, la inauguramos.
La tienda, relata Rafael
Ruz Hernández, estaba en peores condiciones que la escuela, y
también nos pusimos para levantarla de mampostería, en apoyo a una
brigada de Comercio.
Siempre repleta la sala de televisión.
Con la instalación del
televisor en la escuela y el recibo regular de la prensa, la maestra
Nilda tuvo un respiro. Durante el tiempo en que el niño Elián
permaneció secuestrado en Estados Unidos, hubo días de no empezar
las clases hasta casi las nueve de la mañana, los vecinos me
esperaban en coro a la entrada del colegio y debía contarles
durante buen rato las últimas noticias del caso, recuerda la
educadora.
Listo el nuevo centro
escolar y la tienda, vendría otro suceso importante: La apertura de
la sala de televisión, con su video. Albert, gustoso de contar
historias, lo relata: Empezamos el 5 de septiembre del 2001. Sería
la primera instalación de su tipo en toda la zona rural de Puerto
Padre. El 9 de octubre a las cinco de la tarde quedó terminada, y
al día siguiente a las seis, cayendo el día, se llenó de gente.
Es el lugar más
concurrido de Macuto 3. Han pasado casi dos años de aquel momento,
pero da la impresión de estar recién estrenada. Allí no se fuma,
ni se entra con bebidas, ni con el churre del campo, son las reglas
diseñadas por ellos mismos. Nadie diría que ha recibido más de 62
000 visitantes, como dan cuenta las anotaciones de Albert. Los
equipos se alimentan también de la corriente proporcionada por los
paneles solares, y los alrededores del inmueble han sido cubiertos
de plantas ornamentales que nunca dejan de podarse.
A Antonio Ávalos Garcel
le gusta disfrutar tranquilo los videos y ponerle asunto a cada
espacio de la programación televisiva. Desde la inauguración
escoge el mismo asiento y los demás se lo respetan. Con él el
director de la sala inició la tradición de reconocer en público a
las personas que con más frecuencia y disciplina acuden al lugar.
Por constituir espacio
de habitual encuentro, la sala de televisión se ha convertido
también en el escenario donde recuerdan las fechas históricas,
exponen dibujos y otras labores manuales de los niños y dan vida a
una pequeña biblioteca.
Cerca del recinto de las
imágenes hay otros símbolos del caserío: la escuela y la ceiba
centenaria donde varias generaciones de muchachos han recordado,
junto a la maestra, que allí hubo esclavos y barracones, mientras
escenifican el día en que Céspedes le dio la libertad a los
esclavos, antes de empezar la Guerra por la Independencia.
Justo al frente de la
sala se halla otro sitio querido: el terreno de pelota, donde un
batazo se conecta en Puerto Padre y cae en Manatí, porque solo un
trillo de apenas dos pies de ancho limita allí los terrenos de
ambos municipios. A un costado, sobrevive el reconstruido pozo —usado
aún por las familias—, cuyas aguas aliviaron la sed de los
hombres de los macutos, cuando encontrar trabajo y cobija eran
suertes huidizas.
También al pie de la
sala, sobre la tierra, hicieron desde hace meses un triángulo de
piedras blanqueadas con cal. En su interior sembraron cinco
cocoteros, una mata de rosas rojas como valor y un árbol de
quebracho, cuyo verdor permanente confirma el optimismo. A la
incipiente vegetación la acompañan cinco ladrillos prendidos del
suelo, sobre ellos escribieron con letras negras: René, Ramón,
Antonio, Gerardo y Fernando. Al sitio tampoco le falta la silueta de
Cuba hecha con semillas de pino, y la frase de seguridad en el
regreso de los Cinco Compatriotas prisioneros políticos en Estados
Unidos.
Puede llover a
cántaros, pero siempre que escampa hay alguien dispuesto a
recomponer el mural. Tal vez, cuando pasen muchos años, este acto
de homenaje a los Cinco tendrá su leyenda y habrá personas como
Albert Moreno Moreno, dispuestas a contarla. |