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Cartas desde Palo Negro
En poco tiempo Cuba
será destinataria del mensaje de amor y agradecimiento de un grupo
de montañeses que aprenden a leer y escribir en la intrincada
serranía del estado de Lara
FÉLIX
LÓPEZ Y RICARDO LÓPEZ HEVIA
Enviados especiales
Rumbo a los Andes, en el
sistema montañoso Falcón-Lara, está el pueblo de Duaca. Una villa
fundada en 1691 por misioneros capuchinos, que se hechizaron con la
humildad de sus pobladores y el agradable clima del lugar, cercado
por los ríos Turbio, Morere y Yacambú, que corren bajo una
floresta de frondosos jobos, indios desnudos, olivos y semerucos...
Betilde Vargas, conversa
con su nueva familia:
Arianne, Jorge y Luillis, los
facilitadores de Palo Negro.
Por esa naturaleza
intacta, donde a ratos aparecen las huellas de la época
precolombina —que emerge entre tejidos artesanales, cerámica y
madera tallada—, ascendimos a la comunidad de Palo Negro. Para
llegar a ese caserío, entre nubes y olvidos, la camioneta aferra
sus neumáticos a los bordes de un terraplén enlodado, mientras la
profundidad de los precipicios es la única referencia de altura
posible.
La algarabía de los
niños, y una hilera de modestas casas de barro y cuje, con techos
de latón, anuncian la proximidad de la escuela. Allí, esperan
decenas de vecinos por el inicio de un gran acontecimiento: la
primera clase de la Misión Robinson, que en el estado de Lara ya
enseña a leer y escribir a 80 000 personas en una extensa
geografía de 23 000 kilómetros cuadrados. Algunos en el fin o lo
más alto del mundo, como los habitantes de Palo Negro.
EL LADO CLARO DE LA
LUNA
El ronroneo de la planta
eléctrica arranca el primer aplauso de los vecinos, y cuando
Arianne Romero, la joven facilitadora de la alfabetización,
enciende el televisor, muchos rostros se asombran ante lo
desconocido, y los más viejos lloran de alegría y esperanzas...
Beninno Pastrana, que nació en esta altura y solo baja al pueblo
para buscar provisiones, asegura que es la primera luz que se
enciende en el caserío: "Son muchos los años de ignorancia y de
mentiras, por eso ves a la gente como asustada".
La primera oportunidad masiva
de aprender en la montaña.
José Vázquez, un
montañés que ha venido a las clases con toda su familia, cuenta
que en sus 47 años esta ha sido la única campaña que los ha
tenido en cuenta: "Doce años atrás, dice, levantaron la primera
escuela, pero los maestros no estaban dispuestos a quedarse aquí, y
subir todos los días es imposible, porque el camino es largo,
peligroso e intransitable en época de lluvias. No todos tienen el
corazón de esos tres carajitos (*) que han venido a vivir entre
nosotros".
Jorge Silva, que con 16
años decidió dejar las comodidades de su hogar en Duaca, y subió
con una hamaca y mucho corazón a Palo Negro, confiesa que no se
imaginó cuánta desesperanza se enraízo en estas lomas: "Es triste
encontrarse a un anciano que nunca ha escrito su nombre, una
embarazada que tiene al médico más cercano a 15 kilómetros de
distancia, o los niños que preguntan `qué es esa caja negra',
cuando llegamos con el televisor. Por suerte, con las clases ha
comenzado a salir el lado claro de la luna".
LA ESPERANZA DE
BENINNO
Betilde Vargas de
Alvarado ya no vive sola. Dos semanas atrás tres jóvenes tocaron a
su puerta. Arianne, Jorge y Luillis le pedían que custodiara en su
casa el televisor, el video y las cartillas que se utilizarían en
la alfabetización. Ella los recibió con la nobleza de los que
habitan montaña arriba, y los muchachos se sintieron tan en familia
que terminaron pidiendo cobija para los tres. La familia creció, y
ahora Betilde sabe que aprenderá de una vez, porque tiene tres
maestros en su misma casa.
Luillis Veles, que acaba
de terminar su clase entrada la noche, comenta con los vecinos que
pronto podrán leer las recetas y las indicaciones de un médico, o
responder las interrogantes de sus hijos, que curiosos se asoman por
la ventana y siguen ensimismados la caligrafía segura de sus
padres. Al final de este curso, les dice, cada uno de ustedes hará
una carta y contarán a un familiar o amigo que ya saben escribir. "Mi
carta, afirma Beninno, la mandaré a Cuba, porque allí vive la
maestra que inventó eso de enseñar por la televisión".
(*) Expresión
venezolana que se refiere a los niños.
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