Historias cotidianas

Platero y Manolo andan por trillos y caminos

ORTELIO GONZÁLEZ MARTÍNEZ

FLORENCIA, Ciego de Ávila.— Si Juan Ramón Jiménez lo hubiera conocido, no dudo que los personajes de mi historia hubiesen sido su principal inspiración para escribir Platero y Yo, una de sus obras cumbre.

Los dos, unidos, andan
 por trillos y caminos.

Este Platero no es el borrico de la fábula, pero también tiene los ojos de azabache. Cuando su dueño lo llama, el mulito viene, igual, con un trotecillo alegre. Come naranjas y mandarinas. Es tierno y, a la vez, fuerte como la piedra.

Allá, por trillos y caminos que envuelven al poblado avileño de Florencia, andan los dos. Llueva, truene o relampaguee, andan. Platero desde hace unos 10 años y Manolo (Manuel Fumero Cuesta), desde hace 50. Por increíble que parezca, ambos tienen su historia.

Fumero no debe ser el único que en el país recoge leche en los lugares más intrincados, pero de lo que sí estoy seguro es que pocos osarían disputarle el tiempo que lleva en el oficio.

Desde que comenzó, cuentas conservadoras informan que ha trasladado a lomo de mulo más de un millón de litros de leche, quién sabe si dos, incluidos aquellos tiempos de 22 cantinas de 40 litros cada una.

"Testigos tengo muchísimos, desde Zenaida, mi esposa, hasta Arroyito, Centella, Lucero... que en algún momento formaron parte de mi arria. También a la gente del Gobierno y el Partido.

"Ahora la producción no es la misma, pero todos los días recorro unos 20 kilómetros para recogerles a seis vaqueros. En primavera la cifra se eleva a 11 y la cantidad de leche a 100 litros.

"Sí señor, la sequía golpea, pero no importa. Yo doy la vuelta hasta por 20 litros, que es lo que traigo cuando la cosa se pone mala, como hace unos meses. En definitiva, son unos litros más para los niños."

Alza las cejas y en voz alta afirma: "No es que lo diga yo. Pregunte en cualquier casa. Jamás he tenido un problema, ni he faltado al trabajo. ¿Agua a la leche? ¡Cuidado!; con Manolo Fumero eso no funciona".

Medita unos segundos. Hilvana los recuerdos y continúa: "Hasta a mí me es difícil creer que en tanto tiempo uno no haya faltado al trabajo, pero los días tejen la historia de la vida, más si sientes amor por lo que haces".

"No me detiene nada ni nadie, ni sábados ni domingos, ni lluvia, ni truenos, ni viento. Hasta cuando el ciclón Flora, en el año 1963, yo eché mano a la capa y salí. Te repito, no he perdido ningún día."

Se enorgullece de ir por el campo a sus 79 años con la sonrisa del corazón. "A veces he tenido que esperar a que terminen el ordeño, para cargar la leche; pero total, hay más tiempo que vida".

La conversación fluye y comprendo que Fumero es de los imprescindibles, como escribió el poeta. "Yo llegué a buscar leche hasta en el poblado de Guadalupe, a varios kilómetros de distancia, donde también recogían la gente de la fábrica Nela, de Sancti Spíritus".

Noto cierta preocupación en la mirada. La tiene fija allá, encima de la loma: "Cuando Fumero muera, no sé quién va a relevarme. Nadie quiere este oficio; incluso ni en la familia".

"¿Platero? Platero es mucho Platero. Le puse así porque un día oí hablar de un hombre y un burro. Fue en un cuento o una novela. No sé bien. Decían que aquel animal era muy inteligente. ¡Eh!, porque no han visto mi mulo, caray.

"Él olfatea el viento. Me conoce a la legua. Todavía le quedan muchos años de vida porque los mulos duran como 30 años. A lo mejor `nos vamos' juntos.

"Te decía que no han visto al mío. Cuando yo lo aparejo, a las tres o las cuatro de la mañana y le pongo las cantinas arriba, sale solito. Se sabe los caminos de memoria. Se para en los lugares donde recogemos leche y no se mueve hasta que llego. Si me pongo a hablar, se detiene y vira la cabeza para ver dónde estoy.

"Cuando a veces echa las orejas para atrás, es porque está bravo, pero casi nunca sucede. De regreso, bien entrada la mañana, él se apura. Anda por las calles del poblado y nadie se mete con él. Llega al portón, lo abre y me espera en el patio para que le quite los andariveles."

 

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