Fermín, con luz propia

El hermano del alma de José Martí sirvió en la guerra por la independencia cubana como médico y soldado. Falleció el 13 de junio de 1910

IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ

"Nos queremos como desde la misma raíz. Juntos vivimos en la desnudez de las cárceles, la poquedad que suele afear a los favorecidos de la vida, la grandeza que crece inculta, como con menos obstáculo, en la gente infeliz, y la sublimidad envidiable de la muerte por la redención del hombre y la independencia de la Patria. Y juntos, probablemente moriremos en el combate necesario por la conquista de la libertad, o en la pelea que con los justos y desdichados del mundo se ha de mantener contra los soberbios para asegurarla".

Así dijo José Martí al referirse a Fermín Valdés Domínguez, su hermano del alma, en el discurso del 24 de febrero de 1894, en Nueva York. Y fue tan grande, comprometida y para siempre la amistad entre ambos, que suele opacarse la personalidad de Valdés por la brillantez y altura del Maestro.

Pero a Valdés Domínguez habrá que acercársele con más hondura e indagar en su entrega a la causa, que no quedó en llamados y sueltos de periódicos. A la manigua llegó con doble misión: la de médico y la de soldado, y debió ser elevada su bravura, pues alcanzó el grado de coronel y se desempeñó como Jefe de Sanidad del Primer Cuerpo, comandado por el general José Maceo, y como miembro del Estado Mayor del General en Jefe Máximo Gómez.

El 13 de junio de 1910 murió Fermín Valdés Domínguez, cubano fiel a sus principios que, después de la guerra, trabajó como modesto médico. Y una página noble de su vida también debe recordarse hoy. Entre los 32 estudiantes de Medicina sentenciados a presidio, trabajos forzosos o a fusilamiento por los sucesos del 27 de noviembre de 1871 estuvo; y después, desde el destierro español, inició la defensa de aquellos jóvenes asesinados por el gobierno de la Isla.

De regreso a la Patria, impulsó una colecta popular que recaudó 30 000 pesos oro español y, con la suma, pudo edificarse el mausoleo a los estudiantes, en el Cementerio de Colón. Al fallecer, sus restos fueron depositados junto a quienes defendió incansablemente. Reposaba así un hombre fiel a su ideario, de una verticalidad política sin concesiones, y hecho de una honradez personal a toda prueba.

 

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