Dijo
José Martí que Antonio Maceo —adalid de la independencia cubana
en el siglo XIX y voz cimera de la irredenta Protesta de Baragúa—,
fue feliz porque vino de león y de leona. Y ese león que fuera
Marcos Maceo dio 11 de sus hijos varones a la independencia de la
Patria.
Según últimos datos del quehacer investigativo
sobre la familia Maceo, se aclara que era santiaguero, pardo libre y
campesino modesto, con pequeñas fincas en la zona de Majaguabo y
algunas caballerías en Guaninicún.
"Marcos Maceo era de maneras reposadas, de poco
hablar y trato fino, y tenía el viejo patriarca fama de honrado a
toda prueba, lo cual otorgó reputación y prestigio a la familia
entre los campesinos de la zona", comenta el historiador y
periodista Pedro Antonio García, en una reseña histórica que no
escapa de la admiración que sentía por ese hombre, no siempre
estudiado públicamente en la magnitud que se debiera.
A esa nobleza sumó la educación de los hijos en el
apego al trabajo, en la responsabilidad de las labores agrícolas, y
les entrenó en el uso del machete, las armas de fuego, la doma y la
monta de caballos. Otros atributos del padre de la tribu heroica,
fueron el respeto hacia la mujer y el gusto por la lectura, entre
las que sobresalen como preferidas varias novelas de Alejandro
Dumas, biografías de héroes, e historias sobre la Revolución
Francesa.
Incorporado a la gesta de 1868, Marcos Maceo, el
padre de los titanes, murió un año después durante el ataque a
San Agustín de Aguarás, el 14 de mayo, cuando la libertad de Cuba
aún le era promesa. El viejo roble llevaba los grados de sargento y
estaba bajo el mando de su hijo Antonio. Mucho debió amar y
respetar a la esposa, pues cuenta la historia que en su momento
final, las palabras de despedida fueron: "He cumplido con
Mariana".