Alguien dijo una vez que al caer en
combate el Mayor General Ignacio Agramonte, "el muerto daba
susto a los soldados del Rey". La historia reseña que al día
siguiente de la batalla de Jimaguayú, el cadáver fue incinerado en
Camagüey y las cenizas esparcidas al viento, como si el aire
pudiera desdibujar a aquel hombre de gallardía sublime que lo dio
todo por la causa independentista.
Aquel Bayardo que escribiera a su
esposa Amalia Simoni: "nuestras tropas cada día más
aguerridas se han hecho respetables al enemigo y entran alegres al
combate".
Máximo Gómez, ese dominicano-cubano
cuya pasión por la independencia de la Isla fue meridiano en el
quehacer de la vida, apuntó sobre Ignacio Agramonte: "¡Cómo
no nos unió el destino en el campo de batalla! ¡Cómo nos
hubiéramos complementado, quizás y quien sabe si yo lo hubiese
hecho vivir para la Patria antes que morir para la gloria!".
¿Quién pudiera adivinar qué orden
daría el Mayor General Ignacio Agramonte cuando, cabalgando por los
campos camagüeyanos de Jimaguayú, una bala española le violentó
irremediablemente la cabeza?.
Aciago aquel 11 de mayo de 1873.
Cayó en combate el más intrépido de los jefes insurrectos, el
orador notable, el polemista agudo, el hombre con jerarquía, don de
mando y apasionado carácter.
El Bayardo de la Revolución de 1868,
como se le llama, estuvo entre la pléyade pionera de la Guerra de
los Diez Años, y ganó los grados no por su abolengo, sino por
méritos ante la Patria.
En años de recios y multiplicados
combates forjó una tropa con severa disciplina y fidelidad en los
principios, una fuerza entrenada y audaz, digna de la causa
independentista, pues en él un principio fundamental fue preparar a
sus hombres para la victoria y, en los momentos de tregua, insistir
en la integralidad del combatiente, como ciudadano libre del
mañana.
Es por eso que, junto al estudio de
la táctica militar, también combinó el interés por la Historia y
estableció talleres y herrerías. En una oportunidad, el Bayardo
comentó: "Prefiero educar a mis soldados desnudos para la
gloria, que vestirlos y calzarlos a costa de la respetabilidad de
nuestra causa".
Jefe excepcional de la gloria
mambisa, hecho en la fragua del combate y el estrépito de los
campos en el retumbo de la batalla, mereció ser definido como el
mejor temperamento militar de su época.
Tiempo después de caer el Mayor
General Ignacio Agramonte Loynaz, nuestro José Martí escribió:
"¡Acaso no hay otro hombre que en grado semejante haya
sometido en horas de tumulto su autoridad natural a la de la
patria!".