Aniversario 45 del asesinato de Aurelio y Jaime Vilella

El horrendo crimen de La Rosa y Boyeros

ROLANDO ÁLVAREZ ESTÉVEZ

Tengo frente a mí una mujer que acaba de cumplir 85 años de vida, pero que proyecta, diariamente, aun como jubilada, un entusiasmo ilimitado en su trabajo voluntario en la Casa de los Combatientes de Plaza de la Revolución. Si alguien me preguntara diría que Margarita (Margot) Prats Espinosa, es de esos seres humanos que destellan, por su humildad y solidaridad, como un haz de luz permanente.

Hugo tenía al morir 17 años de edad.

En los momentos en que fue necesario hacerlo, Margot encaminó sus pasos en busca de las mejores causas allá en el territorio de Manacas, en la antigua provincia de Las Villas.

Ella es la viuda de Aurelio Vilella García y madre de Jaime Aurelio (Hugo), padre e hijo asesinados vilmente por las hordas de la tiranía batistiana el 16 de abril de 1958. Los tres tuvieron una vida tan unida como activa en el movimiento revolucionario clandestino.

Entre los sabotajes que se hicieron en la zona, el de más repercusión fue el incendio del central Washington, propiedad del tirano Fulgencio Batista; acción realizada el 2 de mayo de 1956 por Margot, Vilella y Hugo, y en la que también intervinieron Ricardo Uz, Gildo Castillo y otros. En aquella oportunidad fueron reducidos a cenizas los almacenes repletos de azúcar, los cuales correspondían a dos zafras.

Antes de esto, Margot y Vilella trabajaron arduamente en la organización de la huelga azucarera de 1955.

Por su parte, Hugo era un joven alegre, pero a la vez responsable al máximo, y ya se había destacado por sus actividades revolucionarias en el Instituto de Sagua la Grande.

Por otra parte, Aurelio Vilella se vinculó estrechamente al líder estudiantil José Antonio Echeverría, presidente de la FEU, y realizó las más disímiles y riesgosas misiones.

Fue Vilella un hombre inclaudicable que llevó su identificación con José Antonio hasta la tumba, tras su caída en combate. Así, acompañó su cadáver hasta Cárdenas, y fue uno de los revolucionarios que cargó sobre sus hombros el féretro que contenía el cuerpo del ejemplar combatiente que será recordado como el Presidente eterno de la FEU.

Al llegar el 9 de abril de 1958, día de la huelga general revolucionaria, fuerzas rebeldes al mando de Víctor Bordón, del Movimiento 26 de Julio, se enfrentaron a los tripulantes de un auto en momentos en que pretendían paralizar el tránsito en la Carretera Central. En el intercambio de disparos murió el hijo del asesino José Eleuterio Pedraza, uno de los principales jefes militares del batistato en su primera etapa, caracterizado por una larga hoja de crímenes y torturas, quien había vuelto al servicio del tirano.

En su retirada, los rebeldes atravesaron las tierras de la finca Eureka, propiedad de Margot, heredada de su padre, lo cual les permitió encaminarse con mayor rapidez hacia el lugar donde operaban. Colindante con dichas tierras se hallaban las de Pedraza, quien siempre aspiró a extender su propiedad a costa de la vecina.

Lo acontecido, más los antecedentes revolucionarios de Vilella, ocasionaron que Pedraza en persona lo persiguiera con saña, y lo responsabilizó con la suerte corrida por su hijo. A partir de entonces estaba condenado a muerte.

El cerco se cerró una semana después y el 16 de abril de 1958, a las dos de la tarde, una jauría de asesinos encabezados por los sanguinarios Pedraza y Conrado Carratalá, irrumpió en el apartamento situado en la esquina de la avenida de Rancho Boyeros y La Rosa, segundo piso. Allí vivía una hermana de Margot, y en ese lugar el matrimonio Vilella se hallaba desde el 2 de abril, junto a sus hijos Jaime y Margarita.

Después de destrozar y robar cuanto quisieron, en medio de golpes y amenazas, los esbirros lo introdujeron en un garaje cercano, donde Vilella desafió valientemente a Pedraza mientras los sicarios lo golpeaban.

Aurelio Vilella lleva en hombros junto a sus familiares el féretro de José Antonio a la salida de la funeraria rumbo a Cárdenas, el 14 de marzo de 1957.

Hugo, quien había sido llevado a un carro patrullero, pudo ver cómo el propio Pedraza y otros le pegaban a su padre con las culatas de sus armas, antes de acribillarlo a balazos dentro del garaje. Con valentía que lo enaltece y gran amor hacia su padre, logró salir del auto, diciendo a los matones que lo rodeaban: Si están matando a mi padre, mátenme a mí también. Casi al unísono se escucharon numerosos disparos, realizados primero desde el garaje y después en plena calle. Hugo recibió una ráfaga de ametralladora en la espalda. Tenía 17 años de edad.

Desde aquel momento los restos de Aurelio y su hijo Hugo descansan juntos, como en vida estuvieron.

Hasta el triunfo de la Revolución, Margot y su hija vivieron bajo una persecución constante. A Pedraza, Carratalá y otros connotados asesinos no se les pudo aplicar la justicia revolucionaria. Las autoridades norteamericanas se encargarían de darles un cómodo refugio, premiando así sus sangrientos expedientes al servicio del crimen y la tortura.

 

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