María es una campesina nacida en el
Táchira venezolano. Llegó a Caracas en búsqueda de algo mejor
hace ya algunos años y vive en los cerros, en las casas humildes
que se empinan y bajan para rodear la capital.
Chávez piensa mucho en los pobres,
por eso estoy con él, me comenta esta joven mujer que no ha logrado
aún traer a los cuatro hijos que dejó en la tierra donde nació, y
pronto, me dice, quedaré desempleada y debo buscar otro trabajo.
Confiesa que se siente cambiada,
opina con su esposo sobre lo que sucede, pregunta y escucha a su
presidente cada vez que puede, aunque todavía se resiste a andar
por las calles en el debate, porque hay muchas revueltas, dice.
En María se revela la tradición
recibida en su educación familiar de ser la que lo hace todo en el
hogar, hablar poco, ocultarse, temer, y ello se mezcla con su labor
como obrera, las transformaciones que experimenta el país y la
oportunidad abierta para las mujeres en el proceso bolivariano.
Si el 11 de abril del 2002 fue el
día de la tragedia con el golpe de estado fascista, los venezolanos
coinciden en caracterizar el 12 como el de la vergüenza, por los
desmanes y persecuciones que impuso la camarilla dominante.
Es voz popular que fueron las
mujeres, las vecinas del barrio, en las casitas humildes de los
cerros o los edificios para obreros del valle caraqueño, las
primeras en salir a la calle a demandar respuestas, a preguntar por
Chávez y traerlo de vuelta.
Hay miles de historias sobre lo
acontecido en esas 48 horas que se recuerdan hoy y reiteran el papel
de ellas en esa batalla por la dignidad, que continúa ahora cuando
la oposición amenaza con marchas que se convierten, finalmente, en
pequeños grupos por algunas calles.
O en el propio centro de Caracas,
cuando dos edificios contiguos a los hoteles de la cadena Hilton
fueron el escenario de una de las singulares reyertas de estos
tiempos a favor y en contra del actual gobierno: de pronto las manos
y los brazos haciendo señas por los balcones y después las
cacerolas que sonaron para el acabose.
Los opositores ocultos en sus
apartamentos gritaban, y los partidarios del proceso bolivariano
daban vivas a Chávez, a todo pulmón.
María no es, todavía, de las que
salen con decisión en defensa de sus derechos, pero la valentía de
su sacrificio diario, lo que aprende en esta lucha, la llevará, sin
dudas, al protagonismo que merece en la sociedad que construye.
Sus hermanas bolivarianas lo han
demostrado. (AIN)