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Para vivir y matar a Carmen
ANDRÉS D. ABREU
Dar
vida y muerte a Carmen, de acuerdo con la coreografía que Alberto
Alonso creó en 1967 sobre la novela de Prosper Mérimée y el
libreto de la ópera homónima de Georges Bizet, en los predios de
esa plaza de la danza que es el Ballet Nacional de Cuba, dirigido
por Alicia Alonso, es un difícil encaramiento escénico muy
exigente en su juego con el tiempo.
Asumir el ballet Carmen
reclama pericias que al decir de los mayores no se aprenden en la
escuela porque las da la vida.
La configuración de
esta mujer insurrecta, seductora e inteligente, que sabe engañar y
amar al unísono, implica traducir dramáticas vivencias
acompañadas de un especial don para lo atractivo.
Bárbara García dándole vida a Carmen.
Convivir con ella en la
danza y sobre la escena resulta mucho más sincero cuando se le toma
a cada uno de los pasos y gestos el tiempo justo, un tiempo
espiritual que existe más allá del musicalmente correcto. Un pulso
que hace convincente esas habilidades y que generalmente brota de la
experiencia y la madurez.
Debe ser por ello que,
durante la última temporada de esta obra en la sala García Lorca
del Gran Teatro de La Habana, las primeras figuras del BNC, Laura
Hormigón y Bárbara García, consiguieron un buen convencimiento
artístico en sus debuts a través del baile de Carmen (también
asumida por Viengsay Valdés y Anette Delgado).
Laura salió a la plaza
con un ímpetu sorprendente que sobresaltó a muchos de los
espectadores y, sin llegar a una alta sensualidad, consiguió en la
precisión de los aires y ademanes darle una personal majeza a su
Carmen. Pero no tuvo la mejor compañía para sostener durante toda
la obra esa atmósfera que alimenta los conflictos del dramático
personaje. Ni Oscar Torrado, al parecer no logró vencer las
sorpresas del debut como Don José ni Octavio Martín, quien en sus
demasías no logró validar con el Escamillo su ascenso a primer
bailarín ni Yasser Pajares, en un recio pero algo opaco Zúñiga,
aportaron todo lo necesario para que la Carmen de Laura sostuviera
los primeros bríos hasta la muerte.
Otra suerte corrió
Bárbara García, quien pudo comunicar en mayor amplitud la
gestualidad de una mujer de vida pasional en compañía de Víctor
Gilí, bailarín probado escénicamente como Don José; Romel
Frómeta, más que resuelto en su Escamillo, y Javier Torres, en el
mejor de los Zúñiga.
Viengsay Valdés aportó
también a esta función con su dominio en el personaje del Destino.
Mientras que en Bodas de sangre, coreografía que también
incluyó la temporada, Viengsay, como La Novia, junto a José
Zamorano, como Leonardo, y Víctor Gilí, como El Novio,
consiguieron una palpitante ejecución de la creación de Antonio
Gades. Obra en la que Jessie Domínguez se reveló como una
bailarina de excelentes dotes histriónicas.. |