Para vivir y matar a Carmen

ANDRÉS D. ABREU

Dar vida y muerte a Carmen, de acuerdo con la coreografía que Alberto Alonso creó en 1967 sobre la novela de Prosper Mérimée y el libreto de la ópera homónima de Georges Bizet, en los predios de esa plaza de la danza que es el Ballet Nacional de Cuba, dirigido por Alicia Alonso, es un difícil encaramiento escénico muy exigente en su juego con el tiempo.

Asumir el ballet Carmen reclama pericias que al decir de los mayores no se aprenden en la escuela porque las da la vida.

La configuración de esta mujer insurrecta, seductora e inteligente, que sabe engañar y amar al unísono, implica traducir dramáticas vivencias acompañadas de un especial don para lo atractivo.

Foto: RICARDO RODRÍGUEZ Bárbara García dándole vida a Carmen.

Convivir con ella en la danza y sobre la escena resulta mucho más sincero cuando se le toma a cada uno de los pasos y gestos el tiempo justo, un tiempo espiritual que existe más allá del musicalmente correcto. Un pulso que hace convincente esas habilidades y que generalmente brota de la experiencia y la madurez.

Debe ser por ello que, durante la última temporada de esta obra en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana, las primeras figuras del BNC, Laura Hormigón y Bárbara García, consiguieron un buen convencimiento artístico en sus debuts a través del baile de Carmen (también asumida por Viengsay Valdés y Anette Delgado).

Laura salió a la plaza con un ímpetu sorprendente que sobresaltó a muchos de los espectadores y, sin llegar a una alta sensualidad, consiguió en la precisión de los aires y ademanes darle una personal majeza a su Carmen. Pero no tuvo la mejor compañía para sostener durante toda la obra esa atmósfera que alimenta los conflictos del dramático personaje. Ni Oscar Torrado, al parecer no logró vencer las sorpresas del debut como Don José ni Octavio Martín, quien en sus demasías no logró validar con el Escamillo su ascenso a primer bailarín ni Yasser Pajares, en un recio pero algo opaco Zúñiga, aportaron todo lo necesario para que la Carmen de Laura sostuviera los primeros bríos hasta la muerte.

Otra suerte corrió Bárbara García, quien pudo comunicar en mayor amplitud la gestualidad de una mujer de vida pasional en compañía de Víctor Gilí, bailarín probado escénicamente como Don José; Romel Frómeta, más que resuelto en su Escamillo, y Javier Torres, en el mejor de los Zúñiga.

Viengsay Valdés aportó también a esta función con su dominio en el personaje del Destino. Mientras que en Bodas de sangre, coreografía que también incluyó la temporada, Viengsay, como La Novia, junto a José Zamorano, como Leonardo, y Víctor Gilí, como El Novio, consiguieron una palpitante ejecución de la creación de Antonio Gades. Obra en la que Jessie Domínguez se reveló como una bailarina de excelentes dotes histriónicas..

 

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