Más de Darío Fo

AMADO DEL PINO

A finales del año que acabamos de despedir, la presencia del Premio Nobel Darío Fo se hizo recurrente ante el espectador cubano. Ya comentamos en este espacio la visita de Stefano di Pietro y su compañía con la irreverente y clásica Misterio bufo. En la última semana del 2002 el teatro Saint-Gervais, de Ginebra, nos ofreció en el Teatro Nacional, Tengamos el sexo en paz, y la Televisión Cubana estrenó Un muerto en venta, con dirección de Jesús Padilla.

Aunque Acotaciones no suele referirse a la pequeña pantalla, vale la pena destacar la mezcla de actualización y respeto al original que logró José Víctor Herrera en su versión de Un muerto... También merece el aplauso la dirección de actores de Padilla, conduciendo un equilibrado elenco en el que sobresalieron Jorge Félix Alí, Broselianda Hernández y Alberto Pujol.

Darío Fo, Premio Nobel de Literatura 
y excepcional dramaturgo.

Tengamos el sexo... se ha visto recientemente en La Habana en un montaje de Raúl Lima con el grupo El Taller e interpretación de Teresa Sánchez. Ahora la directora Sarah María Cruz y el actor Joel Angelino ofrecieron tres funciones en la capital. Ambos se destacaron en Cuba en los primeros años de su carrera y desde hace una década han impuesto la energía de su estilo en Suiza y otras plazas de Europa.

Confieso que esta reflexión sobre la sexualidad no figura entre mis preferidas dentro del agudo, sabio y contrastante mundo de Fo. A estas alturas, y ante un público tan informado sobre sexo como el nuestro, la obra se hace, a ratos, previsible, y en otros momentos, elemental. Sara y Joel parecen haber reparado en esos peligros y refuerzan la vocación de juego que late en el texto. La puesta de Sara resulta sencilla, pero funcional e imaginativa, muy concentrada en el lucimiento de un actor de excelente disponibilidad escénica y un singular carisma. La solución de incorporar al clown en el principio y final de la obra aporta poesía escénica y contribuye a contrastar el tono voluntariamente grueso que Fo sugiere y Joel subraya sobre las tablas.

Angelino asume personajes diversos, entrando y saliendo de las situaciones, con un desenfado del que abusa un par de veces. Si bien la magia del teatro se prueba con la capacidad del actor para relacionarse con los accidentes, la repetición de ese "truco" puede desembocar en la retórica. Pero aquí los teatristas logran escapar de esa amenaza gracias a la efectividad de la banda sonora (a cargo del propio protagonista); la orgánica integración de las soluciones coreográficas de Lídice Núñez y, sobre todo, la complicidad que Angelino consigue establecer con un público que agradece su depurada técnica y aplaude que la distancia no haya enturbiado, ni en el actor ni en la directora, su esencial cubanía.

 

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