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Pedro y El Guafe
IRAIDA CALZADILLA
Dice que va despacio,
pero a Pedro Herrera se le van pronto los pies entre la tierra roja,
desapacible y seca, y el diente de perro indómito del Sendero
Arqueológico Natural El Guafe, en Niquero. Los campistas de Las
Coloradas le piden respiro, pero él sigue afanoso su tarea
impertérrita de explicar árboles, animales y cuanto bicho raro se
le plante delante en ese asentamiento humano precolombino con
senderos y cuevas de pasmo, enclavado en el Parque Nacional
Desembarco del Granma.
Lleva
20 años en los trajines de guardaparque en la Empresa de Flora y
Fauna, y unos tres lustros de caminante enamorado por los muchos
kilómetros del sendero. Le gusta alardear de conocer los 192
ejemplares de árboles y las 170 especies de mariposas que pueblan
el sitio, y los restos de la comunidad aborigen agroalfarera que
allí habitó: "Cada caney, fuente de agua, cueva funeraria o
ceremonial y área de cultivo se lo puedo explicar, no porque haya
estudiado ni me paguen por eso, sino porque me gusta tanto este
trabajo de silencio y paz, que me lo he ido aprendiendo de poco en
poco y ya hasta puedo enseñar a otros".
La gente le sigue
seducida por su hablar guajiro y socarrón, soldado a una filosofía
de raíz onírica irremplazable: "La planta jiva sirve para el asma;
el palo Brasil es bueno para el hígado, los riñones, y también
para las esculturas; el ébano real lo explotaron mucho los
españoles; del árbol plumero sacaban los indios sus adornos; mire,
aquí está la pimienta brava, y más allá hay lirios, almácigos,
carolinas, cupeyes, orquídeas San Juan y Manila, y el marboa,
anestésico que se usa para los dientes malos, porque si usted masca
pedacitos en unos 20 días se ablandan y caen solos".
Mientras habla lanza
miradas furtivas a su alrededor. No permite que los visitantes echen
basura, ni arranquen plantas o curujeyes o recojan al paso piedras
suaves en tan agreste sitio, cual souvenir festinado "que lo único
que hace es dañar a la madre naturaleza, con lo mucho que ella ha
luchado para parirlos". De pronto se para ante unas orquídeas
pequeñísimas, amarillas, que se dan en un palo bronco: "A estas
les decimos las enanas de El Guafe, porque solo aquí se dan".
Sigue rumbo por entre
tanta floresta solo herida por trillos salvadores del ataque humano
en su perenne conquista. Nota cierto cansancio por el paso en
premura, se detiene y esboza una sonrisa astuta: "Miren, este es el
garañón, sirve para cuando los riñones se enferman... ¡y para la
naturaleza del hombre!". La gente se ríe por la frase bien pensada,
y él vuelve a acomodar la marcha al diente de perro.
Durante dos horas
sorprende a los intrusos de la ciudad, fascinados ante excavaciones
y cuevas que los vuelven en el tiempo a más de cinco siglos atrás
y que hoy forman parte del Patrimonio Natural de la Humanidad: "Aquí
cocinaban, yo `veo' hasta el humo; mire esto: es la demarcación
real de un caney; allá abajo, en la cueva funeraria, hay numerosos
huesos humanos y restos de vasijas de barro, eso último lo tiraban
por el hueco de la roca junto con las ofrendas; ¡ah!, y está el
enterramiento de los jefes indios, el único en Cuba que tiene
ídolos tallados por los propios aborígenes y son los guardianes de
la cueva. Pero nada se compara con Atabeira, de las deidades
antillanas ella es la madre de todos los dioses y las aguas que en
la Tierra corren. Vean allá la piedra, arriba, a esa solo le da el
Sol el 22 de diciembre, así que pidan un deseo ese día si están
por esta vuelta".
Un reposo y se sienta a
la vera del camino, después de haber enseñado o hablado de un
caguayo, la planta Cordia diomosa, la largatija de 10 centímetros,
el cactus Aguacate cimarrón, "de 20 metros de alto, el más grande
de Cuba y quizás de América Latina", los carpinteros verde y
churroso, el juanchivi, las mariposas Phoebis Avellaneda y Parides
Gundlachianus, "que solo existen en el Parque, y yo lo sé bien
porque nací en esta zona".
Se ve que le gusta
hablar con la gente luego de días metido en el monte con la mudez a
la zaga: "Si regresé de La Habana, donde pude estudiar y triunfar,
fue porque quería estar con mi padre y me gustaba la agricultura.
Conozco los picos Turquino y Cuba, toda Baracoa, por cuestiones de
trabajo. Aunque viejo, la lucha no la abandono porque tengo una sola
línea, la Revolución".
Se quita la gorra y seca
el sudor; quiera o no, después de dos horas de camino se le nota la
fatiga en el respirar grueso y casi siente alivio de terminar con
tanta pregunta: "Pronto me voy a jubilar, no porque esté cansado,
sino porque me quiero gobernar solo. De todas maneras seguiré
cuidando el bosque, lo único que me preocupa es no dejar
tradición, por eso quiero que mi hijo Yovany sea guardaparque". |