Rostro, pasión y arte de Daisy Granados

Mientras corre el 24° Festival del Nuevo Cine
Latinoamericano, la actriz cumple 60 años

PEDRO DE LA HOZ

Las frases hechas no siempre hacen justicia. A fuerza de repetirse —creo con las mejores intenciones del mundo—, Daisy Granados ha pasado a ser "el rostro del cine cubano". Pero Daisy, bien lo saben quienes han seguido paso a paso sus incursiones en la pantalla, es mucho más que un rostro. Esta actriz, que desborda inequívocamente por los poros sus identidad y pertenencia culturales, puede ser mirada desde sus seis décadas de vida —así, de pronto, nadie lo diría— como suma de sucesivas y arduas entregas.

Todo cambió para ella, una joven cienfueguera que al radicarse en la capital vio su futuro en la actuación, el día que fue llamada para protagonizar una película. Ocurrió en 1964. El filme, La decisión, no tuvo mayores consecuencias, salvo para la actriz, que si alguna vez pensó en un vida para la escena, o si acaso, para la televisión, jamás imaginó que ese sería el comienzo de una filmografía que a lo largo de los años ha acumulado treinta títulos.

No tuvo que esperar mucho para que su presencia se hiciera notar. En 1968, de la mano de Tomás Gutiérrez Alea, entró en la historia de los imprescindibles del cine cubano. Dentro de esa pieza clave que se llama Memorias del subdesarrollo, Daisy aportó naturalidad y sensibilidad para un papel nada menor, el de la jovencita aparentemente ingenua que con muchas agallas —familia avorazada mediante— intentaba comprometer al desarraigado burgués interpretado por Sergio Corrieri. Cuando se encuentra con Sergio en la entrada de El Mandarín, sus tres maneras de decir "¿Estás loco?" y, luego, cuando desentona Canta lo sentimental, el espectador podía intuir la madera de un talento que maduraría con el tiempo.

Quizá la obra más emblemática de su trayectoria —de esas que marcan definitivamente la corriente de simpatía entre el público y un actor— haya sido Retrato de Teresa, realizada por su compañero Pastor Vega. No caben dudas de que Daisy creció en la concepción de una mujer que resumía con singular intensidad todos los desafíos de la mujer cubana en el seno de nuestra sociedad en transformación .

Sin embargo, el arte de Daisy Granados radica en el alcance real de sus múltiples posibilidades histriónicas. Una de las mayores pruebas fue Cecilia, filme de Humberto Solás urgido de lecturas desprejuiciadas a la luz de nuestros días. Otra, en sentido opuesto, fue Habanera, del propio Pastor. De la pasión a la contención recorrió diversas escalas del quehacer actoral, no solo entre nosotros, sino requerida por cineastas españoles como Víctor Erice, tempranamente, en 1969, para el tercer episodio de Los desafíos; Fernando Colombo para Cosas que dejé en La Habana, y Valeria Sarmiento para la recién estrenada Rosa la china.

En lo adelante, ese ha sido su destino: hacer distinto, incluso, lo que pudiera parecer igual. Ha habido películas que giran en torno a ella. En ese orden se inscriben filmes como Vidas paralelas, y de manera muy especial, Las profecías de Amanda, ambos de Pastor Vega. Pero también se debe contar con el hecho de que Juan Carlos Tabío, en su afán de redondear la divertida y delirante Plaff!, solo podía encomendarse a Daisy Granados.

De esa cualidad inmanente a sus vínculos con determinadas películas, me comentó Juan Carlos Cremata el día del estreno de Nada: "Hubo quienes dudaron qué haría yo con Daisy en una cuerda tan bufa, tan grotesca; yo nunca dudé, porque la había soñado así, capaz de darlo todo en ese personaje".

Ello se corresponde con una apreciación de Adolfo Llauradó. Cuando le preguntaron por su relación de trabajo con Daisy, señaló: "Es la actriz de lo insospechado".

Tal vez por esa capacidad de sorpresa la encontremos de cumpleaños en estos días de fiesta fílmica, en el último cuento de Solamente una vez —de nuevo Pastor, esta vez al frente de un ejercicio de sus alumnos mexicanos— cantándonos un corrido.

 

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