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![]() En familia con Alfredo PEDRO DE LA HOZ Hay espacios que van creciendo como las bolas de nieve. En familia con Alfredo es uno de ellos. Hoy, justamente, termina su emisión. El propio conductor debe cumplir otros compromisos relacionados con su profesión, mas de seguro repetirá la experiencia el año próximo. A estas alturas es posible tener una idea completa de sus resultados. Digo esto porque la impaciencia de televidentes fanatizados —de esos que exigen una escritura laudatoria que confirmen sus gustos— conminó a este comentarista a adelantar juicios y es bueno decir aquí que una crítica seria no puede basarse en impresiones circunstanciales ni pasajeras. Otra impaciencia, de signo iconoclasta, también se manifestó en nuestra redacción mediante cartas y llamadas de jóvenes televidentes ansiosos por descalificar una producción que les pareció light, "chea" y contraproducente con el esfuerzo culturizador del medio. Ambos extremos responden más a raptos de pasión que a un análisis sereno y a esto se aspira en las líneas que siguen. Situado en la franja del mediodía durante este verano, en un horario privilegiado para la temporada pero obviamente menos prioritario que el de los horarios nocturnos, tuvo la suerte de convertirse en el suceso de las opciones estivales. En todo caso esta repercusión no cayó del cielo, era previsible y esperada tanto por los responsables del programa como por parte del público. Víctor Torres, a cargo de la dirección general, jugó al seguro. Apeló a la vieja y agradecida fórmula del talk show o tertulia televisual, aderezada por una puesta en pantalla tan fluida y ligera como la manera de abordar los contenidos. Eligió a un artista carismático, popular para centralizar el espacio, con el antecedente de haber ocupado igual posición en un proyecto más pretencioso y recordado por la teleaudiencia. Sazonó el plato con algunas variedades musicales (unas afortunadas, otras lamentables; unas ilustrativas y refrescantes; otras cargantes y de pésimo gusto) a cargo del protagonista y algunos de sus invitados y sustentó la columna vertebral del espacio con el variado e interesante perfil de los convocados a comparecer en el diálogo. Como toda tertulia que se respete, la comunicación descansó en la identificación de un amplio, pero bien determinado sector de la audiencia con el conductor, y en la avidez de esa audiencia por aproximarse a personas con proyección pública en varias esferas de la vida social. Muchas de estas figuras satisficieron la natural y muy humana curiosidad de actualizar sus existencias. Una buena parte de ellas —protagonistas de programas radiales y televisivos en otros tiempos, artistas que no siempre están presentes en la actual vorágine mediática— reactivaron la memoria popular. Ello, por sí mismo, fue suficiente como justificar el espacio. Fue igualmente pertinente el manejo amplio de la convocatoria, puesto que confluyeron dialogantes tan diversos como Silvio Rodríguez y Loipa Araújo, Miguel Barnet y Raúl Selis, Carilda Oliver y Ana Gloria. En cuanto a la focalización de Rodríguez como interlocutor, no puedo dejar de evocar un agudo artículo del célebre semiótico y novelista italiano Umberto Eco en el que trataba de explicar por qué Derrick era el policía más aceptado por las teleaudiencias europeas: "Seduce —escribía Eco— por sus maneras formales, por su aspecto atildado (...); cada miembro de la familia que se ha reunido por años a ver la serie le suma al detective los atributos que imagina para sí mismo a la hora de poner en orden las cosas, porque el sujeto es lo suficientemente neutro como para admitir esas atribuciones". Alfredo Rodríguez —salvo en momentos de deslices achacables no tanto a él sino a los responsables de la emisión— es eso, un sujeto convencional, familiar, que conversa con llaneza, sin cuestionarios elaborados ni pretensiones intelectuales. Más de una vez dio la impresión de que el visitante era él. Habría que haber cuidado, eso sí, cierta tendencia al desbordamiento sentimental, al picuísmo, a la mímesis (digo esto último porque ni Rodríguez es Don Francisco ni En familia... es Sábado gigante), y al autobombo (mal endémico de una parte de nuestra TV). El trabajo de equipo para la preparación de los diálogos —Rodríguez tampoco es Dios— no solo es necesario, sino requiere inteligencia. Es que para ser ligero, fluido, ameno, hay que meterse previamente en profundidades. De tal modo seguirá creciendo —no digo en número, sino en calidad— la familia de Alfredo. |
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