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17/06/2002
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Amigos de cámara

PEDRO DE LA HOZ

No dudo que sea una frase cursi pero en este caso sería pertinente: el concierto llamado quizá de manera grandilocuente y expansiva Grandes de la música, que convocó a buena parte de los melómanos habaneros el último viernes en el Amadeo Roldán, cumplió con aquello de que la música lo es cuando acaricia los oídos.

Líderes de la agradable empresa lo fueron Ilmar López Gavilán y su padre Guido, al frente de una de las orquestas de cámara que mejor ajuste y alcance han tenido en los últimos tiempos en nuestro país, Música Eterna.

Foto: RICARDO LÓPEZ HEVIAElla Avitzour. 

Ilmar, que estudia en los Estados Unidos, ha sabido irradiar en ese medio el sentido de la solidaridad y la amistad, y ha llamado la atención entre colegas de su edad hacia la enorme potencialidad de Cuba como realidad cultural.

Ese clima de efervescencia creadora que se respira en la trama que las instituciones cubanas de la cultura han estimulado en medio de apremiantes circunstancias, cautivó a tres excelentes solistas que compartieron con Ilmar y Música Eterna la jornada de concierto.

Habría que comenzar por la violonchelista israelí Ella Avitzour, discípula de Allan Stepansky, poseedora de una capacidad cantabile de suma fineza, ideal para el diseño de las frases de las Piezas, del francés Francois Coupertin, balanceadas en sonido y expresión.

Cuando el oficio camerístico se une a la inspiración —ese extra que se logra en tanto se incentive la empatía— se tiene un resultado diáfano y luminoso como el que lograron Ilmar y el mexicano Ernesto Villalobos (se forma en Estados Unidos nada menos que con Pinchas Zuckermann) en el Concierto en Re menor para dos violines y orquesta, de Johann Sebastian Bach. Ese meterse a fondo en las sinuosidades del contrapunto afloró espléndidamente también cuando Ilmar y el primer oboe de la Gustav Mahler Jugendorchester, Guy Porat, se unieron en otra entrega bachiana, el Concierto en Do menor para violín, oboe y orquesta.

Más discreto estuvo el propio Porat en el Concierto en Re Mayor para oboe y orquesta, de Vivaldi: solista y agrupación como si detuvieran los tiempos —excepción en una noche estupenda, de plena identificación y empuje entre los jóvenes que Guido López Gavilán ha aglutinado en torno a la fiesta de la creación en su orquesta, y que sumó esta vez el toque preciso en el clavicémbalo de Teresita Junco y Marcos Madrigal—, de manera que el espíritu vivaldiano, más que mostrarse, se dejó entrever. Aunque hay que reconocer en Porat, como lo hizo también en la obra de Bach, un sentido de la frase y del estilo que refleja inteligencia y vocación.

Sinceramente, la velada debió terminar con las cuatro obras programadas. La ñapa estuvo de más; simple gesto amistoso fue el estreno de la obra del compositor puertorriqueño que Ilmar y la camerata asumieron, pues la partitura se despeñó por el filo de una construcción dinámica unilateral, plagada de efectos inocuos. Algo para olvidar.

17/06/2002

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