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![]() Canta la forastera ROGELIO RIVERÓN Levísima es la suerte a la que doy memoria, dice Teresa Melo en su último libro, y estampa con ello una de sus posibles claves. Pues, si es cierto que a la literatura se debe acceder desde todos los ángulos, plural y abiertamente, resulta lícito, asimismo, armarse de algún pretexto para readecuarla a la percepción de cada cual. En Yo no quería ser reina (Ediciones Santiago, 2001) se han reunido en propiedad poemas de tres libros de Teresa Melo (1961), y esta especie de antología en la que se reorganiza una parte de la obra de la santiaguera carga con unas cuantas virtudes. Los poetas que han tenido el valor de contradecirse a la luz del día se encuentran a la postre entre los mejores. Teresa Melo, creo ahora, ha conquistado una plenitud que anunció desde el principio, contradictoria y exquisitamente. He visto en sus versos una ductilidad, una manera de tergiversar sus múltiples entornos a la que no todos acceden, en la creencia quizás de que la poesía debe conceder prioridades sobre todo a lo formal. Yo no quería ser reina alcanza a corroborarnos, entre otras cosas, que su autora sabe jugar profundamente, que se ha hecho maestra en una especie de sosegadas crónicas sobre existencias que, si se miran bien, pueden llegar a ser terribles. Cuando, leyendo un poemario, uno comprende que no hay una cosa que no sea al tiempo muchas otras, es porque ha llegado a la buena poesía. Los versos en que Teresa Melo nos sirve sus fantásticas escenas autobiográficas se mezclan en Yo no quería ser reina con otros en los que las palabras acentúan su autonomía y derivan sobre un glamour triste y, después de todo, amenazante. Derrotado por una inclinación a las comparaciones que reconozco pueril, siento que de las poetisas de su generación me son afines, sobre todo, Teresa Melo y Sonia Díaz Corrales. Superado, sin embargo, el gusto personal, cualquiera vería con ojos que asienten el libro de la Melo que comento ahora. Altivo en su brevedad, permite que le adivinemos la suave música de una memoria que se fue decantando a fuerza de paciencia y de espíritu. Quiero decir que de él me viene la idea de una mujer repuesta de algunos dolores, y a la vez, como a punto siempre de sobresaltarse. Conformarse un camino por sobre lo que ya fue y hacer que lo que fue tome ese camino es uno de los posibles horizontes de la poesía. En verdad no me atrevo a aseverar que este solo empecinamiento sea bastante, pero en todo caso se trata de un gesto misterioso y de atrevida hermosura. Si como conclusión arrimo esta idea a la poesía de Teresa Melo, veo que no se contradicen. Todo lo contrario, pienso: de parecida forma pudiera leerse y releerse Yo no quería ser reina. |
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