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23/04/2002
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Declaración política (III parte)

 

 

NO PODÍA RETIRARME DE LA CUMBRE SIN LA MENOR EXPLICACIÓN

El señor Presidente de México había dicho la última palabra. Era mi derecho incuestionable participar en esa conferencia convocada por Naciones Unidas y no por el señor Bush. Pero yo no podía viajar a Monterrey contra la voluntad expresa del Presidente del país sede; tenía que resignarme a usar los seis minutos que me correspondían, y marcharme después de almuerzo, o antes, si lograba adelantar el turno número 30 que me correspondía según sorteo, entre otras razones porque no había podido asegurar mi presencia con anterioridad, a fin de evitar la inmediata movilización de la jauría de terroristas y matones ya mencionados, que desde territorio norteamericano son organizados y pagados para eliminarme físicamente cada vez que viajo a un evento internacional.

Foto: AHMED VELÁZQUEZDebo añadir que a mi llegada a Monterrey el señor Fox no se apareció por el aeropuerto, como había prometido, sin que yo se lo solicitara en lo absoluto. Ni siquiera realizó una llamada telefónica para un saludo de cortesía. En nada me preocupó el asunto. No siento apego alguno por protocolos y cortesías.

Disfrutaba, en cambio, de un singular consuelo. A la vez que se me ordenaba partir de inmediato después de almuerzo, en dos ocasiones me anunció que recibiría el inmenso honor de sentarme a su lado, para el mundanal disfrute de un delicioso cabrito.

No podía, sin embargo, retirarme de la Cumbre sin la menor explicación. Nunca hice tal cosa en ninguna de ellas. El señor Presidente de Estados Unidos podría suponer que Cuba temía sentarse, con la frente en alto, ante su poderosa y augusta presencia. En la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, su propio padre tuvo el gesto encomiable, por lo inusual, de entrar deliberadamente en la sala minutos antes de mi turno, escuchar ecuánime mis palabras, e incluso aplaudir tanto él como su delegación al concluir ls mismas. Un viejo refrán popular afirma que lo cortés no quita lo valiente. Nadie, en nuestro país, en México o en cualquier otra parte, habría comprendido tan extraña retirada. Para explicarla, dije solo tres líneas:

"Les ruego a todos me excusen que no pueda continuar acompañándolos debido a una situación especial creada por mi participación en esta Cumbre, y me vea obligado a regresar de inmediato a mi país."

Foto: AHMED VELÁZQUEZNo podía decir menos, ni decirlo con más cuidado. Olvidé totalmente el cabrito. Salí de la sala y me reuní con el Presidente de Colombia breves minutos para intercambiar sobre las gestiones de paz en ese país. Me dirigí luego a despedirme del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas que, como es lógico, había sido informado de lo ocurrido desde el día anterior por nuestro Embajador en esa institución. Con él me esperaban, en evidente actitud solidaria, Olusegun Obasanjo, Presidente de Nigeria, y Thabo Mbeki, Presidente de Sudáfrica. Salgo. Bajo por una escalera automática. Frente a la misma, en los balcones interiores y áreas laterales, numerosos empleados mexicanos, de Naciones Unidas y participantes de otros países en el evento aplaudían en gesto de solidaridad. Un tumulto de periodistas se movían agitadamente tomando fotos, filmando, esperando alguna declaración. No dije una palabra. Así abandoné el edificio.

No había dejado atrás ninguna complicación insoluble. Mis últimas palabras al concluir la intervención, fueron:

"Al frente de la Delegación de Cuba queda el compañero Ricardo Alarcón de Quesada, Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, incansable batallador en la defensa de los derechos del Tercer Mundo. Delego en él las prerrogativas que me correspondían en esta reunión como Jefe de Estado.

"Espero que no se le prohíba participar en ninguna actividad oficial a las que tiene derecho como Jefe de la Delegación cubana y como Presidente del órgano supremo del poder del Estado en Cuba."

Allí estaba, al alcance de los anfitriones, una solución bien sencilla. Aceptar la presencia de Ricardo Alarcón, jefe de la Delegación en las reuniones oficiales de la Cumbre, y no se habría vuelto a hablar del incidente. Faltaba solo un mínimo de visión y sentido común. No sé si la soberbia, la arrogancia y el espíritu aventurero del consejero áulico del presidente Fox, o la prepotencia de Bush, impidieron esa salida decorosa.

Yo estaba todavía en ayunas a esa hora. Marché hacia el hotelito donde me albergaba. Allí había invitado para almorzar a Hugo Chávez, amigo entrañable, que se vio envuelto también en una intervención azarosa e interrumpida por el ilustre anfitrión mexicano al hablar en nombre del Grupo de los 77 y de su propio país. El fraternal y relajado encuentro se prolongó durante horas con intercambios sobre variados temas, tres semanas antes del abortado golpe fascista contra la Revolución bolivariana. Fue un almuerzo no suculento pero agradable, con tortillas mexicanas, frijoles refritos y otros platillos tradicionales del país hermano, que a mí me parecieron más deliciosos que cualquier cabrito.

Me había olvidado por completo de la hora y de la orden perentoria de marcharme precipitadamente después de almuerzo. Mientras tanto, Bush esperaba impaciente desde hacía horas en El Paso —ubicado en la actual frontera de Estados Unidos con México desde la invasión de 1846, cuando al país le arrebataron más de la mitad de su territorio— la noticia de que tan inoportuno participante se había marchado de México. Nadie del protocolo se acordó o quiso molestar al disciplinado y obediente, aunque olvidadizo huésped, que al fin y al cabo, se marchó a las 5:00 p.m. de Monterrey. Al parecer, Bush, cansado de esperar, recibió permiso o decidió por su cuenta despegar o corría riesgo de llegar tarde a la cena.

Alguien parqueó su aeronave junto al viejo IL-62 de Cubana. Al pasar en su carro, con gesto amistoso, saludó a la tripulación cubana que me esperaba ya en lo alto de la escalerilla. Por mi parte, ajeno a tales peripecias, me despido de Chávez, tomo el carro, y con mi pequeña caravana me dirijo al aeropuerto. Pasamos bajo la avenida que conduce al mismo, y accedimos a esa vía por donde acababa de cruzar la cola de la enorme caravana de Bush. Después de todo, ambos estuvimos a unos metros de distancia en Monterrey. Al despegar nuestra nave, la tarde era radiante y bella.

En la ciudad sede quedaba nuestra delegación, encabezada por el Presidente de nuestra Asamblea Nacional, acompañado por nuestro Ministro de Relaciones Exteriores. La lógica indicaba que no habría más problemas. ¿Se excluiría a Ricardo Alarcón de los eventos de la Cumbre? ¿Se le admitiría o no en el convivio que tendría lugar al día siguiente, después del discurso en que el ilustre Presidente de Estados Unidos "muy democráticamente" duplicaría sin interrupción alguna el tiempo asignado a los demás mortales que asistían a la conferencia como Jefes de delegación? Aunque nos parecía absurda, torpe e improbable tal exclusión, les encomendé la tarea, en ese caso, de explicar la verdad pero sin hacer uso ni mencionar siquiera el contenido y la existencia de la conversación sostenida entre Fox y yo, cuyo carácter personal deseaba mantener a toda costa, y destinarla a los archivos de la Revolución.

Constituyó un mal síntoma que el señor Castañeda se precipitara en afirmar esa tarde que el protocolo era el protocolo y que no sería violado, urdiendo como siempre pretextos para cumplir los compromisos contraídos con el gobierno de Estados Unidos y ocultar la verdad. Minutos antes de la reunión se le comunicó al compañero Alarcón que no tendría acceso alguno a la misma. Tal como se había decidido, el Jefe de nuestra delegación explicó en numerosas conferencias de prensa la verdadera causa de mi ausencia. Entre otras cosas, expresó:

"Ayer el canciller Castañeda, en varias oportunidades en su reunión con la prensa, manifestó que no había habido ninguna gestión de ningún funcionario autorizado en el sentido de poner cortapisas a la participación de Cuba y sugirió varias veces que fuera Cuba la que explicara lo que había sucedido, porque él no tenía elementos. Tengo que decir que las declaraciones que él formuló son fundamentalmente falsas."

Y agregó:

"No solamente funcionarios autorizados, sino yo diría que personas muy autorizadas del gobierno de México nos comunicaron, antes de la conferencia, las presiones de que eran objeto de parte del gobierno de Estados Unidos para que Cuba no participase en la conferencia y para que específicamente no estuviese encabezada por el Presidente del Consejo de Estado, el compañero Fidel Castro."

"Castañeda sabe que nosotros lo sabemos y que nos era muy fácil explicarlo; pero que si no lo hemos hecho hasta ahora es porque tratamos de ser constructivos y de persuadir a las autoridades mexicanas de que era lo más conveniente para todos encontrar una solución honorable, adecuada, que ya es imposible, puesto que tuvo lugar una reunión de la cual ha sido excluida arbitraria e ilegalmente una delegación, que no ha sido invitada, que es la de Cuba.

"Dicen que las reglas de Naciones Unidas y las reglas del país anfitrión son diferentes. No, ciertamente, yo no soy Jefe de Estado; pero soy la única persona que está en Monterrey en quien el Jefe de Estado delegó su representación y es el único Jefe de Estado que en Monterrey fue arbitrariamente excluido de participar en el retiro.

"No es cierto que Cuba podía estar representada por su Jefe de Estado, porque se le pidió, de modo muy claro, muy categórico, que, por favor, se marchase lo antes posible de México."

Por su parte, nuestro Canciller, por vía telefónica, en su alocución a la Mesa Redonda de la televisión cubana en la tarde del día 22, expresó lo siguiente:

"Cuba sabía de las presiones que, previo a la conferencia, había estado haciendo sobre el gobierno mexicano el presidente Bush. El presidente Bush amenazó con que no vendría a la cumbre si en ella participaba el compañero Fidel."

"Se había producido la invitación del Comité Preparatorio creado por la Asamblea General de Naciones Unidas en una resolución, la carta que se acaba de dar a conocer de los dos embajadores, y después se produjo la invitación oficial del presidente Fox."

"Después se le solicitó al compañero Fidel que no viniera a la Cumbre, como era su derecho como Jefe de Estado de un país miembro de Naciones Unidas que tenía ya la invitación del Comité Preparatorio de Naciones Unidas para participar en una conferencia en la que Cuba había desempeñado un papel importante en su convocatoria."

"Esa es la realidad histórica, se le pidió que no participara, y se lo pidió —como ya dijimos— una persona muy autorizada en el gobierno de México para hacer una solicitud de esa magnitud. Se le pidió que no viniera, y ante la posición firme de Fidel, que defendió el derecho de Cuba a estar soberanamente presente en esta reunión, entonces le pidieron que fuera solo en la mañana del jueves, y que, inmediatamente después del almuerzo que ofrecería el gobernador del Estado, se retirara."

"El compañero Fidel estaba en la necesidad y el deber de explicarles a los delegados, y lo explicó cuidadosamente y dijo realmente la razón que le impedía estar allí, pero con discreción y con cuidado. Y planteó una solicitud que podía haber sido atendida y que tenía realmente una lógica, y era que el compañero Alarcón, presidente de nuestra Asamblea Nacional, participara en las demás actividades de la conferencia."

"Ha habido, realmente, una incapacidad de comprender este razonamiento, y una incapacidad para aceptar una solicitud razonable."

Continúa

 

23/04/2002

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