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03/04/2002
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Ballet

Giselle es mucho más que bailar

ANDRÉS D. ABREU

Bailar Giselle en Cuba implica un reto mayor al que naturalmente obliga la excelencia de cualquier otro ballet. Interpretar esta leyenda de Willis —creada por Heine y llevada como historia a la danza romántica por Théophile Gautier— en la versión realizada para el Ballet Nacional de Cuba por su directora Alicia Alonso, presupone añadir otras conocidas leyendas sobre la danza. Y aunque se pueda encontrar en las lunetas de la sala García Lorca del Gran Teatro a rostros repetidos o balletómanos consistentes, el público que asiste a la fiesta y al hechizo de sus dos actos no es el mismo de otras funciones, estos vienen a ver Giselle, el clímax de los clímax en el ballet para los cubanos. 

Por eso bailar esta obra es mucho más que bailar, y bailarla por primera vez pudiéramos imaginar cuánto exige de un bailarín, pero solo ellos alcanzan explicarlo.

Foto: NANCY REYES Bárbara García y Joel Carreño.

Cuando Bárbara García concluyó la pasada noche del sábado su debut como Giselle dentro del Ballet Nacional de Cuba, solo atinó a decir "me ha costado mucho, sobre todo después de más de un año alejada del baile clásico". Bárbara ya había asumido la historia de pasión, engaño y locura de la joven campesina durante su permanencia como primera figura del Ballet de Camagüey. Luego hubo invitaciones a la Compañía Nacional de Bellas Artes de México, al Ballet de Monterrey y al Ballet de Víctor Ullate, de España. Esa experiencia avaló su entrada a la compañía nacional como primera bailarina y después de interpretar recientemente La fille mal gardée, se le confió una de las noches de Giselle el pasado fin de semana.

Fue en la esperada escena desde el delirio hasta la muerte que silencia totalmente al lunetario donde Bárbara mostró el conocimiento interior que posee de este personaje y consiguió un alto momento interpretativo. Pero a pesar de ello y de exhibir un elegante passé y delicadas elevaciones, así como muy buenas extensiones, la inseguridad que provoca el alejamiento del trabajo diario en la técnica (por lesiones) se hizo notable en varios momentos y no le permitió ser la total Giselle que todos desean encontrar sobre el escenario.

Joel Carreño fue el partenaire que la acompañó interpretando al Duque seductor y enamorado (estreno absoluto en el personaje el jueves junto a Alihaydée Carreño). Mostró la hidalguía de un Albrecht acompañado de una danza limpia y segura con encomiados saltos y giros, pero le faltó fuerza en la caracterización de los conflictos, rasgo que hace excepcional ese personaje igualmente mítico dentro del BNC.

Apreciable también es el legado cubano al personaje de Myrtha, reina de las Willis, en el que se estrenaron Anette Delgado (jueves) y Yolanda Correa (sábado). Ante ellas se abrió un camino en el que habrán de precisar la ejecución equilibrada entre la delicadeza y la energía de los movimientos. 

Si hubo un personaje revelador durante estas dos funciones fue la Bathilde que asumió Irene García con todo el donaire necesario para hacerse notar sobre la escena. 

Para el cuerpo de baile fueron noches de lucimiento y conquista de aplausos y el sábado la Danza de los amigos encontró un elenco que la dignificó como momento festivo dentro de la coreografía.

La música de Giselle, que es también parte de su mito, tendrá que esperar por intensos esfuerzos de la Orquesta del Gran Teatro de La Habana para que su acompañamiento en vivo añada y no reste a la grandeza de una obra que es para público y artistas una leyenda de leyendas, e implica mucho más que bailar.

03/04/2002

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