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Vísperas del 58 Período Recuento de una infamia NIDIA DÍAZ Como si el tiempo se hubiera detenido y, lo peor, el mundo perdido la memoria, la nueva administración norteamericana utiliza los mismos argumentos y argucias que veinte años atrás fueran esgrimidos por Ronald Reagan para, chantaje por medio, recabar la "lealtad" de sus amigos en la escalada anticubana. Mirando la prensa de la época, leemos el discurso de asunción presidencial del antaño cowboy hollywoodense en el que prometió "respaldo a los países que se mantengan leales a Estados Unidos". Era el 20 de enero de 1981. La situación doméstica era muy parecida a la del 20 de enero del 2001 en que juró como principal inquilino de la Casa Blanca, George W. Bush: altas tasas de desempleo, desaceleración de la economía, baja de la producción industrial, crecimiento de la inflación y, en el plano político-ideológico, una necesidad de reafirmar el liderazgo norteamericano en la arena internacional, signada en esos momentos por la bipolaridad. Entonces, los sectores políticos conservadores machacaban contra la política de distensión que durante la última década había presidido las relaciones internacionales, al menos entre las grandes potencias, y que tuvo en el gobierno de James Carter un pragmático seguidor. La derrota de los Somoza en Nicaragua, la victoria de los patriotas angolanos y de los movimientos revolucionarios en Etiopía y Afganistán, la llegada al poder en Granada de Maurice Bishop y el Movimiento Nueva Joya, la firme y consecuente posición de Omar Torrijos en Panamá que condujo a la firma de los tratados canaleros, fueron algunos de los argumentos esgrimidos por la derecha estadounidense para pedir sangre y construirse una imagen de víctima frente a lo que llamaban "avances del comunismo internacional" que concitara el apoyo incondicional de su opinión pública y la de sus aliados. Necesitaban culpables contra quienes descargar su furia. Cuba, por su firme posición de principios, sería uno de los blancos para sus dardos. La existencia por tres décadas de la Revolución se había convertido en un descrédito para el imperio, teniendo en cuenta los fracasados planes de desestabilización contra la Isla y, sobre todo, porque durante la administración Carter se abrió paso un inédito proceso de acercamiento que condujo a la creación de Secciones de Intereses en ambos países. Con la asunción de Reagan al poder en el año 1981, se pondría en marcha una nueva estrategia de diplomacia pública cuyo objetivo respecto a la Revolución Cubana sería desprestigiarla y aislarla, utilizando también los mecanismos de las Naciones Unidas, en este caso, dentro de la Comisión de Derechos Humanos. De eso se trataba, encontrar en las supuestas violaciones de los derechos humanos en Cuba, la justificación para profundizar su política de bloqueo, agresiva y hostil, contra nuestro país y, en especial, conquistar para ello el consenso mundial, que no habían conseguido a pesar de las incontables campañas y presiones. Poco a poco se fueron dando pasos en ese sentido que pretendían involucrar, sobre todo, a las naciones latinoamericanas. Habría que recordar que en los primeros momentos la estrategia yanki pretendía solo imponer el caso y garantizar el seguimiento por parte de la CDH al dejarlo inscrito en la agenda. Eran los tiempos en que los proyectos de resolución eran tremendamente burdos. Hablaban de supuestos trabajos forzados, inventaban ridículas noveletas de torturas a presos políticos, y graves violaciones de los derechos civiles y una enorme propaganda sobre el éxodo de cubanos que, atraídos por los privilegios migratorios concedidos por las leyes norteamericanas salían del país, entre otros elementos. Se trataba de singularizar el "caso Cuba". Desde entonces, pueden apreciarse claramente tres etapas en la pretensión de Estados Unidos para inscribir a nuestro país en el mecanismo de esta Comisión. La primera va desde 1987 hasta 1990 y en ella se logró durante los dos primeros años evitar la adopción de un proyecto anticubano como resultado de la iniciativa de Cuba de invitar para que visitaran el país una misión integrada por el Presidente de la CDH y otros cinco miembros, quienes verificaron in situ la realización de los derechos humanos. Una nueva coyuntura internacional dominada por la caída del campo socialista europeo y el desmoronamiento de la URSS entusiasmaron al imperio que creyó llegado el momento de dar el tiro de gracia a la Revolución Cubana. No fue hasta 1990, cuando cambia la correlación de fuerzas en el mundo y, por tanto, también en la CDH, en que por primera vez se adopta un proyecto de resolución promovido por EE.UU. contra nuestro país. Desde entonces se estableció un mecanismo selectivo y discriminatorio de seguimiento a la llamada "situación de los derechos humanos en Cuba", cuyo ejercicio politizado y discriminatorio ha sido rechazado por nuestro país, el cual no acepta bajo ninguna circunstancia un tratamiento que nos singularice en esta materia. No hay dudas de que la Comisión de Derechos Humanos, al ser el principal órgano encargado de su promoción y protección, ha devenido en el principal escenario de confrontación político-ideológica de las Naciones Unidas. En su seno, tras los eufemismos de tal o cual preocupación, lo que se dirime es el tipo de modelo político, económico y social que pretenden imponer las antiguas metrópolis y el imperio a sus antiguas colonias y neocolonias. No es casual que las resoluciones que tienen que ver con los derechos económicos, sociales y culturales presentadas o promovidas por las naciones del Tercer Mundo enfrenten el voto en contra de los países industrializados y de los más fieles seguidores del imperio. La segunda etapa comienza en 1991 y cubre hasta 1997 con la imposición de un mecanismo de monitoreo y seguimiento permanente de la situación en el país, bajo la justificación de una "supuesta falta de cooperación" cubana con la CDH. Fue con tales argumentos que en 1991 se instauró el mandato de un Representante Especial del Secretario General de la ONU y en 1992 se designó a un Relator Especial de la CDH. Argumentos estos que la vida se ha encargado de desmentir pues Cuba mantiene una permanente cooperación con el resto de los mecanismos de la Comisión de aplicación universal. Un ejemplo de ello fue la invitación que se cursara en 1995 a visitar nuestro país al Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, José Ayala Lasso. No obstante, hay que recordar que en 1991 Argentina y Panamá rompieron la posición latinoamericana al votar a favor del proyecto anticubano, aunque no consiguieron arrastrar a otros países de América Latina en sus favores al imperio ni lograron un voto unido contra Cuba. Solo en 1993 Estados Unidos consiguió la mayoría simple contra la resolución anticubana y desde entonces esos votos han ido decreciendo hasta que en 1998 fue derrotada por 16 a favor y 19 en contra. Washington no pudo prever tal derrota, resultado de la victoriosa resistencia de nuestro pueblo en los años más duros del período especial, del desgaste del ejercicio anticubano y de la figura del Relator en particular y de una composición más favorable en la CDH, entre otros elementos. Las condenas a la supuesta falta de cooperación de Cuba con el Relator y a la alegada negativa a que este visitara el país, a las falsas detenciones arbitrarias, encarcelamientos y hostigamientos contra los denominados defensores de los derechos humanos, así como el cuestionamiento a las calumniosas acusaciones sobre faltas de libertades en materia de derechos civiles, contenidos en los proyectos de resolución a lo largo de esos años, sufrieron un evidente desprestigio, haciéndole pagar a Estados Unidos un elevado costo político. Desde entonces, EE.UU. tuvo que buscar un tercero para presentador público del proyecto anticubano, en este caso encontró al gobierno de la República Checa con la asistencia de Polonia. Por medio de su ventrílocuo promovieron un texto con importantes modificaciones a fin de hacer más digerible para ciertos países vacilantes el acompañamiento de la maniobra anticubana. A partir de aquella ocasión se eliminó todo mecanismo especial de seguimiento y se moderó lo suficiente como hacer parecer su enfoque más constructivo sin dejar de ser, obviamente totalmente injusto, discriminatorio y condenatorio hacia nuestro país. Finalmente saltó la liebre. En el nuevo proyecto presentado desde hace tres años, EE.UU. renunció a caracterizar y denunciar las supuestas y nada creíbles violaciones de los derechos humanos en Cuba para dar paso a lo que verdaderamente constituye la esencia del ejercicio anticubano: el cuestionamiento forzoso a nuestro sistema económico y político así como al ordenamiento jurídico y constitucional del país, aduciendo con feroz prepotencia, que no es compatible con el modelo de la democracia y los derechos humanos propugnados por el imperio. Sobre la base de ese injerencista presupuesto, cuyo fin es la imposición a todos de los criterios de la superpotencia y la calumnia sistemática contra la Isla, por su reconocida independencia y el heroísmo de su pueblo que ha construido una sociedad libre, justa y equitativa, es que Estados Unidos está librando su campaña contra la Revolución Cubana en la CDH. Para conseguir eliminar este ejemplo, Washington se emplea a fondo y sin pudor alguno arrecia las presiones y los chantajes contra aquellos gobiernos cuya existencia dependiente pudiera flaquear en la contienda. Su nueva obsesión consiste en latinoamericanizar el ejercicio anticubano. De no lograrlo este año tendrá que recurrir otra vez a su desprestigiado socio: el señor Vaclev Havel, presidente de la República Checa, quien les ha sugerido aceptar modificaciones al texto de marras en el sentido que desearían sus aliados europeos. Modificaciones que aun desde posiciones timoratas y ambiguas pretenderían incluir una referencia deformada y edulcorada a los efectos del bloqueo económico en la violación de los derechos humanos de nuestro pueblo. Esta referencia fue tajantemente rechazada el año pasado por Washington, que con toda arrogancia le comunicó a la Unión Europea que tal formulación no era aceptable. Una cosa es cierta. Hay un marcado agotamiento del ejercicio anticubano, hay demasiadas presiones y chantajes pero también este año el imperio tratará de lograr su propósito vinculando el proyecto anticubano a la proclamada guerra antiterrorista, al criminal atentado contra las torres gemelas y pretenderá justificar con tales argumentos el reforzamiento del poderío y la hegemonía yankis sobre las demás naciones del planeta. La posición de Cuba se mantiene inalterable: rechazamos por injusto, discriminatorio y politizado el tratamiento selectivo que pretende imponer el imperio del tema de los derechos humanos. Nos negaremos siempre a la singularización del caso. El odio visceral contra la Revolución Cubana y su afán por destruirla les impide no ya ver, sino reconocer el aval de nuestro país en materia de derechos humanos. Como dijera nuestro Comandante en Jefe el 13 de marzo último: "No con calumnias y mentiras se puede destruir el grandioso monumento que nuestro pueblo ha erigido a los sentimientos más nobles y puros del ser humano. De la historia ya no podrá borrarse que ha sido construido y defendido frente al más poderoso imperio que haya existido jamás. Ni las armas más sofisticadas y destructivas que podrían barrer del mapa la especie humana, poseen la menor capacidad de hacer mella alguna en la firmeza y valentía con que Cuba ha defendido y defenderá hasta la última gota de sangre los valores que ha sembrado y los derechos que ha conquistado." |
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