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18/03/2002
Portada de hoy

Consagración de un rostro en la primavera

ANDRÉS D. ABREU

Hace quince años que William Hernández emprendió su primer viaje desde Perico a La Habana en busca de estatura artística. Hace ya unos cuantos años que continúa viajando, viene y va con su arte a cuestas, y se escuchan halagos en las galerías sobre el joven creador.

Hace ya lo suficiente que su figura crece en un ir y venir entre el grabado y la pintura, entre la iconografía de referencias medievales y el campo cubano cotidiano, entre la pureza de lo clásico universal y el contagio paródico de lo contemporáneo nuestro.

Hace ya un lustro que su estampa es reconocida mucho más allá del terruño que no quiere abandonar y de las vías que lo llevan a la ciudad.

Hace unos días ha vuelto con sus Rostros del tiempo, una exposición abierta en La Acacia cuando finalizaban los días "invernales" de febrero.

Es este nuevo arribo una compilación de recorridos figurativos incrustados sobre la superficie e iluminados por la coloración del acrílico, acompañados con la frescura de algunos óleos.

El artista no se detiene en las incorporaciones, añade a los paisajes y personajes campestres, a las épocas y los sitios aprehendidos durante estos años, nuevos íconos ilustrativos de la realidad que se mueve al margen de su recorrido.

Cada llegada de William implica que sus siervos y nobles neorrenacentistas jueguen menos a ser solo perfectas efigies académicas, y sus guajiros de hoy, aunque con botas y sombreros, no sean tan naturales como su apariencia.

Cada arribo de su obra añade más del ambiente cosmopolita como debate e, incluso, navega en la profundidad y el terror que implica el mar como atmósfera existencial. Sus pictogramas avanzan con el distanciamiento perspicaz de la ingenuidad y la nostalgia de su visión, en el cuestionamiento tangible de la historia y en la técnica que suma nuevos estilos en evidencia del tránsito del pintor por detalles surrealistas y franjas más abstractas.

Su espiral creativa no abandona la instalación y se sirve de esta forma en el espacio para expresar la convivencia histórica de figuras y autorreferencias, para evidenciar su concepto de la evolución delicada.

El William Hernández que hoy está en La Acacia asombra más porque, aunque sigue siendo un joven creador que necesita viajar por amplios tiempos y caminos, al neoapropiarse de ese refinamiento que tanto admira en Durero, desde su limpia y actual mirada ya consagró su rostro a la entrada de la primavera.

18/03/2002

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